George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
miércoles, 29 de julio de 2020
Un completísimo y lúcido análisis de Pablo Bustinduy, sobre el estado actual de la UE, ante el problema de una crisis global e insalvable desde los conceptos y actitudes capitalistas que hasta ahora han sido la patológica normalidad gestora del mundo contemporáneo. ¡Bravo, Pablo! Y qué pena que te hayas ido, pero qué bien que no estés aquí padeciendo en directo cuánto duele ser eurosiervos de la eterna gleba
Europa como correlación de fuerzas: diez ideas sobre el acuerdo de reconstrucción
El acuerdo de reconstrucción europeo ha suscitado una batalla
interpretativa por su sentido. En un extremo de esa pelea estarían los
federalistas eufóricos, deseosos de leer en este acuerdo el prólogo de
los Estados Unidos de Europa. En el otro, el escepticismo lampedusiano
que entre todas las cláusulas y promesas no descubre otra cosa que la
misma Bruselas de siempre, haciendo los equilibrios imprescindibles para
mantenerse a flote. Para unos Europa ha dado un paso decisivo hacia su
unión política; para otros es el mismo lobo neoliberal que, para
salvarse a sí mismo, esta vez se presenta con piel de cordero. Como
suele suceder en la dinámica europea, todas las partes involucradas
cantan victoria a la vez, mientras se gasta el adjetivo "histórico" de
tanto usarlo.
Creo que, al menos esta vez, esa dificultad de análisis expresa algo
esencial sobre lo que está sucediendo en la política europea. En su
ambigüedad, en sus contradicciones incluso, el acuerdo no solo expresa
un momento político de excepcionalidad y desorden, sino un conflicto
subyacente por la reorientación del proyecto europeo o, lo que viene a
ser lo mismo, una disputa real por la economía política de Europa.
Lo que el acuerdo tiene de novedoso no está en las cifras (que son
insuficientes), ni en su coherencia (dañada por las concesiones al
frente "frugal", vergonzosamente apoyado por la derecha española) ni
siquiera en su posible eficacia (que dependerá enteramente del
desarrollo y la ejecución política del plan). Lo novedoso está en una
serie de principios que, combinados con la política monetaria expansiva
puesta en marcha por el BCE el pasado abril, suponen una diferencia de
naturaleza en el tipo de ente que es la Unión Europea. Un
sujeto que emite deuda, utiliza esa deuda para realizar transferencias a
sus periferias, y recauda recursos propios mediante la creación de
impuestos, no es un entramado intergubernamental ni un mero regulador
del mercado. Es un nuevo espacio político para el gobierno efectivo de
ese mercado, y por tanto, un espacio político en disputa.
Más importante que lo anterior es cuál es el objeto mismo de estas
medidas. Hace cuatro meses se iba a recortar drásticamente la PAC y las
políticas de cohesión, las dos únicas políticas relativamente
redistributivas de la Unión, como efecto "inevitable" de la salida del
Reino Unido. Hoy el gasto público en política social (en empleo, sanidad
o la reconversión productiva de las economías del sur) aparece, quizá
por primera vez, como objeto legítimo, incluso como condición
indispensable de la política europea.
Los Estados keynesianos de la posguerra mantuvieron a Europa alejada de la política social por ser una competencia demasiado importante:
las políticas de redistribución eran la condición del orden público y
la primera obligación derivada del contrato social de cada nación. La
Europa de Maastricht puso esa lógica del revés, y convirtió esos mismos
Estados en barreras de contención para proteger el mercado de cualquier
tipo de condicionante o presión democrática. La integración europea se
identificó entonces con el gobierno técnico del mercado; la política
social solo aparecía como superestructura o cosmética, como negativo de
los márgenes de déficit y endeudamiento que Bruselas permitía a cada
capital. Que hoy la emisión de deuda europea vaya a servir, mediante
transferencias no condicionales, para financiar gasto social y sanitario
es una sacudida sustancial de la lógica de "gobernanza" europea.
