domingo, 5 de julio de 2020

Xavi Domènech, testigo directo de lo que pudo haber sido un paso renovador de nuestra democracia y se quedó en esperpento demoledor del propio estado viejo, podrido e incapaz de renovarse. De la propuesta plurinacional a besar el suelo de la eterna miseria política y social (que durante siglos nos encadena a la estupidez y al sufrimiento colectivo). Ainsss!

'Un haz de naciones': los futuros (im)posibles de una crisis territorial sin precedentes


¿Reforma o ruptura? Los futuros (im)posibles



Pedro Sánchez fue defenestrado de la Secretaría General del PSOE en la noche de autos del 2 de octubre, y el 29 de octubre Mariano Rajoy fue elegido otra vez presidente de España, con 68 abstenciones del PSOE. La estrategia de Rajoy de sentarse y esperar mientras crujía el sistema político acabó con un éxito absoluto y el PSOE prácticamente de rodillas pidiendo compasión. Pero había poca gloria en esa victoria hecha de hiel. Empezaba la legislatura del bloqueo. El bloqueo a un parlamento donde el Gobierno no tenía una mayoría clara, practicado desde la Mesa del Congreso, donde sí que la tenía; el bloqueo de un Gobierno sin capacidad de sacar adelante iniciativas en ese mismo parlamento que mantenía bloqueado, y el bloqueo también con Cataluña. Pocas semanas después de la investidura de Rajoy, el PNV y el Partido Socialista de Euskadi llegaban a un acuerdo para formar un nuevo Gobierno en el País Vasco. Ese acuerdo incluía abrir el debate sobre el derecho a decidir en el marco de una nueva reforma estatutaria. En ese caso, tras un año de bloqueo, presiones y crujidos, aquello que según el PSOE hacía imposible un acuerdo con Podemos y la confluencias en España, no fue un problema en el caso vasco.
Tampoco el retorno de Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE el 21 de mayo cambió sustancialmente la situación a pesar de lo épico que fue ese proceso. Un Pedro Sánchez que ahora afirmaba que Cataluña era una nación, que hablaba de plurinacionalidad y del pacto con Podemos que no hizo en su etapa anterior, fue aupado por la militancia contra el aparato del partido en las primarias contra todo pronóstico. Para muchos socialistas, fue su particular 15M. Pero él, que ya no tenía acta de diputado, y el nuevo núcleo dirigente decidieron instalarse en el tiempo de espera una vez conseguido el poder interno en el partido: según decían, antes de hacer nada, tenían que ganar el conjunto de congresos regionales socialistas. Cierto que se intentaba hacer reuniones, algunas con el propio Pedro Sánchez, en las que se parecía anunciar un nuevo ciclo, pero la verdad es que él no controlaba un grupo parlamentario que, en puridad, en parte era el mismo que lo había defenestrado de la Secretaría General, y tampoco en aquello que se refería a Cataluña o la plurinacionalidad, como en muchos otros temas, se apreciaban pasos más allá de un nuevo discurso. Patxi López, que, por lo demás, se había enfrentado con Pedro Sánchez por la Secretaría General preguntándole qué entendía por nación (una pregunta que hizo precisamente para criticar sus nuevas posiciones), era ahora el nuevo responsable de la plurinacionalidad y de la propuesta de modelo territorial en el PSOE. Tal como se había aprobado en junio de 2017, durante su 39 Congreso, los socialistas se comprometían a «perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado», lo cual, por lo que se ve, era algo ya reconocido que solo cabía «perfeccionar», en el marco de una reforma federal, pero sin tocar el tabú de la soberanía indivisible. En la medida que era yo mismo quien se ocupaba de los temas de la plurinacionalidad en el grupo confederal, quise hablar con Patxi López para intentar encontrar un lenguaje común con ellos que permitiera poner las bases para empezar a hablar de soluciones en el contexto catalán. En un breve encuentro, que ya no se repitió más, previo a una reunión que debíamos mantener con el PSOE sobre el tema territorial, y que creo que al final tampoco se llegó a celebrar, le comenté la posibilidad a López, dado el problema que generaba la palabra «soberanía», de que en vez de ese término utilizáramos el de demos, el demos catalán, vasco, gallego o andaluz, pues estos existían para decidir de forma separada y refrendataria sobre su propio Estatuto. Me dijo que sí, pero se quedó pensativo y, al cabo de nada, exclamó: «¡Me estás haciendo trampa!». Yo le contesté que no, que estaba tratando de encontrar un lenguaje común. Poco después le envié un prudente mensaje a un dirigente socialista catalán diciendo que no había encontrado al nuevo responsable del tema territorial muy puesto en el tema, pero que quizás no era más que una impresión. Su respuesta fue clara: «Creo que tu impresión es correcta». Habíamos hecho una moción de censura al PP en julio de 2017 que ofrecimos primero al PSOE, pero, a pesar de dibujar muchos futuros (im)posibles en ella, no fructificó, y ahora faltaban solo cuatro meses para el 1 de octubre. En España nada se movía, mientras que en Cataluña miles de voluntarios actuando en la clandestinidad (hasta el punto de devenir indetectables para el Centro Nacional de Inteligencia), entre los cuales había gente insospechada que se comprometía después de años e incluso algunos que no habían militado nunca, estaban creando las condiciones para el fracaso del Estado.
A finales de agosto, Pere Portabella, que había retomado hacía pocos años la tradición del suquet que inauguraba el curso político en la década de 1980, nos convocó a todos a esa cena en su masía de Palau-sator, en el Empordà. En esa extraordinaria comida se encontraban reunidos desde el president Puigdemont hasta Pedro Sánchez, pasando por Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sànchez o Carles Mundó (si no me equivoco, ese año Carme Forcadell no fue). En Barcelona se acababan de producir los atentados terroristas en La Rambla, lo que había llevado a una enorme tensión entre los representantes del Estado y la propia Generalitat con el mayor Josep Lluís Trapero, jefe de los Mossos d’Esquadra y nuevo héroe popular en una Cataluña necesitada de héroes como agua. En esa cena, Puigdemont le ofreció a Pedro Sánchez su apoyo si presentaba una moción de censura al PP —lo cual podría haber abierto un escenario completamente nuevo antes del 1 de octubre—, oferta que el secretario general del PSOE rechazó. Cuixart y yo nos lanzábamos puyas de broma en una mesa que compartíamos, y también tuve un intenso intercambio con Jordi Sànchez y un comentario con Oriol Junqueras sobre por qué Josep Benet, que pensaba que llegaría a ser presidente de la Generalitat, nunca lo fue y sobre la necesidad de resguardarse las espaldas de los compañeros de viaje. Una vez que hubo acabado la cena, pensé que allí se encontraban casi todos los protagonistas del drama que se iba a desatar en los próximos meses. Faltaban los del PP, que iban afirmando día sí y día también que todo estaba controlado y que no había urnas. Faltaba, además, el protagonista principal de lo que vendría: una parte importante del pueblo de Cataluña que, con su determinación, iba a llevar a cabo el 1 de octubre. También pensé: «A ver cuántos vamos estar aquí el año que viene…». Al año siguiente, la mitad de los protagonistas de esa cena estaban en prisión o en el exilio. Fue la última cena antes de la crisis más profunda del Estado español desde 1978. Una crisis que tomó la forma de la afirmación de las soberanías.

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