Las penas con cañas son menos
"Cada mañana se pelea, hay grandes distancias, el nivel adquisitivo de la ciudad es complejo en muchas ocasiones... porque es una ciudad y una comunidad donde se paga mucho y el precio de las viviendas lo es (...) Es una vida difícil (...), pero es una vida apasionante porque en Madrid, después de un día trabajando, un día sufriendo, nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros, con nuestros amigos, con nuestra familia. A la madrileña". Todo sic.
Como los callos, bien guisaditos tras 10, 12, 16... horas de trabajo, ¿quién no tiene dinero y ganas de una caña? ¿Las personas que integran las llamadas "colas del hambre" frente a comedores sociales? Ésas no cuentan, no existen: son "colas de mantenidos" fabricadas por la izquierda (solo es casualidad que sea la derecha de Gürtel y Púnica la que lleve 26 años gobernando en Madrid) para garantizarse el voto. La ecuación que llega a este resultado es sencilla: la izquierda, el socialcomunismo, como guste llamársele, genera pobreza para que la gente tenga que vivir de sus ayudas (las que da la izquierda) y así les voten siempre, porque si gana la derecha, obligan a estos "mantenidos" a trabajar y se les acaba el chollo de ir a buscar comida gratis. ¿Lo entienden?
Todo esto, todo y más, lo ha dicho la presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata del PP a repetir en el mismo puesto, Isabel Díaz-Ayuso, este fin de semana de inicio de campaña entre aplausos de sus votantes. Porque sus votantes, con dinero para cañas o no, no quieren oír más lamentos: sobre desempleo, sobre muertos, sobre contagiados, sobre salarios de miseria, sobre recortes, sobre subidas de impuestos progresivas, sobre desigualdad, sobre hambre infantil, pobreza, ancianos desatendidos, falta de sanitarios/as o sobre cierres de hostelería o bares. Se acabó. It,s over. C'est fini, como se dice ahora por el centro de Madrid.
Los/as madrileños -al menos, los que votan al PP trumpista- quieren salir de trabajar y tomarse una caña con sus amigos, con su familia o solos; da igual, y que la caña se tire en un bar, no en casa. Lo importante es La Caña y la declaración de Ayuso con la que se empezó este texto es, probablemente y pese a la aparente boutade, la que mejor ilustra la efectividad de su pensamiento (o ausencia de), el éxito de su estrategia de campaña: el falso bienestar individual. No es casualidad, tampoco, que hace ya dos años, las juventudes de Vox optaran por difundir su ideología, sacarla de las catacumbas, con atractivos mítines en bares y discotecas de céntricos barrios llamados Cañas por España a los que acudían raudos sus líderes (Abascal, Ortega-Smith, Espinosa de los Monteros,...) y donde no faltaban ni la cerveza ni las banderas. ¿Qué importa el resto de la vida si hay cañas y hay banderas de España? Y la izquierda pretender arrebatar todo eso a los madrileños: cerrar los bares y descuartizar la bandera. Hacerlos infelices, "mantenidos", freírlos a impuestos, entrar en sus colegios a decirles cómo tienen que educar a sus hijos y, sobre todo, a sus hijas... Unos tristes, que ni cañas toman.
De la entrevista que Miguel Bosé dio a Jordi Évole hace varios días en el programa Lo de Évole, solo hay una frase en la que me pareció que el artista se estaba recuperando de sus males conspiranoicos, aunque luego lo estropeara diciendo que se había curado de décadas de múltiples y graves adicciones un día subiendo unas escaleras, como Saulo-Pablo al caer del caballo. Bosé dijo al entrevistador de La Sexta que "Las drogas son una ficción". Entendí por unos segundos que el cantante y compositor aludía a que la creatividad, la genialidad, la lucidez, el ingenio... que se achacaba al consumo desaforado de alcohol y otras drogas de muchos grandes creadores de la historia era una ficción, puro romanticismo que rodea a destacadas figuras de todos los ámbitos cuyas adicciones son idealizadas. No era eso, me di cuenta después; pero la frase sigue siendo buena.
El discurso de Ayuso este fin de semana -venga con las cañas, las terrazas y los callos "a la madrileña"- me hizo pensar en esa ficción que son las drogas, y que no necesariamente tienen que ser al alcohol o a sustancias psicotrópicas (basta con comida o sexo, por ejemplo, para encubrir problemas muy complejos). También hay campañas electorales y discursos políticos que son pura ficción, como el de la presidenta de Madrid, y que encajan a la perfección con quienes se niegan a ver problemas a su alrededor o los ven y se niegan a reconocerlos porque no van con ellos. Gente que, por ejemplo, aplaudía a los sanitarios/as el año pasado dejándose hasta las uñas, pero se opone a que se suban impuestos progresivos para que estos profesionales (que no, mártires) se puedan recuperar con más medios, salarios y contratos. O esa otra gente que prefiere que haya más riesgo de contagios y más muertes antes que imponer restricciones y pedir ayudas a sus gobiernos (a todos los gobiernos) para la restauración y la hostelería, muy tocada igualmente, porque esto que vivimos es una pandemia mundial y no un virus monclovita.
El problema es que, para la mayoría de los madrileños/as, la ficción se acaba cuando se termina la caña y hay que volver a casa. Entonces, recordamos que las satisfacciones y una vida "apasionante" son (o deben ser) mucho más que una caña en un bar al acabar de trabajar, empezando por las condiciones laborales (antes de la pandemia, un 30% de madrileños no podían hacer frente a un gasto imprevisto), siguiendo por los precarios servicios públicos (195 millones menos en 2019 para sanidad, educación, dependencia y otros servicios sociales) y terminando por la dignidad: entre febrero de 2020 y febrero de 2021, "las asociaciones benéficas, como Fundación Madrina o Cáritas, han pasado de atender en la Comunidad de Madrid a 400 familias al mes a 4.000 al día". Los "mantenidos". Y le aplauden.
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