Sin agua, sin tierra y sin personas agricultoras no hay futuro. Los grandes retos de la PAC Post 2020
- "En
Andalucía nuestra realidad es que estamos cada vez más cerca de una
desertificación casi total de nuestro territorio en pocas décadas"
- "Hemos
de pasar de una PAC que luche contra el cambio climático a una PAC que
sea herramienta de transformación y transición ecológica"
- "El modelo de producción que tenemos es consecuencia directa de una sociedad consumista"
Ahora
mismo se está debatiendo en distintos foros, impulsados por parte del
Ministerio pero también en grupos de trabajo como el grupo de trabajo
constituido en el Parlamento Andaluz, qué esperamos y cómo será la
concreción en nuestro país y en Andalucía de la Política Agraria Común (PAC) Post 2020.
Y es que se trata de un tema clave. La situación es preocupante.
La agricultura y la alimentación suponen más de 44 millones de puestos de trabajo en la UE. Solo el sector agrícola supone 20 millones de empleos. En Andalucía, alrededor del 8% del PIB según señalan las organizaciones agrarias
Frente a esto, los datos de pérdidas provocadas por el Cambio climático: hasta el 25% de los cultivos a nivel mundial están en riesgo; y en el sur de Europa se puede perder hasta el 80% de la capacidad agraria antes de fin de siglo: en tres décadas, cultivos como el trigo o el maíz se desplomarán un 50%.
14 comarcas agrarias en Andalucía entraron en sequía severa en 2019. Mientras, decenas de puntos en nuestro territorio son ejemplo de abusos y gestión deficiente o, cuanto menos, insostenible a medio plazo. En nuestro territorio, el 80% de la demanda de agua se debe al uso agrario. Tenemos los acuíferos en estado de alarma cuando no declarados sobreexplotados como es el caso de Doñana. Y varios municipios con problemas de abastecimiento; muchos más, con problemas de calidad de aguas. Y el regadío no deja de aumentar, incluso para cultivos tradicionalmente menos dependientes del agua (vg, paso del cultivo tradicional del olivar al cultivo súper intensivo)
Tenemos, asimismo, un modelo de producción muy petrodependiente en plena crisis de recursos como el petróleo, cada vez más difícil y caro de extraer: el 27% de los plaguicidas y fertilizantes consumidos en España lo hacen en Andalucía. 30.000 toneladas de residuos plásticos se generan con el cultivo en invernaderos o bajo plástico.
Por otro lado, los cultivos adaptados a la vocación del terreno (secano, tubérculos, etc) han ido disminuyendo las últimas décadas y ahora apenas representan el 7%.
Respecto a la biodiversidad cultivada, cada día perdemos variedades y cultivos tradicionales que permitirían una variabilidad genética suficiente para hacer frente a plagas o cambios en las condiciones ambientales sin comprometer las cosechas. Actualmente solo 150 cultivos alimentan a la mayor parte de la población mundial y solo 12 de ellos acaparan el 80% de la energía alimentaria procedente de las plantas. 4 cultivos: maíz, patata, trigo y arroz, constituyen el 60% de la alimentación.
La pérdida de agrobiodiversidad ha sido dramática en el último siglo. Y no por casualidad este año se realizará una Cumbre sobre Biodiversidad. Hablamos, literalmente, de las cosas del comer. Y, si no, piensen en las hambrunas provocadas por plagas sobre cultivos homogéneos y den valor al trabajo de pervivencia de nuestra variabilidad genética.
En una situación de cambio climático como la que nos encontramos, en Andalucía nuestra realidad es que estamos cada vez más cerca de una desertificación casi total de nuestro territorio en pocas décadas: el aumento de temperaturas llevará aparejado un aumento de la evapotranspiración y, por tanto, de la pérdida de capacidad hídrica. La disminución de lluvias y la pérdida de suelos que permitan absorberla nos lleva a que los acuíferos y aguas subterráneas estén en peor situación cada vez. El uso intensivo de fertilizantes ha provocado problemas serios en calidad de aguas.
