Hola, ¿está el PSOE?
La reforma del Código Penal apuntando a la rebaja de las condenas por delitos de sedición o el delirante episodio del ministro Ábalos con el descenso y ascenso en aeropuerto español de la vicepresidenta de Venezuela son lo mínimo que puede pasarle a un Ejecutivo rodeado por una oposición histérica y sin más rumbo que los tribunales (la de PP y lo que queda de Ciudadanos) y otra con las líneas de demolición de la democracia muy claras (la de la ultraderecha de Vox)
Frente a todo esto, el presidente Sánchez reivindicó este lunes en la reunión de la Ejecutiva del PSOE los dos primeros e importantes pasos ejecutados por su “progresismo” de gobierno, la revalorización de las pensiones y la subida del salario mínimo interprofesional con -¡oh, sorpresa!- el aval de la CEOE.
Pero lo que pudieran ser considerados dos errores de comunicación garrafales, tanto en el asunto del Código Penal como en el de Venezuela y el ministro de Transportes, constituyen, en realidad y admitiendo una torpeza impropia, el síntoma de una cuestión de mayor profundidad y calado que también va a acompañar al partido mayoritario de la coalición durante esta legislatura. Una dolencia interna que puede hacer más daño al Ejecutivo que todas las polémicas agrandadas por el trastorno agitador de la derecha y sus corifeos si no logra centrarse en una estrategia transparente y aislada del estruendo de la crispación.
Las rémoras de un PSOE que busca su sitio “progresista”, por un lado, y, por otro, la confusión con sus esencias, mensajes e intenciones del pasado han sido la causa del desconcierto en Ferraz estos días, algo mareados también por el bombardeo exterior de la siempre escandalosa derecha.
Pese a citar los casos del Código Penal y de Ábalos, ha habido otras controversias (Dolores Delgado, el pacto con ERC, la autorización de una consulta, la cita con Torra, el plantón a Guaidó…) que obedecen exactamente a la misma cuestión de fondo: la ruptura compleja de un Gobierno con el pasado de su partido, desde el más remoto (Felipe González) al más reciente: el de su líder hoy presidente; el pasado de la campaña electoral de Sánchez para las elecciones del 10 de noviembre.
En todos estos casos, hay dos denominadores comunes que excitan a una derecha incapaz de ir más allá en sus propuestas de futuro: Catalunya y Venezuela. Qué mejor que el “España se rompe” y “los socios de Maduro que gobiernan con el PSOE para convertir España en Venezuela” para patalear, echar espumarajos por la boca e ir a llorar y suplicar al Poder Judicial -el del PP que se niega a su reforma- para que les ‘afine’ una oposición que rozaría la comedia barata si no habláramos de derechos políticos, humanos y democráticos.
Si de paso, y en medio del griterío, el PP consigue tapar sus vergüenzas en forma de pactos con Vox, el partido de la inhumanidad, mejor que mejor. Ésa es hoy la alternativa al Gobierno; ése es el PP de Casado echado al monte sin guía, sin brújula, con su perrito faldero Cs y sin políticas propias más allá de hacer la ola a las censuras parentales y otras ‘fascistadas’ de Abascal y compañía.
No somos imbéciles
El Ejecutivo tiene que hablar y explicarse. El PSOE, también. Tratar a la gente como a imbéciles que no se enteran de nada o no sabrían entender a su Gobierno solo redundará en la desconfianza y el alejamiento de los votantes y bases, que dieron su apoyo a Sánchez tanto en las primarias contra Susana Díaz, como el 28-A y como el 10-N, exactamente para lo que ha hecho: pactar un Gobierno de coalición progresista con Unidas Podemos, hacer vicepresidente a Pablo Iglesias y ministros/as a su equipo y lograr el entendimiento, al menos, con una parte del independentismo que apoyó el 1-O como sucedáneo de un referéndum negado “porque lo dice la ley”, pese al 80% de apoyo a esta consulta en Catalunya. Una negativa, aquella de Rajoy y Sánchez, sin diálogo, negociaciones políticas o intento de seducción del Estado. Una negativa de espaldas a la mitad de Catalunya más quienes reivindicaban su derecho a votar. Esas personas que solo pedían urnas sin porrazos y hasta eso les fue negado.
Sánchez, sobre todo, debe cuidar su relación con la opinión pública y no pedir un ejercicio de fe a sus bases, votantes y otros potenciales. Ha de explicar que quizás el PSOE, España y la UE se precipitaron en designar a Guaidó “presidente encargado” -hoy parece que de nada- mientras la ONU, por ejemplo, sigue considerando a Maduro el presidente legítimo de Venezuela por un pequeño e incontestable detalle: es el que ganó las últimas elecciones, guste o no.
El presidente del Gobierno tiene que contarnos por qué ha cambiado de estrategia con respecto a la sedición, esa figura con tufo a Reconquista, como su hermana mayor la rebelión. Tiene que explicar, por ejemplo y como hacen sus colaboradores con argumentos razonables, que ese delito es una anomalía en la España del siglo 21 que pretende erigirse como el país referente de derechos y libertades en Europa y hasta en este mundo de neofascismos rampantes. Sánchez tiene que admitir que los españoles le pusieron al frente del Gobierno para resolver el nudo catalán que ata a toda España y que, tras haber escuchado personalmente al otro lado, el del independentismo (mandamiento primero de la Política, “escucharás al de enfrente”), ha entendido que con presos en la cárcel por intentar dar cumplimiento a un programa electoral legítimo, no se puede avanzar. Presos y presas que, además, siguen siendo los líderes políticos y morales de los catalanes independentistas y el partido que aupó al PSOE al Gobierno, Esquerra Republicana.
Hay muchos asuntos que el jefe del Ejecutivo debe contar a los españoles, con transparencia y humildad; abstrayéndose del ruido estrepitoso, faltón e infantil de la derechona y gobernando en busca de ese apoyo social silencioso que le garantizan medidas como el incremento del SMI o la revaloración de las pensiones, en línea con el objetivo primero de justicia social que debe regir todas y cada una de las políticas del Ejecutivo para acabar con la desigualdad territorial, de género, medioambiental y laboral en España.
Pedro Sánchez tiene que contarnos muchas cosas. Pero sobre todo, tiene que contárselas a sí mismo; demostrarnos que se las cree y no actuar como un presidente soberbio por su confianza en la fe ciega o acobardado por los gritos de la masa reaccionaria, da igual. Como el Gobierno en pleno, incluida Unidas Podemos hasta donde pueda llegar, el presidente tiene mucho que contarnos; igual que el PSOE que lidera, que este PSOE “de izquierdas”, como le llaman ufanos. Y dejen a la oposición que berree.
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