domingo, 11 de abril de 2021

Los acertijos de la semántica dan sorpresas constantes, menos mal que nostrxs elegimos en última instancia qué expresiones se ajustan a cada realidad, cuales se quedan grandes o demasiado apretadas, nada tiene que ver con esa evidencia lo que diga la RAE, sino lo que susurra a unos el alma, el corazón, la mente, los sentimientos y a otros les basta con las tripas, que en absoluto son despreciables, ¡todo lo contrario!, son esenciales, sin ellas nada se puede digerir. Lo bueno del lenguaje es que, como las tripas, nos acompaña sin complejos en la evolución y va cambiando con nosotrxs y llega un momento en que aquel caca, culo, pedo y pis de la infancia ya no nos sirve para explicar el metabolismo ni los procesos complejos del cuerpo, cuando el médico dictamina una obesidad, una anorexia, una neurosis, una bulimia o una adicción, resulta que hay que consultar el diccionario, porque el habla se nos queda muy por debajo de la lengua. Y si no se entiende lo que nos dicen ¿qué sentido tiene el lenguaje, verdad? ¿Para qué estudiar idiomas si un rebuzno o una buena sarta de tacos simpaticones o cabreados no tienen traducción? Lo importante de la comunicación es que esta sea posible y que merezca la alegria más que la pena el intercambio de realidades entendibles y oportunas, sobre todo cuando podemos elegir los tonos y colores en la paleta de las palabras. Con el viejo formato caca, culo, pedo y pis como mantra no creo que nunca tengamos problemas de comprensión. Es pura transparencia lingüística en el increíble almacén de nuestro acervo cultural, Señor Bachiller Sansón Carrasco ¡Palabrita de manchega revenía y aluciná!

 

Vamos a chupar unas…

Publicada el 11/04/2021 a las 06:00
 
Infolibre

Publicado por la editorial Espasa y el Instituto Cervantes, la lectura del libro Lo uno y lo diverso (2021) está llena de buen humor y anécdotas que provocan reacciones alegres, sorpresas que van de la sonrisa a la carcajada. Son muchas las anécdotas que provoca la variedad de significados que tienen palabras y expresiones en nuestro idioma. Las conversaciones y los viajes se llenan de momentos que divierten, sonrojan, asustan, regocijan, avergüenzan y enfadan con sus malentendidos.

La escritora Marta Sanz confiesa que se quedó con la boca abierta cuando unos estudiantes mexicanos la invitaron a salir por la noche: “Maestra, ¿quiere venirse hoy con nosotros a chupar unas pollas por ahí?”. Y los alumnos puertorriqueños del profesor argentino Luis Arocena abrieron también la boca al oír dos versos del gaucho Martín Fierro: “… todo bicho que se mueve / acaba en el asador”. Polla y bicho no significan siempre lo mismo en la geografía del español. Como sugiere Fernando Iwasaki, más que del huevo de Colón, habría que hablar de sus huevos. Y después él mismo se ríe de su huevada. En cualquier caso, como afirma Daniel Samper, “la lengua española se parece a un pulpo: diversos tentáculos por aquí y por allá, pero al fin un solo animal”.

Thank you for watching

Sentir como propia una lengua con casi 500 millones de hablantes nativos es una suerte humana, económica y política. También una forma interesante de reconocimiento intelectual. Conviene tomarse en serio las palabras, nuestras palabras. La primera necesidad de los que habitan un mundo complejo es reconocer las simplezas de la complejidad. Por desgracia esas simplezas están alentando reacciones obsesivas, racistas, nacionalistas, fanáticas, a las dinámicas propias de una inevitable realidad multicultural. Encerrarse en lo uno es trampa peligrosa en las inercias de globalización, desconocer lo diverso es aceptar una forma de servidumbre sostenida en una polarización superficial. Más allá de las bromas de contenido sexual o de las sorpresas de viajeros, la meditación sobre el español que propone Lo uno y lo diverso invita a una reflexión profunda sobre la identidad.

Nacemos en una lengua materna, las palabras nos hacen al relacionarnos con el mundo, fundan nuestro yo en un diálogo con los otros. La comunidad vive en nuestro corazón más íntimo. Cuando se dice frío, amor o miedo en español, se habla un idioma que no sólo lleva conviviendo muchos años con otros idiomas, sino que se ha hecho a sí mismo con ellos. Además, se extendió y consolidó su unidad gracias a que supo respetar sus matices y entendió la riqueza de su diversidad. Así lo estudió el filólogo (polaco, argentino, español y venezolano) Ángel Rosemblat en un divertido y riguroso ensayo, El castellano de España y el castellano de América. Unidad y diferenciación (1962), reeditado hace dos años por la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Quien se tome en serio la lengua materna como parte decisiva de su identidad, deberá comprender el ridículo peligroso que supone la defensa de una identidad cerrada y excluyente. Las palabras están vivas, pegadas a la piel de la existencia, y la vida y la existencia están en movimiento, se enredan con otras identidades y culturas. En el bosque de un idioma pasa el viento de la historia, se mueven las hojas y los rumores de un mestizaje inevitable, sobrevive como murmullo lo que desapareció, se abren las puertas a lo que llega y está por llegar a nuestras costas, a veces con el prestigio del poder mediático, a veces con la clandestinidad de una patera.

El idioma es raíz de cultura, pero las culturas son más amplias que los idiomas porque vivir es dialogar en todas las escalas y somos fruto del mestizaje. Bendita impureza. La multiculturalidad no puede solucionarse con la simplicidad de la barbarie, sino con la complejidad cultural que a lo largo de los siglos ha desembocado en el respeto al ser humano, a sus derechos, a su conciencia y su dignidad…., a sus palabras.

Somos uno y somos diversos. La lengua acabará siempre por romper la costura de cualquier autoritarismo que pretenda confundir el progreso como una parcela de dominación.

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