Perfil
Alberto Garzón, el estudiante que escupió al dogma económico
El secretario general de IU ha sido nombrado
ministro de la nueva Cartera de Consumo, responsable, entre otras cosas,
de la regulación sobre las casas de apuestas
Andrés Villena
Alberto Garzón
Luis Grañena
Luis Grañena
13 de
Enero de
2020
En 2006, el ‘Fin de la Historia’ decretado en 1989 se extendía
también a la Ciencia Económica. En sus facultades, Rodrigo Rato
representaba un referente milagroso para ‘arreglar’ países, como
entonces hacía desde el Fondo Monetario Internacional. Esta miopía
interesada había permitido al banquero Mario Conde ser el mito
financiero previo al exministro que ahora habita en Soto del Real. En
tierra de constantes dogmas, los dioses se hacen necesarios.La Facultad de Económicas y Empresariales de la Universidad de Málaga
celebraba en enero de aquel año, 2006, una conferencia de la socióloga
marxista Marta Harnecker. Entre la audiencia, aparte de los de siempre,
llamaba la atención un personaje nuevo: un chaval insultantemente joven y
de extrema delgadez que repartía entre los asistentes un pequeño
panfleto de medio folio en blanco y negro. Por una vez en estos
círculos, su mensaje no llamaba a una concentración contra los crímenes
sionistas –especialmente sangrientos aquel año–, ni contra la monarquía
borbónica, ni siquiera contra las políticas neoconservadoras de George
W. Bush.De haber sido así, me hubiera hecho con el panfleto sin apenas intercambiar impresiones con su repartidor, Alberto Garzón Espinosa, un malagueño procedente de La Rioja que vivía con sus padres en la localidad costera de Rincón de la Victoria. En aquellas octavillas que repartía, Garzón presentaba algo que me pareció tristemente original: una asociación universitaria dedicada a fomentar el aprendizaje teórico y práctico de la Economía a través del estudio de las distintas doctrinas económicas, con especial énfasis en aquellas que los planes docentes no habían considerado prioritarias.‘Economía Crítica Málaga’ no logró derribar el dogma universitario dominante –la crisis de 2008 apenas lo ha hecho tampoco–, pero, pese a carecer de medios, se convirtió en un refugio para aquellos estudiantes que percibían el peso alienante de unas clases en las que la formalización matemática y la unilateralidad de los supuestos teóricos hacían más práctica la memorización que el aprendizaje. Economía Crítica sirvió como modesto dique a ese ‘pragmatismo craneoencefálico’ estudiantil, pero también como punto de reunión de una serie de economistas que ahora destacan en algunas universidades y centros de pensamiento.
Garzón, a veces, una desconcertante combinación de testarudez y de escucha atenta, era un conversador entusiasta con el que el debate, si bien inacabable, resultaba enriquecedor. Empeñado en saber y cansado del dogma lectivo de ese ‘Hombre unidimensional’ universitario del que nos alertara Herbert Marcuse, ocupaba casi siempre el mismo sitio en la biblioteca de la facultad, donde devoraba bibliografía obligatoria y alternativa a la que se le exigiría en los exámenes.No era un hombre de Matrícula de Honor, ni de trabajos voluntarios, ni siquiera de encendidos debates en clase. Recordaba, más bien, al personaje autodidacta de La náuseade Sartre, amotinado en una gigantesca sala de libros, rodeado por estudiantes que, al estar dedicados exclusivamente a memorizar sus apuntes, no podían entenderlo.
De esta singular actitud quedan anécdotas que merece la pena recordar ahora: la primera, su afición a la lectura de Jean Baudrillard, autor de varios textos situacionistas, pero también de La sociedad de consumo, un ensayo sobre la complejidad y los infinitos significados de un fenómeno social que Garzón va a gestionar desde una posición de máxima responsabilidad.
La segunda de las historias nos remite, de nuevo, a su cabezonería: en un examen en el que se pedía a los estudiantes la formalización de un modelo matemático que demostrara que los planes de pensiones privados presentaban cuantiosas ventajas con respecto al modelo de reparto vigente, Garzón respondió con una explicación argumentada, pero bien diferente a la exigida. El papel de su ejercicio se perdió.