Las lluvias torrenciales, combinadas con el abandono de las tierras de vocación agraria (55% de nuestro territorio es superficie agraria útil; pero no es aprovechada en esa proporción) nos aboca a la situación actual de pérdida de suelos en buen estado cuando no, directamente, la erosión de los mismos.
En este contexto, una PAC con vocación de futuro es imprescindible. Hemos de pasar de una PAC que luche contra el cambio climático y busque soluciones de adaptación a sus efectos a una PAC que sea herramienta de transformación y transición ecológica. Sin perder de vista, huelga decirlo, que es la herramienta más poderosa (y así lo marca el propio articulo 39 del Tratado de la UE) para garantizar las rentas de las personas productoras. Y todo ello, abasteciendo de alimentos a la población.
Por ello, y dentro de los debates actuales que se están dando, es necesario poner sobre la mesa cómo articular propuestas que permitan, por una parte, que el sector productivo tenga un futuro, por otra que las personas productoras tengan un presente y, por último, que luchemos contra el cambio climático que nos afecta a todas y donde el papel de la agricultura y ganadería deviene fundamental.
También hemos de responder a necesidades sociales: la incorporación de la mujer con plenos derechos (siempre trabajó en el campo, otra cosa es la invisibilidad y la falta de cobertura que seguimos sufriendo) para luchar contra una injusticia histórica y resolver la altísima masculinización del campo, así como la incorporación de los jóvenes. Las tasas de envejecimiento en el sector asustan: la media está por encima de los 45 años. Medidas de ayudas asociadas a la renta específicas para mujeres, mejorar las existentes para jóvenes o impulsar medidas asociadas a la renta, limitando la percepción de fondos y, por tanto, permitiendo que los fondos existentes se distribuyan mejor y alcancen a mayor cantidad de beneficiarios, son claves para responder a la realidad social del sector.
Otro de los grandes retos es cómo resolver la creciente despoblación. O, lo que es lo mismo, cómo poner en marcha medidas de fijación al territorio que, además, permita combatir el cambio climático y la lucha contra incendios. Y para ello, las ayudas del Pilar 2 de la PAC, combinadas acertadamente con nuevas (o mejores) ayudas asociadas en el pilar 1 puede ser una buena herramienta: apoyo a la zonas con limitaciones naturales o de alto valor ecológico, así como a los servicios ambientales asociados a la actividad agroganadera son un buen punto de partida.
Tampoco podemos pasar por alto los retos de mercado que nos asolan: hemos tenido los últimos años descensos de renta agraria, crisis en distintos sectores (frutas de hueso o el olivar, por poner algunos de los más conocidos), desplome de los precios, brecha abismal entre lo que recibe el productor y lo que paga el consumidor, problemas asociados a aranceles abusivos y afecciones de los distintos tratados de libre comercio y en general distintos problemas en el sector agrario relacionados también con la cadena agroalimentaria. En este sentido, se hace necesario articular medidas contracíclicas y protección de los productores. Entendiendo que, lamentablemente, mientras la agricultura esté sujeta a normas del libre mercado, será difícil garantizar la protección necesaria y que, por tanto, esto solo mitiga algunos de los efectos más perversos.
Y por último, pero profundamente necesario: lucha contra los agricultores de sofá. Hay que tener criterios claros establecidos desde la UE que no permitan margen de maniobra a la hora de definir qué es un agricultor genuino. Mientras esto no se resuelva, seguiremos viendo una brecha abismal entre las distintas aplicaciones de la PAC en los distintos territorios. Y seguiremos sin atender al articulo 39 del tratado de la UE porque la PAC no será capaz de enfrentar el reto de mejorar la renta de quienes trabajan en el sector.
La redistribución de rentas y riquezas en un mandato. No pueden acaparar los recursos quienes ni siquiera cultivan la tierra, mucho menos garantizan servicios ambientales.
No es posible siquiera imaginar un futuro sin la agricultura, la ganadería y la pesca. Hemos de cambiar el modelo de consumo de recursos y que este cambio tiene que venir siempre de la mano de las personas que trabajan la tierra y cuidan el ganado.
