La derecha y la creación de problemas artificiales
25/01/20-Nueva Tribuna
La voz latina flatus vocis indica en la
tradición filosófica medieval la acción de emitir palabras sin sentido y
defenderlas como si lo tuvieran. Es, sin lugar a dudas, una de esas
perdurables anatomías psicológicas deformantes de la realidad, que
siempre son un signo de alguna tiranía con pretensiones hegemónicas.
Es algo más complejo que la posverdad, aunque participe de su adhesión al espacio de lo mendaz como constructo de un clima político que crea una realidad ficticia para desde esa oquedad perversa combatir lo inexistente. Es lo que nos quería advertir Woody Allen, en la escena de su película “Misterioso asesinato en Manhattan”, al afirmar. “cuando oigo mucho rato a Wagner me entran ganas de invadir Polonia.” La creación de un clima flatus vocis es siempre la zona de confort de una voluntad autoritaria.
Es lo que padecemos hoy en España con un bloque de derechas cada vez más retardatario, no por novedosos influjos de Vox, sino por una procedencia y un grupo sanguíneo común que les hace compartir una misma cosmovisión ideológica y cuyos matices, cuando los hay, son obra de la necesidad estratégica de buscar alguna desemejanzas en mínimas cuestiones para arrebatarse algún sufragio dentro de una misma clientela.
Todo ello es el franquismo sin Franco, cuyo cadáver se sacó del Valle de los caídos, pero cuya sombra incorrupta aún impregna los cornijales de un Estado que el caudillaje dejó en herencia. Los escritos del marqués de Sade como libros de texto en los colegios públicos, los inmigrantes impenitentes violadores de nuestras hijas y hermanas, los subsidios que se les niegan a los ciudadanos españoles y que se les conceden a los migrantes en cuanto se bajan de la patera, la izquierda cuyo único propósito y programa político es destruir España, es el flatus vocis de esta derecha radical que quiere salvarnos a todos de los inexistentes fantasmas que ellos crean.
Esto conforma una dialéctica envenenada cuya algidez sarcástica concluye en el hipócrita planteamiento de que la democracia se salvaguarda destruyendo los parámetros que la hacen posible. Podríamos decir que lo que pretende el bloque de derechas es una democracia Potiemkin, rememorando cómo antes de una visita de la zarina Catalina II de Rusia, la Grande, Grigori Potiemkin, el favorito, hizo edificar bastidores/fachadas pintadas a lo largo de la ruta de visita de Catalina la Grande, para presentar pueblos idílicos.
El mismo bloque se autodenomina constitucionalista cuando, aparte de la monarquía y una unidad de España que ni siquiera es la constitucional, apenas nada de la Constitución comparten. En realidad, esta derecha es en sí misma el más oneroso déficit democrático, pues carece de un componente básico de la derecha occidental: el antifascismo. Y no sólo es que carezca de este elemento definidor de los conservadores de nuestro entorno, sino que sus orígenes, mediante un franquismo no derrocado, procede de aquellos tormentosos regímenes a los que las democracias vencieron. Los republicanos españoles liberaron París, pero no la capital de España.
La creación de problemas artificiales puede conseguir algo tan perverso como obviar los verdaderos, que precisamente, son aquellos que afectan a las mayorías sociales y contra sus intereses la Constitución es una y otra vez vulnerada. Así, la Carta Magna incluye entre sus artículos el derecho al “[trabajo con] una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo” (artículo 35), a la “asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo” (artículo 41) “a la protección de la salud” (artículo 43), a “disfrutar de una vivienda digna y adecuada” (artículo 47) o a “la suficiencia económica (…) durante la tercera edad” (artículo 50), en la sección Economía y Hacienda (artículo 129), determina que “los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en las empresas y fomentarán, mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas [y] establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción.”
Evidentemente conceptos que no contemplan la precariedad en el empleo, los salarios de hambre, la constricción de las prestaciones sociales, la imposibilidad material de las mayorías del acceso a una vivienda digna, la nula redistribución de la riqueza, el inmoral trasvase de las rentas del trabajo a las rentas del capital, la desigualdad creciente, la extensión de la pobreza, todo ello que se ha convertido en elementos estructurales del sistema económico y que nadie considera inconstitucionales. La democracia puede convertirse en un pueblo Potiemkin, si no concluimos junto a Alexis de Tocqueville, que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia.
