La noche del domingo pasado, viendo la entrevista de Jordi Evole a Miguel Bosé, confieso que esta canción del Probe Miguel se me fue convirtiendo de motu proprio en la banda sonora del evento entrevistador. Comenzó solo con el runrún de algunos acordes, pero según avanzaba la cosa se fue añadiendo intensidad y hasta el impulso de cantarla en voz alta con palmas y todo, acompañando las preguntas ad hoc y respuestas a la virulé.
Tras un montón de años sin ver en la tele ni escuchar a Bosé cantando ni hablando, la verdad es que el impacto fue increíble. ¡Pobre Miguel!, es lo primero que salía espontáneamente del schok audiovisual. La cosa se fue aclarando con la droga como telón de fondo. Cuantas más explicaciones daba el entrevistado sobre su triunfo sobre la maldita adicción, más quedaba a la intemperie la patética realidad de que no se sale de la droga cuando se quiere sino cuando se madura y se cambia radicalmente, a mejor, por supuesto y no al revés.
Quienes, por ejemplo, hemos estado durante años cerca de personas adictas y enfermas de drogadicción aprendimos en el vivo y directo Proyecto Hombre o en iniciativas similares a distinguir los síntomas sabemos tristemente que es imposible dejar la droga en un plisplás. Ojalá fuese tan fácil. Esa triste condición adquirida no desaparece jamás por sí misma, como lo hacen un catarro o una mala digestión. Para que la adicción desaparezca es necesario un tratamiento tan intenso como duro y un trabajo personal larguísimo, primero, de desintoxicación directa, con un aislamiento total del medio ambiente habitual, dejando trabajo y actividades normales durante años, para entrar en sí mismos y empezar a reconocerse en la realidad que viven, sin colocones de nada que pueda alterar el panorama. O bien alguien de la propia familia o bien personas preparadas técnica y humanamente para esa tarea, se aíslan con los afectados en un espacio al que no lleguen alteraciones externas, puede ser en pisos de acogida o espacios en el campo, donde se pueda romper más serenamente con las inercias viejas, con el fin de establecer un nuevo programa de vida volcado en nuevos valores que se van reconociendo en una nueva forma de relación con la realidad. Es una terapia muy larga, que a veces dura toda la vida. Por ejemplo, además de Proyecto Hombre el proyecto Basida, cerca de Aranjuez, se lleva dedicando a este empeño desde hace muchos años, acogiendo además a los afectados por la droga y por el SIDA, ya que en los años ochenta, la infección por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida iba siempre acompañada del inevitable enganche a las sustancias adictivas de peor calado.
Está clarísimo que Miguel Bosé no ha hecho para nada un trabajo terapéutico a ese nivel. Ninguna persona que haya superado el problema de la droga hablaría jamás en ese tono, ni desde un plano tan egópata y superficial, usándolo como tapadera de lo que no es capaz de asumir. El modo de hablar, el atropello y la recurrencia constante de las mismas frases y fijaciones, los gestos discordantes, la obsesión por tenerlo todo bajo control, cuando queda patente que lo primero que no se controla es uno mismo.
No sé cuál ha sido el motivo de esta entrevista, pero desde luego Miguel Bosé solo ha conseguido con ella hacer público el scanner de su propio estado de adicto sin superar. Un drama interno (y seguramente externo también, porque todo el entorno de quienes están tan mal, acaba afectado e infectado psicoemocionalmente) que no se asume como el estado de normalidad que se pretende vender.
El pobre Miguel está muy tocado, mucho. Es incomprensible que en su entorno no haya nadie capaz de ver lo que hay y decirle, que lo último que puede hacer alguien en su estado es educar a cuatro niños. Ser padre no es solo reproducirse genéticamente, eso lo hace cualquier ser vivo, sobre todo ser padre de seres humanos es ser responsable en todos los aspectos y, especialmente, saber si se está capacitado para serlo. Viendo como está ese hombre espeluzna imaginar lo que estarán pasando y soportando los hijos, así como la secuelas que esa circunstancia tendrá en el futuro.
Si lo que se ha pretendido con esa entrevista es descalificar a los negacionistas vacuneros, está clarísimo que el objetivo se ha cumplido con creces. Ninguna vacuna por mal hecha que esté podría producir en los seres humanos un estado semejante al de su más insigne detractor, encerrado en el bucle tóxico de su propio ego. Caminando a bandazos por el pasillo del hotel, con los ojos pintados a tiznajos, los gestos descordinados, las palabras en desorden total, los vacíos instantáneos en la conversación, saltando de mantra en mantra, como una mosca de desperdicio en desperdicio...¡Pobre Miguel!, qué pena de vida, sobre todo cuando en el reportaje se iban contemplando imágenes de hace tiempo, en las que aun hablaba, razonaba, actuaba y gesticulaba con normalidad. Es el prototipo de lo que puede sucederle al ser humano cuando elige vivir en el autoengaño, que confunde con el triunfo y la fama.
Creo que esa entrevista ha hecho más camino a favor de las vacunas que el miedo al contagio.
Pobre Miguel, sí, como lo es también pobre y lamentable una sociedad que hace posible fenómenos semejantes a los que admirar, seguir y endiosar como a líderes del disparate sin que nadie señale al rey desnudo, porque los árboles de la confusión y el baratillo de la compra venta no les dejan ver el bosque hasta que se pudre y se les cae encima entre humos de mariguana, soplos de hachís y delirium tremens infotóxico. Menudo panorama, xd!
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