jueves, 26 de noviembre de 2015

Terrorismo psicológico


Desde la oscuridad infectaban el aire
poseían las mentes más precarias
haciéndolas rehenes de toda la miseria
de este mundo
Desde la oscuridad les engañaban
con promesas de gloria, de triunfo
y esplendor que nunca rebasaba
un pagaré raquítico y obsceno. Los usaban
igual que un cenicero
o en plan contenedor
para que las cenizas y la mugre
de cada tropelía cayeran sobre el coro
de abducidos;
pensaban que esconderse en la miseria ajena
de la voracidad y el vericueto
borraba cada huella del delito. Pero no.

En la pantalla inmensa de la luz
estaban contenidos sus rostros y sus cuerpos
detallados, contados y medidos,
su locura insensata.
Expuestos y al alcance de cualquiera
que irradiase la luz de los despiertos.

Sin que ningún poder lo controlase
un boomerang de hielo retornaba
sobre la gran patraña de los muertos
sin alma. Los podridos.
Todas las amenazas que lanzaron
sobre los inocentes
cayeron sobre ellos como torres en ruinas.
En el último día. Así acabó el futuro
en un momento. Igual que una erupción.
Imprevisible. Como lo fue en Pompeya.

Entonces sin ficciones ni sordina
sin dramas inventados
sin dinero por medio ni promesas
de fondo baladí
sin balas y sin daños adosados
al fin, cuando todo acabó del mejor modo
pudo escucharse, al fin, en la alegría,
el poema que escribe la inocencia
con el ritmo que danza  el Universo.

Quien mata siempre muere masacrado
por el mismo armamento de su propio diseño
y quien quiere matar
también quiere morir en el intento
y si en ello se obstina, lo consigue.
No es una maldición
sino la consecuencia de un entuerto
miope y desnortado
que considera vida rebosante
lo que sólo está muerto.
Y enterrado. O congelado.
O incinerado. O pasto favorito de gusanos y larvas.
Que muchas son las formas
con que madre materia nos demuestra
lo que es capaz de hacer
cuando el alma abandona un cuerpo humano.

Poco le vale al listo su destreza
para engañar mejor y con más rango,
si por más que se esmere en gaya ciencia
de trampas y de engaños,
acabará lo mismo que el más zafio.

Sólo el amor conoce la sustancia
la naturalidad de la ternura
y el don inigualable de su gracia
que convierte el dolor en alegría,
que entiende la miseria y su cochambre
y no se escandaliza ni avería,
será, tal vez será
porque con el ovillo de la noche
el amor con sus manos de madre
teje el día.



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