Garzón dio sus primeros pasos en la investigación científica al lado del maestro Juan Torres López –otro economista profundamente multidisciplinar, empeñado también en que la mayoría pudiera comprender los fundamentos de la Economía– en la Universidad de Sevilla. Por aquel entonces, ambos formaban parte del Consejo Científico de la organización Attac, promotora de un impuesto a las transacciones financieras, que será de aplicación por parte del gobierno entrante, y una de las entidades impulsoras de lo que posteriormente se denominaría el Movimiento 15M.
Todo fue muy rápido a partir de ahí: su escaño de diputado por IU –donde había militado desde que vestía con pantalones cortos– en diciembre de 2011 le precipitaría a gestionar la eterna crisis y regeneración de una organización, Izquierda Unida, donde la antigua familia madrileña –implicada en parte en el escándalo de CajaMadrid– le acusaría de su injusta expulsión y escarnio; algunos dirigentes históricos, como Francisco Frutos, consideran que Garzón ha vaciado de contenido el proyecto comunista gracias a su connivencia con el populismo de Podemos; otros antiguos secretarios generales, como Gaspar Llamazares y Cayo Lara, tampoco han agradecido especialmente su progresión meteórica. Como irónico colofón a esta etapa de fontanería forense, otro convencido comunista como el locutor Federico Jiménez Losantos le felicitaría por haber llegado más lejos que Franco en su persecución de las siglas del PCE. Unas siglas que, no obstante, han de ponerse en movimiento para no quedar definitivamente oxidadas. Alberto Garzón tiene bien claro que la izquierda en estos tiempos líquidos y de cuestionada soberanía nacional tiene que adoptar posiciones estratégicas para demostrar que la gestión no es solo cosa de aquellos hombres y mujeres grises que tan bien memorizaban a su lado en la biblioteca.
El reto de hacer que el juego sea solo un juego La cartera de Consumo representa una oportunidad para transformar la realidad, más allá de las chanzas editoriales de periodistas con más prisa que curiosidad, que se refieren a un ministro comunista decidido a acabar con uno de los principales motores del sistema capitalista. El Ministerio que se constituye en pocos días y que Garzón presidirá importa las competencias regulatorias sobre juego que antaño controlara el poderoso Ministerio de Hacienda. Controlar los excesos de un sector especulativo por definición no solo depende de tener ciertas ideas muy claras y buenas teorías que las fundamenten. El nuevo ministro se encuentra en el Rubicón: la labor de seleccionar un equipo de técnicos especializados, bien conectados entre sí, así como con otras áreas ministeriales y, además, en contacto con la industria del juego, es el primero de sus retos. La élite funcionarial que apenas se modifica con los cambios electorales representa, en esta etapa, un arma de doble filo: son muchos los altos funcionarios –inspectores de Hacienda, economistas del Estado o administradores civiles– los que estarán dispuestos a ejercer de mecánicos estatales para imprimir cambios duraderos.
Enfrente le espera el lobby,ese compendio de altos funcionarios de vuelta, de grandes empresas organizadas en patronales y grupos de presión y de bufetes litigadores con personal importado de las tripas jurídicas del Leviatán. El mejor ejemplo de todo ello quizá sea el exministro de Justicia Rafael Catalá Polo, administrador civil del Estado, asesor de la gran empresa de juego y apuestas Codere, miembro de la Fundación Atlético de Madrid y socio de un bufete de abogados excelentemente situado. Su remuneración es acorde a sus funciones: en la última legislatura de Zapatero, cuando se elaboraba la Ley de Juego, Catalá protegió los intereses de Codere con la colaboración de la consultora Equipo Económico, fundada por los hermanos Montoro e integrada por diversos técnicos fiscales y comerciales, en su mayoría procedentes de la Administración. De nuevo, funcionarios expertos de ida y vuelta, sustancia del poder en red de la élite española.
Ante estos círculos de influencia solapados en consejos de administración, alta burocracia y apellidos repetidos –con los grandes medios de comunicación regados por una publicidad sobre juego y apuestas que han hecho que este sector esté cada vez más presente–, las metas de este economista no serán precisamente fáciles. Nunca lo han sido: si ha logrado convencer a muchos de que la economía convencional tiene más de política que de axiomas científicamente comprobados, y si su testarudez se mantiene en la forma de antaño, quienes, hasta ahora, han hecho de las Administraciones Públicas una palanca para multiplicar sus plusvalías, encontrarán dicha barrera un poco más difícil de bajar en la presente legislatura. Y quizá tengan que pagar alguna que otra tasa para hacerlo.
Autor
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Andrés Villena
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