miércoles, 1 de noviembre de 2017

Angelo Branduardi - I santi



Los santos. Una fiesta del pueblo profanado
mucho más que profano,
porque santo es el pueblo
que su dolor transmuta en vida,
que no se duerme al son de los augures
ni se rinde al abrigo de los hielos
que hacen del corazón una planicie seca
de inviernos sine die.

Santa Pilar, la que pide limosna
en la puerta del super
y encima nos regala una sonrisa
tan limpia y tan hermosa,
San Jesús, que es una redundancia
de bondades ajustando tornillos proletarios
de emergencia a deshoras urgentes
y sin sacar tajada del negocio y la usura,
Santa Mariajosé, con su bici
y sus planes para encajar las piezas
que se les van cayendo de la vida
a todos los que sufren el olvido
y la marginación,
San Pep del raconet  y su santa anarquía carpintera
ensamblando los ejes del amor
en cada tresbolillo de ese barrio tan gris y apaleado
en el que amanecer resulta un lujo estrepitoso
cuando la noche acaba de asfixiar lo posible.
Santa Eva, buscadora incansable
de paisajes  robados
en los que repartir alquimia fina
y quitada final de trampantojos
o Santa Marieta desde el horno
repartiendo la gloria bendecida
de ese pan necesario
cuando no queda un euro
con que pagar la compra
en los derribos de la dignidad...

Estos santos diarios
que nunca necesitan santoral,
que nacen y se van como los pétalos
en una limpia brisa, sin reclamar honores
ni novenas, ni burbujas de incienso,
ni fama genuflexa,
convierten la rutina en maravilla
y hacen que nazca  Dios
sin pedirle la venia al Vaticano,
a cada instante y a su divina bola
en carne y hueso,
como un dulce pellizco
tembloroso, de ternura sin más,
firme y rebelde,
sin una noche buena que certifique nada,
siempre fuera de tiempo,
en medio de la calle y del barullo,
sin pagarle tributo al Cortinglés
por usar la alegría de cada nacimiento
subrogado en cada navidad del cuento chino
como cebo de horrores y consumos obscenos
que se van reciclando en devociones varias
a gusto del cliente computado
y teledirigido, eso sí, libremente.

Me quedo con los santos que bailan sin parar,
descalzos de glamour , desnudos de peanas
y de altares pero surcando amor a manos llenas,
ésos que ni siquiera tienen una orquesta
ni un disco de guardar
con que danzar al son de una bandera
o en linda romería de disfraces pactados
y tan lejos de Dios como del Otro,
que siempre es un sí mismo
camuflado de nadie. Sólo por despistar
a la seguridad estable y duradera
de dogmas y certezas por decreto
que controla
la poda de las alas para ángeles caídos
en acto de servicio.




No hay comentarios: