miércoles, 25 de noviembre de 2015



La taberna de "Costa Jamaica"

                                      (a Maritiña, in memoriam)


Aún me despierta a veces
aquella voz de fumadora triste
entre muebles Imperio y abandono.
Imagino sus dedos afilados en brillo carmesí,
los vapores viscosos de ambientador, chaneles
y tinto de Rioja; aquel mirar huído
de fragata y espectro,
resaca encuadernada en nicotina
y el ancaje marfil de la mañana
cubriendo de ceniza los marcos de carey.

Hacia las dos, con mimo y sentada al piano,
bajo el sol del salón empapelado
repetirá el flagelo de cada soledad
con ritmo de Chopin y pasodobles.
Y luego bajará las escaleras
con pie titubeante y voz de ficus
para buscar consuelo entre réquiem y kleenex
dejándose la agenda del olvido
en el supermercado
y sofocando a medias otra noche de horror,
delirium tremens, tacos y padrenuestros
con sorbos de coñac y tanto miedo al miedo
que el suelo y las paredes del insomnio
se vuelven compasión y la sostienen
hasta que llega el alba y ella vuelve a pintarse,
a enmascarar la nada en el lugar de nunca.

Canta de cuando en cuando al abrir el balcón
y es en sus tonadillas tristes y atemporales
de guiño disidente,
donde suele contar eso que nunca dice
y la va suicidando desde dentro.

Es en esos momentos patéticos y hermosos,
privados de pudor y cortesía,
cuando se vuelve eterna sin saberlo,
se desnuda de pronto, se limpia y se agiganta
mientras riega un helecho en el patio interior.

No hay comentarios: