Las cosas de comer
Ha dicho Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, que, después de echar cuentas, a los empresarios que representa les ha empezado a recorrer un sudor frío por el espinazo, que es la manifestación física del miedo. ¿Que por qué están espantados nuestros más activos emprendedores? Pues porque las propuestas que han escuchado desde el Gobierno les suman 25.000 millones de gasto y sólo 6.300 millones de ingresos, y ellos, que tienen sentido de Estado y son leales a más no poder, están obligados a elevar la voz para advertirlo, no vaya a ser que la deuda y el déficit público se desboquen y luego a ver quién les echa un galgo. “Con las cosas de comer, no se juega”, ha sentenciado Don Antonio en plan madre.
La patronal ha hecho todo lo que estaba a su alcance para impedir la actual coalición de izquierdas, empezando por pedir en su día un Gobierno del PSOE con Ciudadanos, pero ante lo inevitable ha empezado a confraternizar con el ‘enemigo’, ya sea reuniéndose con Unidas Podemos para comprobar si el supuesto demonio tenía rabo, proclamando la legitimidad del Ejecutivo y, finalmente, pidiendo ser consultados antes de que se tome cualquier decisión. En definitiva, pretenden minimizar sus daños haciendo que todo pase por la mesa del diálogo social, lo cual no asegura ningún acuerdo pero, al menos, consigue que cualquier medida se eternice en el tiempo.
Debería saber Garamendi que en los últimos años aquí no se ha dejado de jugar con las cosas de comer de millones de españoles, que han perdido sus empleos mientras se jibarizaban las indemnizaciones a las que tenían derecho, han sufrido la eliminación de subsidios, han visto congelados o reducidos sus salarios o el poder adquisitivo de sus pensiones, han visto evaporarse las ayudas a la dependencia, han tenido que empezar a pagar por sus medicamentos y han afrontado la subida de sus matrículas universitarias y el recorte de las becas. No jugar con las cosas de comer consistió entonces en que la mayoría ayunara para que otros siguieran comiendo a dos carrillos, a mayor gloria de ese interés general que para los representados de Garamendi es sinónimo de sus propios intereses.
El miedo de la CEOE es tan selectivo que aterra. No se puede estar alarmado por el agujero de la Seguridad Social y reclamar al mismo tiempo que bajen las cotizaciones empresariales, de la misma manera que resulta llamativa la preocupación por el déficit público cuando se exige una menor presión fiscal, aunque esta siga varios puntos por debajo de la media europea. Defiende la patronal una curiosa ley del embudo. Nunca es momento para resarcir a las víctimas de la crisis. ¿Subir los sueldos para aumentar el consumo y asegurar las pensiones? No, porque eso nos hace menos competitivos con China. ¿Mejorar las pensiones con el IPC? La ruina. ¿Elevar el salario mínimo? Ni de broma, porque fomenta la deslocalización de empresas y la economía sumergida, pese a que la propia CEOE se ha comprometido a que ningún convenio esté por debajo de 1.000 euros en 2020. Flexibilidad, oiga, flexibilidad. Esa es la receta y dejar que el mercado en su infinita sabiduría ponga las cosas en su sitio.
Nadie discute que las empresas, especialmente las de menor dimensión, han sufrido los embates de la crisis, pero también es verdad que sólo ellas han encontrado árnica y paños calientes a sus males. De flexibilidad nos hemos hinchado con la reforma laboral que aprobó el PP y que ahora se pretende derogar, sin que pueda demostrarse que contribuyera a la creación de empleo ya que la mejora de las estadísticas laborales coincidió con el inicio de la recuperación económica allá por 2013. Lo que sí es constatable es que la reforma facilitó y abarató los despidos, provocó una devaluación salarial sin precedentes, acabó con la negociación colectiva al poner el mango de la sartén y del resto de las cazuelas en manos de las empresas, elevó la temporalidad e hizo santo y seña de la precariedad con la institucionalización de esos contratos basura tan del agrado de la presidenta madrileña Díaz Ayuso, una rediviva Agustina de Aragón que ha hecho temblar los cimientos de la teocracia saudí al prescindir del pañuelo en la cabeza.
Tiene miedo, por tanto, la CEOE a una nueva regulación laboral que les impida jugar con las cartas marcadas, que es lo que ha venido haciendo en los últimos tiempos. Contrasta ese miedo con el interés de los mercados por la deuda española, que en la primera emisión, ya con el Gobierno bolivariano y comunista en acción, recibió una demanda récord y captó 10.000 millones a diez años al menor tipo de interés de la historia y otros 5.000 millones en letras a intereses negativos.
¿Miedo? El mismo de los verdugos, a los que ya decía Sartre que era fácil reconocer porque lo llevaban dibujado en la cara. Miedo a que se supriman sus ventajes fiscales, a que se les acabe el chollo del despido libre encubierto, a que los beneficios de sus patrocinados sean algo menos escandalosos, a que el país tape el agujero de su recaudación fiscal y equipare sus ingresos por IRPF, IVA y Sociedades a la media de la UE. Miedo a que el crecimiento, aun ralentizado, alcance a todos. Lleva razón Garamendi en que con las cosas de comer no se juega. Ya va siendo hora de que sea así.
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