Reconocer esto no implica en modo alguno celebrar acríticamente el
plan europeo, ni siquiera entenderlo como una solución. Cada uno de esos
principios viene de hecho acompañado de su propia negación. La emisión
de deuda y la política de transferencias son presentadas como una medida
única y excepcional, que no será sostenida en el tiempo. Las
transferencias han sido rebajadas en su cuantía. Los países del norte
han obtenido a cambio importantes rebajas en sus contribuciones al
presupuesto común, lo que atenta contra el principio de redistribución y
contra cualquier atisbo de lógica federal. Estas contradicciones
expresan una fuerte contraposición de intereses, cristalizada en la
dinámica de un enfrentamiento prolongado entre el norte y el sur.
Esa correlación de fuerzas corresponde a una situación muy diferente
a la de 2008, 2012 o 2015. Hoy el frente del sur existe (y no es baladí
recordar que los gobiernos de Italia, España y Portugal integran o
dependen de fuerzas políticas nacidas de la reacción popular contra las
políticas de austeridad). Ahogada por su propia brecha social, Francia
ha pesado por fin en esa balanza, como lo ha hecho también el Este, que
ha vendido su veto a cambio de inmunidad por su deriva autoritaria. Por
supuesto, Alemania ha ejercido en el proceso un papel dual, adelantado
por el aparente desdoblamiento entre un poder judicial que defiende una
lectura estricta de los tratados y un poder ejecutivo que por fin
pareciera querer ir más allá. Alguien podría leer incluso en la posición
alemana un doble movimiento: una vez ordenada Europa, Berlín puede
empezar a gobernarla como su dominio. Pero es significativo que la
posición de Rutte, hoy política y culturalmente reaccionaria, coincida
con la postura "oficial" que mantuvo el Eurogrupo en la batalla con
Grecia. Hoy los halcones neoliberales están lejos de ocupar el centro
hegemónico de la disputa.
Ese conflicto de intereses se ha expresado de manera evidente en la
batalla por la condicionalidad y el llamado "freno de emergencia". Hoy
en Europa el endeudamiento keynesiano ha generado consenso. La pregunta
esencial, lo que está en disputa en el presente europeo es quién y cómo
se hará cargo de esa deuda futura. ¿Volverá la austeridad para manejar
la futura crisis fiscal? ¿Qué significa la palabra "reformas" asociada a
los planes de gasto? ¿Es posible vertebrar una reconfiguración
productiva de las periferias de Europa, que rompa su dependencia
estructural respecto al norte? La respuesta a cada una de estas
preguntas dependerá de una correlación de fuerzas que está por venir.
Que la deuda generada por el plan de reconstrucción revierta en las
fuerzas del trabajo; que sea reestructurada o monetizada; o que se
adquiera la capacidad de imposición sobre los capitales transnacionales,
los paraísos fiscales, las grandes fortunas y la actividad de las
empresas multinacionales será decidido políticamente y dependerá, en lo
esencial, del desarrollo de esta correlación política de fuerzas.
Desde su concepción, la eurozona está afectada por una serie de
defectos y asimetrías insalvables. Sin gobierno político de la Eurozona,
sin redistribución de la riqueza entre sus regiones, sin capacidad
fiscal para paliar los déficits ni absorber los shocks, el sueño
neoliberal de Maastricht y Lisboa, la idea de un mercado sin política,
quebró en 2008 y no ha sobrevivido a 2020. El acuerdo expresa de manera
contradictoria y limitada que hoy la economía política de Europa es
objeto de disputa. El paradigma ideológico con el que gobernarla
también.
El acuerdo de reconstrucción no es la solución a la crisis que se
avecina ni a la brecha democrática europea. No hay duda de que, si
depende de los Ruttes del continente, iremos hacia un modelo de
profundización de las asimetrías y de desposesión de derechos sociales y
económicos. Pero no es menos cierto que hoy eso está lejos de ser algo
probado. Hoy las reglas presupuestarias y el dogma de la estabilidad
continental están suspendidas por la lógica de emergencia. Evidentemente
no se ha decretado la derrota del neoliberalismo o el inicio de una
nueva era, pero lo que hoy está en disputa era inimaginable hace apenas
unos años. Por contradictorios que sean sus avances, el acuerdo expresa
una transformación objetiva, una extensión de la capacidad política
sobre el mercado, una ampliación del campo de batalla -en el que en los
meses por venir se decidirá otra vez el futuro político de Europa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario