Doce días como doce soles
El candidato del PSOE-M a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, dio el titular de la noche al tender la mano a Pablo Iglesias, Unidas Podemos, para intentar echar a la (ultra)derecha de la foto de Colón (PP, Ciudadanos y Vox); el mismo Pablo Iglesias con el que Gabilondo dijo que no pactaría cuando Isabel Díaz Ayuso decidió convocar las elecciones autonómicas para el 4 de mayo. "Pablo, tenemos doce días para ganar", advirtió el socialista al exvicepresidente.
No obstante, a Gabilondo le faltó soltar lastre y pidió a Iglesias contar con su "apoyo", mientras que a Mónica García, candidata de Más Madrid en ascenso y seguramente ganadora del debate, el candidato del PSOE-M le ofreció "gobernar juntos". Son matices de campaña dirigidos al electorado socialista más conservador y con más peso en el centro de España, el más reticente a gobernar con Unidas Podemos por considerarlo, seguramente, un espejo que les devuelve una imagen de partido socialdemócrata atado a un régimen coronado y sus privilegios en cascada. Con todo, no es nada que impida, llegado el momento y si la izquierda suma para gobernar, un Ejecutivo progresista en Madrid tras 26 años de gobiernos del PP de la Gürtel y la Púnica. Cosas de campaña.
Sin duda, el giro de 180º de la estrategia del PSOE-M, que se venía anunciando hace días desde Moncloa tras el pretendido trasvase de votos de Ciudadanos a los socialistas que las encuestas han dado por fracasado -casi todos los votos de Cs que se van acaban en el PP de Ayuso, como sus tránsfugas murcianos han acabado en el Gobierno de López Miras-, ha sido la noticia más destacada de un debate bronco por parte de la (ultra)derecha, cuya capacidad de interrumpir con la descalificación personal y la mentira cuando no pueden rebatir los datos se ha demostrado innata en este debate a seis. El tono, la actitud y la grosería desplegada por Rocío Monasterio (Vox) y Ayuso cuando carecían de argumentos para rebatir datos incontestables daban auténtica vergüenza ajena y no es de extrañar la cara de terror de Gabilondo echando para atrás el cuerpo, sin dar crédito a la embestida, cuando ambas le interrumpían constantemente a punto de tirarle a la cara un muñequito de Pedro Sánchez atravesado por alfileres.
Fue la izquierda quien puso educación al debate, sobre todo, entre sí misma, con diferencias de criterio (vivienda o impuestos) habladas de forma exquisita entre Iglesias y Gabilondo para no perjudicarse ni un segundo, aunque eso no evite que la derecha -con permiso de un difuso Edmundo Bal (Ciudadanos), que lo tiene francamente difícil- haya perdido la fuerza, su fuerza: el convencimiento a sus electores de que existe una realidad paralela de felicidad individual ficticia basada en el consumo, la calle y las cañas como munición para una población agotada de muerte, contagios, ruina y restricciones. ¿Se puede creer que el consumo y la ausencia de carga impositiva salvará a los madrileños de la desigualdad y la pobreza cada vez más acusadas en la Comunidad? Se puede, las encuestas lo muestran claramente.
El bloque de izquierdas sale reforzado del debate y eso siempre motiva a su electorado, muy deprimido ante el ciclón Ayuso, que empezó el debate con mucha más fuerza de la que dejó para el final, incluso con momentos largos de absoluto silencio a partir de la pausa. La presidenta madrileña era la que menos tenía que perder y algo que ganar: sacarse de encima un debate que nunca quiso y que va a ser el único que haga. Ella es más de mítines, donde nadie le rebate nada.
De Vox, nada nuevo. Hasta Franco empieza a quedárseles corto.
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