El modelo de producción que tenemos es consecuencia directa de una sociedad consumista y de la imposición de una competitividad medida únicamente en parámetros economicistas: producir barato, sin importar los costes sociales, territoriales y ambientales. Y de un sistema agroalimentario plagado de malas prácticas que empobrecen a las personas productoras y a las consumidoras
La PAC post 2020 debe ser una herramienta para poner en pie otro modelo de producción, distribución y consumo. Nos jugamos el futuro.
Y es que se trata de un tema clave. La situación es preocupante.
La agricultura y la alimentación suponen más de 44 millones de puestos de trabajo en la UE. Solo el sector agrícola supone 20 millones de empleos. En Andalucía, alrededor del 8% del PIB según señalan las organizaciones agrarias
Frente a esto, los datos de pérdidas provocadas por el Cambio climático: hasta el 25% de los cultivos a nivel mundial están en riesgo; y en el sur de Europa se puede perder hasta el 80% de la capacidad agraria antes de fin de siglo: en tres décadas, cultivos como el trigo o el maíz se desplomarán un 50%.
14 comarcas agrarias en Andalucía entraron en sequía severa en 2019. Mientras, decenas de puntos en nuestro territorio son ejemplo de abusos y gestión deficiente o, cuanto menos, insostenible a medio plazo. En nuestro territorio, el 80% de la demanda de agua se debe al uso agrario. Tenemos los acuíferos en estado de alarma cuando no declarados sobreexplotados como es el caso de Doñana. Y varios municipios con problemas de abastecimiento; muchos más, con problemas de calidad de aguas. Y el regadío no deja de aumentar, incluso para cultivos tradicionalmente menos dependientes del agua (vg, paso del cultivo tradicional del olivar al cultivo súper intensivo)
Tenemos, asimismo, un modelo de producción muy petrodependiente en plena crisis de recursos como el petróleo, cada vez más difícil y caro de extraer: el 27% de los plaguicidas y fertilizantes consumidos en España lo hacen en Andalucía. 30.000 toneladas de residuos plásticos se generan con el cultivo en invernaderos o bajo plástico.
Por otro lado, los cultivos adaptados a la vocación del terreno (secano, tubérculos, etc) han ido disminuyendo las últimas décadas y ahora apenas representan el 7%.
Respecto a la biodiversidad cultivada, cada día perdemos variedades y cultivos tradicionales que permitirían una variabilidad genética suficiente para hacer frente a plagas o cambios en las condiciones ambientales sin comprometer las cosechas. Actualmente solo 150 cultivos alimentan a la mayor parte de la población mundial y solo 12 de ellos acaparan el 80% de la energía alimentaria procedente de las plantas. 4 cultivos: maíz, patata, trigo y arroz, constituyen el 60% de la alimentación.
La pérdida de agrobiodiversidad ha sido dramática en el último siglo. Y no por casualidad este año se realizará una Cumbre sobre Biodiversidad. Hablamos, literalmente, de las cosas del comer. Y, si no, piensen en las hambrunas provocadas por plagas sobre cultivos homogéneos y den valor al trabajo de pervivencia de nuestra variabilidad genética.
En una situación de cambio climático como la que nos encontramos, en Andalucía nuestra realidad es que estamos cada vez más cerca de una desertificación casi total de nuestro territorio en pocas décadas: el aumento de temperaturas llevará aparejado un aumento de la evapotranspiración y, por tanto, de la pérdida de capacidad hídrica. La disminución de lluvias y la pérdida de suelos que permitan absorberla nos lleva a que los acuíferos y aguas subterráneas estén en peor situación cada vez. El uso intensivo de fertilizantes ha provocado problemas serios en calidad de aguas.
Las lluvias torrenciales, combinadas con el abandono de las tierras de vocación agraria (55% de nuestro territorio es superficie agraria útil; pero no es aprovechada en esa proporción) nos aboca a la situación actual de pérdida de suelos en buen estado cuando no, directamente, la erosión de los mismos.
