'Un haz de naciones': los futuros (im)posibles de una crisis territorial sin precedentes
¿Reforma o ruptura? Los futuros (im)posibles
Pedro Sánchez fue defenestrado de la Secretaría General del PSOE
en la noche de autos del 2 de octubre, y el 29 de octubre Mariano Rajoy
fue elegido otra vez presidente de España, con 68 abstenciones del
PSOE. La estrategia de Rajoy de sentarse y esperar mientras crujía el
sistema político acabó con un éxito absoluto y el PSOE prácticamente de
rodillas pidiendo compasión. Pero había poca gloria en esa victoria
hecha de hiel. Empezaba la legislatura del bloqueo. El bloqueo a un
parlamento donde el Gobierno no tenía una mayoría clara, practicado
desde la Mesa del Congreso, donde sí que la tenía; el bloqueo de un
Gobierno sin capacidad de sacar adelante iniciativas en ese mismo
parlamento que mantenía bloqueado, y el bloqueo también con Cataluña.
Pocas semanas después de la investidura de Rajoy, el PNV y el Partido
Socialista de Euskadi llegaban a un acuerdo para formar un nuevo
Gobierno en el País Vasco. Ese acuerdo incluía abrir el debate sobre el
derecho a decidir en el marco de una nueva reforma estatutaria. En ese
caso, tras un año de bloqueo, presiones y crujidos, aquello que según el
PSOE hacía imposible un acuerdo con Podemos y la confluencias en
España, no fue un problema en el caso vasco.
Tampoco el retorno de Pedro Sánchez a la Secretaría General del
PSOE el 21 de mayo cambió sustancialmente la situación a pesar de lo
épico que fue ese proceso. Un Pedro Sánchez que ahora afirmaba que
Cataluña era una nación, que hablaba de plurinacionalidad y del pacto
con Podemos que no hizo en su etapa anterior, fue aupado por la
militancia contra el aparato del partido en las primarias contra todo
pronóstico. Para muchos socialistas, fue su particular 15M. Pero él, que
ya no tenía acta de diputado, y el nuevo núcleo dirigente decidieron
instalarse en el tiempo de espera una vez conseguido el poder interno en
el partido: según decían, antes de hacer nada, tenían que ganar el
conjunto de congresos regionales socialistas. Cierto que se intentaba
hacer reuniones, algunas con el propio Pedro Sánchez, en las que se
parecía anunciar un nuevo ciclo, pero la verdad es que él no controlaba
un grupo parlamentario que, en puridad, en parte era el mismo que lo
había defenestrado de la Secretaría General, y tampoco en aquello que se
refería a Cataluña o la plurinacionalidad, como en muchos otros temas,
se apreciaban pasos más allá de un nuevo discurso. Patxi López, que, por
lo demás, se había enfrentado con Pedro Sánchez por la Secretaría
General preguntándole qué entendía por nación (una pregunta que hizo
precisamente para criticar sus nuevas posiciones), era ahora el nuevo
responsable de la plurinacionalidad y de la propuesta de modelo
territorial en el PSOE. Tal como se había aprobado en junio de 2017,
durante su 39 Congreso, los socialistas se comprometían a «perfeccionar
el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado», lo cual, por
lo que se ve, era algo ya reconocido que solo cabía «perfeccionar», en
el marco de una reforma federal, pero sin tocar el tabú de la soberanía
indivisible. En la medida que era yo mismo quien se ocupaba de los temas
de la plurinacionalidad en el grupo confederal, quise hablar con Patxi
López para intentar encontrar un lenguaje común con ellos que permitiera
poner las bases para empezar a hablar de soluciones en el contexto
catalán. En un breve encuentro, que ya no se repitió más, previo a una
reunión que debíamos mantener con el PSOE sobre el tema territorial, y
que creo que al final tampoco se llegó a celebrar, le comenté la
posibilidad a López, dado el problema que generaba la palabra
«soberanía», de que en vez de ese término utilizáramos el de demos, el
demos catalán, vasco, gallego o andaluz, pues estos existían para
decidir de forma separada y refrendataria sobre su propio Estatuto. Me
dijo que sí, pero se quedó pensativo y, al cabo de nada, exclamó: «¡Me
estás haciendo trampa!». Yo le contesté que no, que estaba tratando de
encontrar un lenguaje común. Poco después le envié un prudente mensaje a
un dirigente socialista catalán diciendo que no había encontrado al
nuevo responsable del tema territorial muy puesto en el tema, pero que
quizás no era más que una impresión. Su respuesta fue clara: «Creo que
tu impresión es correcta». Habíamos hecho una moción de censura al PP en
julio de 2017 que ofrecimos primero al PSOE, pero, a pesar de dibujar
muchos futuros (im)posibles en ella, no fructificó, y ahora faltaban
solo cuatro meses para el 1 de octubre. En España nada se movía,
mientras que en Cataluña miles de voluntarios actuando en la
clandestinidad (hasta el punto de devenir indetectables para el Centro
Nacional de Inteligencia), entre los cuales había gente insospechada que
se comprometía después de años e incluso algunos que no habían militado
nunca, estaban creando las condiciones para el fracaso del Estado.
A finales de agosto, Pere Portabella, que había retomado hacía
pocos años la tradición del suquet que inauguraba el curso político en
la década de 1980, nos convocó a todos a esa cena en su masía de
Palau-sator, en el Empordà. En esa extraordinaria comida se encontraban
reunidos desde el president Puigdemont hasta Pedro Sánchez, pasando por
Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sànchez o Carles Mundó (si no me
equivoco, ese año Carme Forcadell no fue). En Barcelona se acababan de
producir los atentados terroristas en La Rambla, lo que había llevado a
una enorme tensión entre los representantes del Estado y la propia
Generalitat con el mayor Josep Lluís Trapero, jefe de los Mossos
d’Esquadra y nuevo héroe popular en una Cataluña necesitada de héroes
como agua. En esa cena, Puigdemont le ofreció a Pedro Sánchez su apoyo
si presentaba una moción de censura al PP —lo cual podría haber abierto
un escenario completamente nuevo antes del 1 de octubre—, oferta que el
secretario general del PSOE rechazó. Cuixart y yo nos lanzábamos puyas
de broma en una mesa que compartíamos, y también tuve un intenso
intercambio con Jordi Sànchez y un comentario con Oriol Junqueras sobre
por qué Josep Benet, que pensaba que llegaría a ser presidente de la
Generalitat, nunca lo fue y sobre la necesidad de resguardarse las
espaldas de los compañeros de viaje. Una vez que hubo acabado la cena,
pensé que allí se encontraban casi todos los protagonistas del drama que
se iba a desatar en los próximos meses. Faltaban los del PP, que iban
afirmando día sí y día también que todo estaba controlado y que no había
urnas. Faltaba, además, el protagonista principal de lo que vendría:
una parte importante del pueblo de Cataluña que, con su determinación,
iba a llevar a cabo el 1 de octubre. También pensé: «A ver cuántos vamos
estar aquí el año que viene…». Al año siguiente, la mitad de los
protagonistas de esa cena estaban en prisión o en el exilio. Fue la
última cena antes de la crisis más profunda del Estado español desde
1978. Una crisis que tomó la forma de la afirmación de las soberanías.
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