El hilo conductor siempre fue el aire.
El primer habitante de la Esencia.
Antes de él la forma reposaba en la materia
y allí todo era denso. Era un empuje ciego.
Un proceso dual inaplazable.
Y la Esencia sabía. Sólo ella poseía el don.
Ella era el don. Y por eso fue el aire.
Desde entonces el aire es el testigo inmóvil
en el que se desliza la evidencia,
la multiplicidad,
la intemperie del sueño,
el párpado espiral de los sentidos,
el mar inacabado
donde siempre nos queda suspenso lo posible
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