martes, 17 de noviembre de 2015

La rebelión de Teresa


Antonio Avendaño / 17 nov 2015
Teresa Rodríguez, en el Parlamento andaluz, donde cuenta con el apoyo casi unánime de los otros 14 diputados de Podemos.Teresa Rodríguez, en el Parlamento andaluz, donde cuenta con el apoyo casi unánime de los otros 14 diputados de Podemos.
Podemos Andalucía está roto. La ruptura no ha llegado todavía de manera formal a los órganos de dirección del partido pero materialmente ya están configurados dos bloques antagónicos que la confección de las listas electorales para el 20D ha convertido en irreconciliables: uno lo encabeza el secretario nacional de Organización, Sergio Pascual, y el otro Teresa Rodríguez, secretaria general de Podemos Andalucía y portavoz del grupo parlamentario, 13 de cuyos 15 miembros han firmado una declaración de rechazo a la designación de la sevillana Marta Domínguez como cabeza de lista por Córdoba y de apoyo a Antonio Manuel Rodríguez, a quien respaldan las bases cordobesas.
La declaración de Córdoba es en realidad una declaración de guerra, aunque no menos declaración de guerra que la firmada por Sergio Pascual al violentar la voluntad de las bases del partido y los resultados de las primarias, cuyo diseño deliberadamente ventajista al quedar referenciadas todas las votaciones a una circunscripción nacional única ha dado a la dirección central del partido, a la hora de elaborar las listas, un margen de discrecionalidad que bordea la arbitrariedad.
Como decía aquel desilusionado falangista al ver las miserias del régimen franquista al terminar la guerra civil, “esto no es lo que soñó José Antonio”.

UNA CUESTIÓN DE LEALTAD
Aun sabiendo lo que tenían de controvertidas y de poco democráticas sus decisiones, Sergio Pascual ha decidido correr el riesgo de rebelión interna que se derivaba de ellas precisamente para evitar que suceda en el Congreso lo que ahora sucede en el Parlamento andaluz: que el grupo parlamentario es leal a Teresa Rodríguez y no a él y a la dirección nacional que encabezan Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.
Ahora bien, el precio que Pascual está pagando por los errores cometidos en la elaboración de las candidaturas empieza a ser demasiado alto. Ningún partido puede soportar la rebelión de un grupo parlamentario tan numeroso y determinante con el andaluz contra su dirección orgánica, y mucho menos puede soportarla si esa rebelión está encabezada por la cabeza visible del partido en el territorio y –todavía– su principal activo electoral.

SÍNTOMAS Y MALES
Lo cierto es que la dirección nacional del partido, del que Pascual es una pieza importante pero no decisiva, ha cometido errores de bulto e improvisaciones de libro en el proceso de elaboración de las candidaturas: desde el fallido fichaje de Javier Pérez Royo, a quien se asegura que Pascual no quiso ceder su puesto de número uno por Sevilla y ello desencadenó finalmente la renuncia del constitucionalista, hasta el empeño de mantener como cabeza de lista por Jaén a un candidato con condena de cárcel por agresión a un concejal o las maniobras de última hora para recolocar cuneros en Córdoba, Huelva o Almería.
Sergio Pascual sale, obviamente, muy erosionado de este proceso, aunque ese hecho, con ser importante, no es el más importante. La erosión de Pascual es más bien el síntoma de un mal mayor que es el alejamiento cada vez más pronunciado entre Teresa Rodríguez y el núcleo duro de la dirección federal del partido.

AQUELLA LEJANA INVESTIDURA
Las diferencias entre ambos no son nuevas: de hecho, comenzaron casi al día siguiente de las elecciones andaluzas de marzo de este año, cuando Madrid era más bien partidario de facilitar la investidura de Susana Díaz mientras que Sevilla veía las cosas de otra manera y, con razón o sin ella, impuso finalmente su criterio.
Esa decisión estratégica –o error de cálculo– de Rodríguez de poner a la investidura de Díaz un precio tan alto que los socialistas no pudieron o no quisieron pagar abrió entre el PSOE y Podemos un abismo que Madrid considera perjudicial para los intereses generales de la formación morada, pero que Teresa Rodríguez y los suyos atribuyen exclusivamente a la incontenible soberbia de la presidenta andaluza.

SE ACABÓ LA GUERRA FRÍA
Todas diferencias, resquemores, sospechas y desconfianzas han venido siendo, mal que bien, gestionadas con prudencia y discreción por ambos bloques durante todos estos meses, pero la accidentada confección de las listas ha encendido los ánimos y hecho saltar por los aires el modelo de guerra fría mantenido hasta ahora: el criterio de Sergio Pascual a la hora de designar a ‘sus’ candidatos ha sido interpretado por las huestes de Teresa Rodríguez como una agresión en toda regla a la que se han visto obligadas a responder contundentemente lanzando sobre territorio enemigo ese misil de largo alcance que fue la declaración parlamentaria –firmada también por el cineasta Benito Zambrano o el exfiscal Jiménez Villarejo– en apoyo del candidato de Córdoba decapitado por Pascual.
Se trata de una nueva versión, en realidad de la enésima versión del enfrentamiento de toda la vida entre jacobinos y autonomistas, entre unionistas y confederados, entre el rey y la nobleza, entre el monarca y las cortes. Los contendientes son nuevos pero la guerra, como todas las guerras, es vieja.

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