En este contexto, una PAC con vocación de futuro es imprescindible. Hemos de pasar de una PAC que luche contra el cambio climático y busque soluciones de adaptación a sus efectos a una PAC que sea herramienta de transformación y transición ecológica. Sin perder de vista, huelga decirlo, que es la herramienta más poderosa (y así lo marca el propio articulo 39 del Tratado de la UE) para garantizar las rentas de las personas productoras. Y todo ello, abasteciendo de alimentos a la población.
Por ello, y dentro de los debates actuales que se están dando, es necesario poner sobre la mesa cómo articular propuestas que permitan, por una parte, que el sector productivo tenga un futuro, por otra que las personas productoras tengan un presente y, por último, que luchemos contra el cambio climático que nos afecta a todas y donde el papel de la agricultura y ganadería deviene fundamental.
También hemos de responder a necesidades sociales: la incorporación de la mujer con plenos derechos (siempre trabajó en el campo, otra cosa es la invisibilidad y la falta de cobertura que seguimos sufriendo) para luchar contra una injusticia histórica y resolver la altísima masculinización del campo, así como la incorporación de los jóvenes. Las tasas de envejecimiento en el sector asustan: la media está por encima de los 45 años. Medidas de ayudas asociadas a la renta específicas para mujeres, mejorar las existentes para jóvenes o impulsar medidas asociadas a la renta, limitando la percepción de fondos y, por tanto, permitiendo que los fondos existentes se distribuyan mejor y alcancen a mayor cantidad de beneficiarios, son claves para responder a la realidad social del sector.
Otro de los grandes retos es cómo resolver la creciente despoblación. O, lo que es lo mismo, cómo poner en marcha medidas de fijación al territorio que, además, permita combatir el cambio climático y la lucha contra incendios. Y para ello, las ayudas del Pilar 2 de la PAC, combinadas acertadamente con nuevas (o mejores) ayudas asociadas en el pilar 1 puede ser una buena herramienta: apoyo a la zonas con limitaciones naturales o de alto valor ecológico, así como a los servicios ambientales asociados a la actividad agroganadera son un buen punto de partida.
Tampoco podemos pasar por alto los retos de mercado que nos asolan: hemos tenido los últimos años descensos de renta agraria, crisis en distintos sectores (frutas de hueso o el olivar, por poner algunos de los más conocidos), desplome de los precios, brecha abismal entre lo que recibe el productor y lo que paga el consumidor, problemas asociados a aranceles abusivos y afecciones de los distintos tratados de libre comercio y en general distintos problemas en el sector agrario relacionados también con la cadena agroalimentaria. En este sentido, se hace necesario articular medidas contracíclicas y protección de los productores. Entendiendo que, lamentablemente, mientras la agricultura esté sujeta a normas del libre mercado, será difícil garantizar la protección necesaria y que, por tanto, esto solo mitiga algunos de los efectos más perversos.
Y por último, pero profundamente necesario: lucha contra los agricultores de sofá. Hay que tener criterios claros establecidos desde la UE que no permitan margen de maniobra a la hora de definir qué es un agricultor genuino. Mientras esto no se resuelva, seguiremos viendo una brecha abismal entre las distintas aplicaciones de la PAC en los distintos territorios. Y seguiremos sin atender al articulo 39 del tratado de la UE porque la PAC no será capaz de enfrentar el reto de mejorar la renta de quienes trabajan en el sector.
La redistribución de rentas y riquezas en un mandato. No pueden acaparar los recursos quienes ni siquiera cultivan la tierra, mucho menos garantizan servicios ambientales.
No es posible siquiera imaginar un futuro sin la agricultura, la ganadería y la pesca. Hemos de cambiar el modelo de consumo de recursos y que este cambio tiene que venir siempre de la mano de las personas que trabajan la tierra y cuidan el ganado.
El modelo de producción que tenemos es consecuencia directa de una sociedad consumista y de la imposición de una competitividad medida únicamente en parámetros economicistas: producir barato, sin importar los costes sociales, territoriales y ambientales. Y de un sistema agroalimentario plagado de malas prácticas que empobrecen a las personas productoras y a las consumidoras
La PAC post 2020 debe ser una herramienta para poner en pie otro modelo de producción, distribución y consumo. Nos jugamos el futuro.
Coordinadora del área federal de Medio Ambiente de IU
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