Mi vida privada con el rey
Nací el 30 de enero de 1975. Justo siete años después que Felipe
VI. Como tanta otra gente, mi cumpleaños coincide con el suyo. En un This is Us
distópico e hispánico, Felipe y yo compartiríamos episodio. Era una
hecho gracioso que les encantaba a mis abuelas. "Mira, tú como el
principito". Año tras año, todos los telediarios de mi cumpleaños iban
acompañados por algún publirreportaje en la televisión pública o privada
de los progresos vitales de Felipe de Borbón y Grecia. Felipe cumplía
la mayoría de edad, Felipe celebraba su cumpleaños estudiando en Canadá,
Felipe brinda con sus compañeros de la Armada, Felipe hacía una
escapada a esquiar para celebrar sus 20, Felipe cumplía 25 vestido de
teniente coronel, 30 jugando al squash, 36 como hombre casado,
37 siendo padre por primera vez…, hasta que el destino no faltó a su
cita y llegó el día: celebró sus 47 como rey. Entre su vida y la mía
existe una complicidad cósmica que da la aleatoria coincidencia de
compartir cumpleaños. Yo, y junto a mí toda una generación, hemos sido
testigos de la construcción corporativa de una figura que ha contado con
los mejores community managers de la historia. Un pastel de
cumpleaños demasiado prefabricado. Por eso, quien nos quiera convencer
de que su persona, su preparación, su ambiente, sus condiciones
materiales, y, por ende, la esencia de la institución que representa hoy
no tiene nada que ver con su predecesor, lo tiene muy difícil. Recuerdo
cómo a partir de una edad, fantaseaba con cómo sería un día en que
todos los súbditos nacidos el 30 de enero dejáramos de ser eso,
súbditos, y celebráramos un cumple diferente: sin efemérides, normal,
sin Monarquía, una suerte de cumple de mayoría de edad social. Aquí
sigo, fantaseando.
El día de la abdicación del rey Juan Carlos, en junio de 2014,
salimos a la Puerta del Sol, todavía con los rescoldos del 15M
crepitantes, a pedir un referéndum. Creíamos que sin el juancarlismo,
algunos de nuestros padres así nos lo habían hecho creer, la Monarquía
dejaría de tener sentido. Ilusas. Más que ilusas. El atado y bien atado
se hereda, chicas, ¿no lo sabíais? Los mismos medios que nos habían dado
de comer dosis de monarquía edulcorada en vena cada año como pastel de
cumpleaños, habían callado otras muchas cosas al tiempo para poder
apuntalar la matrix borbónica. Y no, con la abdicación no llegó
el momento en que los súbditos tocamos el decorado, lo rasgamos y
salimos al exterior. No. Si el 15M nos demostró algo es la fuerza
inquebrantable del Estado, mutando una y otra vez hasta crear marcos
narrativos donde todo siga cambiando a igual. Porque lo más sangrante de
lo que está saliendo a la luz sobre los tejemanejes del rey emérito es
que su hijo los podría reproducir a día de hoy con la misma impunidad.
¿Cómo se convive con eso? Pero con las mismas, nos quieren volver a
hacer comulgar con ruedas de molino tratando descaradamente de deslindar
la figura de Felipe VI y la Casa Real de su figura fundacional. Algo no
cuadra, chicos. Algo no debería colar. Pero, ¿colará? ¿Este nuevo
cuento colará?
En la primavera de 2005, una buena amiga tuvo su segunda hija.
La llamó Leonor. Su padre es un estudioso de Machado y quiso hacerle ese
pequeño homenaje castellano. En octubre de ese mismo año nació Leonor
de Borbón y mi amiga se llevó las manos a la cabeza. Hasta se planteó ir
al registro a cambiar el nombre. Temía una vida unida simbólicamente a
la monarquía, como la mía con la tontería del cumpleaños. Lo único que
se me ocurrió decirle entonces fue: "Tranquila, que con suerte, esa niña
no reinará". Ilusas, de nuevo ilusas. Mi generación, la de la
Transición, hemos tenido que cumplir años y años celebrando la
reproducción del pacto de silencio, comiendo año tras año cuento del
traje del emperador en versión Marivent. Señalamos la desnudez, nadie
nos escuchó. Ahora hay pruebas del invisible traje y si hay algo que
salvar, es nuestra dignidad. Si hay algo que respetar, es nuestra
capacidad de decidir, nuestra posibilidad de madurez. Dejadnos hacernos
mayores. Dejad de servirnos tartas gigantes para merendar. Que nuestros
hijos al menos no compartan más cumpleaños años con reyes inventados y
desnudos. Sacadnos de esta ficción, por favor.
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