jueves, 9 de julio de 2020

Libertad Sin Ira

  


Otra canción emblemática de la transición de los miedos. Se cantaba en las nuevas generaciones de españolas y españoles que habíamos nacido después de las guerras: la civil y la segunda guerra mundial. Nos llamaron el baby boom. Teníamos ya otro talante. No queríamos más de lo mismo, pero no estábamos dispuestos a lograr nuestro objetivo a leñazos como le sucedió a la generación de nuestros padres y abuelos que remató en una debacle de las libertades y las iras incontenibles como hijas eternas del miedo padre de  la rabia que produce la impotencia y el rencor con su padre: el odio.

Los ataques de la policía y sus cloacas a la universidad, la detención, tortura y asesinatos de compañeros, la persecución a los obreros, que eran nuestros hermanos de faena reivindicativa, nos hicieron comprender en primera línea que ese demencial destrozo nunca nos conduciría a la libertad. No queríamos ser héroes muertos como los falangistas estrellados en sus luceros inalcanzables ni como los proletarios que defendían lo mismo que nosotros, masacrados sin piedad en las cunetas. Habíamos comprendido en nuestra propia experiencia lo que significaba ser hijos del miedo y de las tinieblas del silencio obligatorio. Habíamos nacido bajo la bandera de la resignación, del virgencita, que me quede como estoy, 'los niños se callan, no hablan, no interrumpen, no piensan ni desobedecen porque no quieren ir al infierno' y semejantes recomendaciones/órdenes nos fueron indicando que aquello no tenía el menor sentido, sobre todo cuando comenzabas a entender con Descartes lo sano que es dudar para empezar a comprender cualquier cosa. Sobre todo a uno mismo y su entorno para empezar. 

Así se pasaron los años hasta que el dictador se nos murió de viejo. Seguramente si hubiese sido inmortal seguiría aun en El Pardo con su lucecita noctívaga y perseverante. Sin que nadie se atreviese a jubilarlo, más que nada  por no herir sus sentimientos y exquisita sensibilidad agropecuaria y de infantería. Lo mismo que está pasando con el ex rey 'Juancarprime' y esperemos  que último. Al menos ya parece que en las nuevas generaciones su corrupción descarada, que no su reino de dictadura fashion, 'resulta inquietante' al joven socialista Sánchez, ¡que ya es un logro! y un gran paso para la estrambótica y enclenque democracia que tanto nos mola sin siquiera saber si lo es o no más allá de los artículos de una Consti que vale para todo, lo mismo para decir que somos iguales en derechos sin que eso se cumpla como para contradecirse protegiendo a los capitostes hagan lo que hagan mientras manden. 
Seguramente si hubiésemos conocido el futuro que nos esperaba en el siglo XXI, mi generación se hubiese conformado con lo que había sin molestarse tanto y arriesgando todo tantas veces. Total, estamos como entonces en lo fundamental, y quizás aun más perjudicados, porque entonces teníamos la esperanza de que todo cambiaría cuando el dictador petase. Pero ya hemos visto que nanay del Paraguay. Que aquí quien se monta en la burra del poder no se baja ni muerto. 

La mejor lección: un estoicismo de manual. Hagas lo que hagas, si no es emigrar a países más decentes, te va a dar lo mismo. Querer libertad sin ira en un corral de vacas, cabras, gallinas y cerdos que discuten y votan a lo que peor les trata y antes les llevan  al matadero, para que sean mayoría absoluta y si no se enfadan, es como pedir la Luna. Claro que queremos libertad, pero si quitan la ira del pack, esa libertad moderada, inofensiva, respetuosa y sin miedo, afable y comprensiva, que está convencida de que su límite es el derecho de los demás a ser libres también, resulta que para el corral hispano es un aburrimiento, un tostón. O sea, se acepta lo que diga cualquier ley para tener consenso togado, aunque sea un disparate: es la ley. Como se acepta sin rechistar lo que haga el trono: es el rey. Como se acepta un poder mangoneado por capitales y terratenientes siempre a salvo en los peores momentos: es la patria. Como se acepta el designio de la pobreza, el sufrimiento y la marginación: eso es cosa de dios, que no se sabe por qué lo hace tan difícil para unos y tan ricamente para otros; obedece y calla, que a dios no se le piden cuentas, es él el que las tiene todas apuntadas, por si se te olvidan a la hora de su juicio.
Con un patrimonio semejante hay que hilar finísimo para que la ira no nos haga picadillo las neuronas a base de adrenalina descontrolada. 

Y sin embargo, la libertad solo es libertad verdadera cuando no necesita las muletas de la ira para ser ella misma y hacer su camino libremente. Cuando su propia energía generosa, sana, desdramtizadora y entrañable, es la fuente de su plenitud. Porque en el fondo la ira es una de las más pesadas cadenas del miedo. Y  donde hay miedo la libertad es imposible por más que nos quieran vender la cabra de esa patética "verdad".

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