Pasar desapercibido
Podemos, hoy Unidas-Podemos, nació de la confluencia de tres
circunstancias inteligentemente interpretadas por sus fundadores. La
primera fue la constatación de que la izquierda de tradición comunista
representada inicialmente por el PCE-PSUC y continuada por IU tenía unos
límites infranqueables para articular a una parte importante de la
izquierda que no se sentía representada por el partido socialista. Había
que ofrecerle algo distinto.
Ese algo distinto tenía que combinar, en segundo lugar, un
proyecto de dirección política para el conjunto del Estado con el
reconocimiento de la diversidad territorial de la sociedad española.
Había que construir simultáneamente una opción estatal identificable
como tal que pudiera servir de sustento a una suerte de confederación de
izquierdas autónomas en las diferentes “nacionalidades y regiones”.
Y en tercer lugar, el nuevo proyecto tenía que incorporar la
plurinacionalidad al debate político desde una opción estatal y no desde
la opción exclusivamente de las “nacionalidades”, como venía ocurriendo
desde el comienzo de la Transición.
El éxito de la interpretación fue espectacular. En un sistema
político en el que es electoralmente tan difícil penetrar como es el que
se configuró en 1978 y que había resistido incólume durante casi
cuarenta años, Podemos penetró con una fuerza extraordinaria. Los
resultados electorales de 2015 y 2016 no dejan lugar a dudas.
Los que vivimos desde el interior del Partido Comunista la
experiencia democrática construida con base en la Constitución de 1978,
en la que nunca llegamos a superar los 23 escaños de las elecciones de
1979, creo que sabemos valorar muy bien los más de setenta conseguidos
por Podemos y la confederación de izquierdas autónomas asociadas. Jamás
se nos había pasado por la cabeza que eso se pudiera conseguir. La
“visión” de los fundadores de Podemos fue, sencillamente, deslumbrante.
El impacto de la irrupción de Podemos en el sistema político
español ha sido formidable. La Constitución sigue siendo la misma, pero
nada funciona como lo había venido haciendo en los últimos cuarenta
años. Se ha producido la abdicación del Rey Juan Carlos I. La
investidura del presidente del Gobierno se ha convertido en una
operación que no guarda parecido alguno con la de los investidos hasta
2011. Se ha conseguido la aprobación por primera vez de una moción de
censura y la formación por primera vez de un Gobierno de coalición. Las
Cortes Generales no legislan ni aprueban Presupuestos. No se renueva el
Consejo General del Poder Judicial ni el Defensor del Pueblo. Ya veremos
qué ocurre la renovación que toca este año del Tribunal Constitucional.
Todavía estamos experimentando réplicas del terremoto que supuso la
irrupción de Podemos.
Y sin embargo, la fórmula está dando señales claras de
agotamiento. Cada vez se va pareciendo más a una opción clásica de la
tradición comunista. Ha dejado de ser portadora de la confederación de
izquierdas autónomas y no ha sido capaz de dejar su impronta en el
debate de la plurinacionalidad del Estado.
Pienso que es así porque la fórmula no fue capaz de hacer frente
a la crisis de las elecciones municipales y autonómicas de Madrid de
una manera coherente con lo que había sido su proyecto fundacional.
Unidas-Podemos en este momento no sabe lo que es. Lo acaba de comprobar
en el País Vasco y en Galicia. Y previsiblemente, lo comprobará en el
otoño en Catalunya. Ha pasado sin pena ni gloria, casi como si no
hubiera estado presente en la competición electoral.
Pasar desapercibido es de las cosas peores que le puede ocurrir a
una opción política. La indiferencia generalizada con que se ha
contemplado un descalabro electoral como el que Unidas-Podemos ha
experimentado este domingo lo dice todo. Los resultados se han recibido
como se recibían los resultados del partido comunista o de Izquierda
Unida en los años ochenta y noventa del siglo pasado. Que esto ocurra
cuando se forma parte del Gobierno de la Nación, lo convierte en todavía
más grave.
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Tal vez la esencia del problema esté radicada en el concepto teórico y sobredimensionado de la función política como "poder" mandar en petit comité en vez de poder realizar en común. Para el sistema caduco aún tan "normal" en España, la política es un juego "técnico" y mecánico de intereses grupales que para existir y "triunfar" se apoderan del sufrimiento social, unos para tratar de erradicarlo y tomarlo como referente (la izquierda) y otros para incrementarlo y vivir de él especulando y sacando tajada, "mejor para mí, peor para ti", como Rajoy dejó clarísimo con una coherencia total entre palabras y hechos, y es el motor de la derecha.
Aterrizando la burbuja de Podemos en la realidad de sus comienzos se comprende su deriva actual. No es éticamente compatible ni sostenible a largo plazo pensar a mano izquierda y asumir los métodos hegemónicos de la derecha. Es cierto que al comunismo de Lenin le fue muy bien en ese plan. Pero acabar siendo un zar rojo no es precisamente lo que los pueblos necesitan para superar desigualdades, injusticias consuetudinarias y programaciones totalitarias, ya insostenibles a estas alturas de la evolución. Pretender capitalizar una hegemonía en el siglo XXI es una distopía total, que la sociedad no necesita ni desea. Es una talla sociopolítica que se ha quedado pequeña, ya no se cabe en ella. Podemos se subió a los zancos, pero la altura postiza no se puede simular por mucho tiempo sin agotarse y dejar en evidencia la cruda realidad.
Es cierto que en 2014 la aparición de Podemos en Europa nos renovó esperanzas compartidas. Pero se quedó ahí. Bruselas está demasiado lejos y ya se sabe que verba volant sed facta manent. Poco valen los gestos escénicos ni los discursos incendiarios leyendo la cartilla al sistema en los medios de comunicación, que se convirtieron encantados en sus portavoces publicitarios, si a la hora de la verdad acabamos siendo un facsímil más del mismo sistema, que la ciudadanía desde 2011en calles y plazas llevaba intentando cambiar con participación directa e iniciativas valientes, responsables, cooperativas, creativas y humanamente ejemplares. Un rico y sanísimo impulso que Podemos usó como plataforma de lanzamiento. Solo eso. En cuanto el color morado llegó al Congreso le dio un ataque de amnesia, y donde había dicho círculos y asambleas dijo pirámide unilateral y fagocitadora de disidencias, donde había dicho visión y mirada, dijo venda en los ojos y a por ellos oé. Donde se convocaba una manifestación denunciando la ley mordaza, a la misma hora y lugar, se convocaba una visita asamblearia con Pablo Iglesias como superstar. Donde los trabajadores y sindicalistas convocaban las reivindicaciones del 1º de Mayo, ellos con C's, se montaban su propia juerga a la misma hora en calles paralelas de la misma ciudad, llevando ambas formaciones un sombrerito blanco a lo Maurice Chevalier, para dejar muy claro que la élite no se mezcla con la chusma. Y así constantemente. No era el interés del bien común lo que les movía. Era su propio proyecto que llamaban descaradamente "la ventana de la oportunidad" profesional para jóvenes brillantes, preparadísimos y en precario. Con el futuro en el aire. Habían descubierto eldorado de la política como fuente de seguridad profesional. Nada mejor que convertirla descaradamente en funcionariado parlamentario sofístico. Si no se obtiene plaza en una oposición siempre está el recurso de que las urnas democráticas bien vendidas al por mayor te garanticen el sueldo, que con maña y labia, puede ser vitalicio. En ese punto derecha e izquierda se vuelven disléxicas.
La izquierda más ética y dispuesta al bien común que la derecha no tiene ningún futuro en los gobiernos estatales, aunque curiosamente cuando consigue tomar las riendas lo hace de maravilla. Eso sí, solo en los municipios, que es donde IU ha podido gozar de mayorías suficientes para demostrar lo que es el bien común sin excepciones. Hay que preguntarse por qué. En los municipios es mucho más fácil saber a quien se vota y a quien no se debe votar porque todos se conocen y mentir sale carísimo. Ahí están Zamora, Marinaleda, Ontinyent o la Córdoba de Anguita, el Madrid de Carmena o los ayuntamientos catalanes donde rige la CUP o ERC, los vascos donde gobierna BILDU o los gallegos donde gobierna BNGA. También deberíamos recordar el asesinato del concejal de IU asturiano empeñado en sanear el ayuntamiento, quitar el enchufismo cacique y establecer la protección medioambiental frente al desmadre hotelero-turístico en Llanes, convertido en forring office for ever.
Si la izquierda más sana no gana mayorías en España no es culpa de esa izquierda a la que se acusa de torpe y poco hábil a la hora de vender la cabra, -precisamente esa condición debería considerarse una de las virtudes imprescindibles a la hora de votar-, es simplemente porque en España la conciencia social y colectiva es una entelequia generalizada, publicitada en negro y enterrada en razones autómatas y rutinarias sin alma ni ética.
La verdadera izquierda sí existe y no es solo una ideología 'buenista' que hay que poner al día en marrullerismo y entrecejos enfurruñados, como creen los podemitas fundadores del invento, es conciencia limpia y sana, compartida y fraterna, que tiene sus fallos, ¡cómo no! pero también la sabia humildad de la autocrítica honesta, de la honradez profunda y del regenerarse para poder servir organizando mucho más que mandar vociferando para ocupar el puesto de quienes dieron lo mejor de sí mismos sin gritar ni reclamar laureles publicitarios que no merecen ni sirven de nada a la hora de hacer una pedagogía ética, justa e igualitaria, al mismo tiempo libre y responsable, que es imposible implementar cuando no se conoce la ética en el nivel particular de cada gestor y de cada ciudadano/a.
No ha resultado difícil ningunear las virtudes de lo que llamamos izquierda en un país que nunca ha disfrutado de una educación en valores profundos y experimentables más allá de la costumbre irracional y su teledirección cortoplacista y emocionalmente demagógica, eternamente dependiente del poder que da el dinero como del dinero que da el poder. Un tejido sutil y enrarecido que impide comprender, apreciar y valorar como normalidad, la convivencia, los derechos y deberes, la gratuidad de la vida, la generosidad y el desapego hacia la controlitis para acceder y hacer posible un mundo mejor, y eso desde casa, desde la cuna, desde la escuela y el barrio. Como sucede en Finlandia, Islandia, Alemania o Austria.
Tampoco es extraño que en un país así, suene raro todo lo que no es inmediatamente rentable ni produce beneficios a la voz de ¡ya! Podemos está a esa altura. IU nunca cayó tan bajo como lo ha hecho en esa coalición.
A veces hay que considerar que la honra sin barcos es mucho más útil, sana, pedagógica y ejemplar a largo plazo que los barcos más molones sin honra, y que para más inri acaban haciéndose un titánic de manual porque no saben ni quiénes son en realidad ni si hay algo más allá del mar por el que se mueven a golpes de las mareas, sin comprender que esas mareas no son manipulables, son conciencia, salen del alma cívica, no de las tripas, ni del miedo ni del caos. Ellas limpian las costas, se llevan y traen la arena, los peces y las algas, ellas hacen posible que el mar esté vivo.
La ciudadanía es la marea. Podemos aun no lo ha entendido. IU sí. Por eso en su día se convirtió en marchas por la dignidad cooperando con su hermano gemelo, el 15M, en vez de reventarlo. Ese es el camino. No los dimes y diretes hegemónicos que en las urnas se evaporan y se quedan en lo que son en realidad: nada.
Seguramente IU tendrá que morir como viejo equipaje consciente para poder resucitar como nueva conciencia colectiva e individual. Podemos no tiene más equipaje que su disfraz. La conciencia no está ni se la espera. Ese es el dilema. To be or not to be, querido Hamlet.
El pueblo no es tan tonto como parece en los laboratorios de Somos-aguas. El nombre de esa zona geográfica en la UCM ya debería dar que pensar al podemismo silvestre.
El pueblo no es tan tonto como parece en los laboratorios de Somos-aguas. El nombre de esa zona geográfica en la UCM ya debería dar que pensar al podemismo silvestre.
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