Siempre me he preguntado, desde niña,
por qué razón celebran los cristianos
una Semana Santa tan feroz
rebosante de daños y crueldades
opuestas a Jesús el Nazareno,
a la misericordia y a la gracia,
y una Pascua tan breve,
si la resurrección es el camino
que se abre tras la muerte
y es la maldad el resto de lo viejo que invalida
el camino de la liberación.
Esa crucifixión es un delito, una barbaridad,
una vergüenza
una herida perenne en el alma dormida
de esta especie
más humana de nombre que de esencia
y que tan solo duela lo que le hicieron a Jesús
sin que tenga importancia
cada crucifixión a los que sufren cada día
las mismas injusticias delirantes
y además el olvido absoluto,
muertes empaquetadas en lotes de miseria
que nace del silencio y de la indiferencia
ante el dolor de quienes no son nadie
en nuestra historia y sin embargo
hermanos ignorados.
¿Y si todo ese lujo de desfiles,
con tanta procesión, tanta saeta,
tantos pasos y velas, tantas flores
y tanta devoción de temporada
pudieran transformarse en amor de verdad
para limpiar basuras de egoísmo,
dando cobijo y casa a los sin techo,
a los que lloran sin posible consuelo,
a los que nunca tienen un rincón
en que reconocerse como humanos,
que carecen de luz en las cañadas,
de escuela, de trabajo, de médico y cuidados,
de suelo que pisar,
y viven celebrando bajo un puente
tanto la Navidad como la Pascua?
Sin poderlo evitar me sigo preguntando
¿Qué diría Jesús
si llegase de pronto a una misa del gallo
con la feligresía
en plena indigestión tras el cenorrio
de marisco, licores y turrón
recordando su pobre nacimiento en un establo
o en cualquier Viernes Santo (como será mañana)
litúrgico y banal, hecho costumbre chupy-vacacional
de oxímoron tan bien asimilado que ya nadie
se inmuta ni reacciona
con tres días de tinieblas jaraneras
y un ratico de Pascua repentina,
como un juego de magia,
(santa banalidad, quizás, urbi et orbe)?
Y no puedo evitar esa pregunta infame
irreverente y aguafiestas
que surge intempestiva y descarada:
Si con los mercaderes en el patio del Templo
se armó la que se armó
¿Qué diría Jesús ante este panorama?
Aunque, seguro, que tras el primer choque
con el trauma y al vernos tan perdidos en la mugre
veintiún siglos después de su llegada
a un mundo como este,
al que lavar sorderas, negruras y legañas,
volvería a invitarnos a seguirle
para repetir curso una vez más
haciendo realidad codo con codo
y sin fanfarria
las Bienaventuranzas...
A ver si en la repesca
los náufragos superan la resaca.
El amor infinito es así,
y Jesús el testigo que vino a confirmarlo
y se quedó a vivir entre nosotras
en medio de la noche más oscura,
hasta que llegue el alba.
El amor infinito es así,
aunque se acabe el mundo
mientras la llama arde y derrite la cera
que separa materia de energía,
la vida sin excusas que no conoce peros
ni claudica
nunca pierde la luz de la esperanza.
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