Es algo más complejo que la posverdad, aunque participe de su adhesión al espacio de lo mendaz como constructo de un clima político que crea una realidad ficticia para desde esa oquedad perversa combatir lo inexistente. Es lo que nos quería advertir Woody Allen, en la escena de su película “Misterioso asesinato en Manhattan”, al afirmar. “cuando oigo mucho rato a Wagner me entran ganas de invadir Polonia.” La creación de un clima flatus vocis es siempre la zona de confort de una voluntad autoritaria.
Es lo que padecemos hoy en España con un bloque de derechas cada vez más retardatario, no por novedosos influjos de Vox, sino por una procedencia y un grupo sanguíneo común que les hace compartir una misma cosmovisión ideológica y cuyos matices, cuando los hay, son obra de la necesidad estratégica de buscar alguna desemejanzas en mínimas cuestiones para arrebatarse algún sufragio dentro de una misma clientela.
Todo ello es el franquismo sin Franco, cuyo cadáver se sacó del Valle de los caídos, pero cuya sombra incorrupta aún impregna los cornijales de un Estado que el caudillaje dejó en herencia. Los escritos del marqués de Sade como libros de texto en los colegios públicos, los inmigrantes impenitentes violadores de nuestras hijas y hermanas, los subsidios que se les niegan a los ciudadanos españoles y que se les conceden a los migrantes en cuanto se bajan de la patera, la izquierda cuyo único propósito y programa político es destruir España, es el flatus vocis de esta derecha radical que quiere salvarnos a todos de los inexistentes fantasmas que ellos crean.
Esto conforma una dialéctica envenenada cuya algidez sarcástica concluye en el hipócrita planteamiento de que la democracia se salvaguarda destruyendo los parámetros que la hacen posible. Podríamos decir que lo que pretende el bloque de derechas es una democracia Potiemkin, rememorando cómo antes de una visita de la zarina Catalina II de Rusia, la Grande, Grigori Potiemkin, el favorito, hizo edificar bastidores/fachadas pintadas a lo largo de la ruta de visita de Catalina la Grande, para presentar pueblos idílicos.
El mismo bloque se autodenomina constitucionalista cuando, aparte de la monarquía y una unidad de España que ni siquiera es la constitucional, apenas nada de la Constitución comparten. En realidad, esta derecha es en sí misma el más oneroso déficit democrático, pues carece de un componente básico de la derecha occidental: el antifascismo. Y no sólo es que carezca de este elemento definidor de los conservadores de nuestro entorno, sino que sus orígenes, mediante un franquismo no derrocado, procede de aquellos tormentosos regímenes a los que las democracias vencieron. Los republicanos españoles liberaron París, pero no la capital de España.
La creación de problemas artificiales puede conseguir algo tan perverso como obviar los verdaderos, que precisamente, son aquellos que afectan a las mayorías sociales y contra sus intereses la Constitución es una y otra vez vulnerada. Así, la Carta Magna incluye entre sus artículos el derecho al “[trabajo con] una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo” (artículo 35), a la “asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo” (artículo 41) “a la protección de la salud” (artículo 43), a “disfrutar de una vivienda digna y adecuada” (artículo 47) o a “la suficiencia económica (…) durante la tercera edad” (artículo 50), en la sección Economía y Hacienda (artículo 129), determina que “los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en las empresas y fomentarán, mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas [y] establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción.”
Evidentemente conceptos que no contemplan la precariedad en el empleo, los salarios de hambre, la constricción de las prestaciones sociales, la imposibilidad material de las mayorías del acceso a una vivienda digna, la nula redistribución de la riqueza, el inmoral trasvase de las rentas del trabajo a las rentas del capital, la desigualdad creciente, la extensión de la pobreza, todo ello que se ha convertido en elementos estructurales del sistema económico y que nadie considera inconstitucionales. La democracia puede convertirse en un pueblo Potiemkin, si no concluimos junto a Alexis de Tocqueville, que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario