Renacía contigo la desnudez de la luz;
aquel recogimiento en donde habita todo
desde que todo existe. Nacías en el eje.
De nuevo era el comienzo
en ese núcleo exacto que calla porque sabe
a eternidad jugosa
(Así cumples el ciclo de las fuentes ocultas
que navegan tu sangre y modelan tus huesos
en la rueda de luz que reside en tu frente)
La realidad germina donde tú la contemplas.
Donde la vida irrumpe en el filo del sueño.
Y se borran los nombres
de todo lo que puede pronunciarse.
En ese territorio brota el gozo
entre la libertad y la inocencia.
Dulce aliento que sustenta la rosa
en su mínimo encanto,
la senda puntiaguda del dolor
ya disuelto en textura de nube,
la ausencia de los dioses, el alma de los pájaros,
la precisión metálica de trenes que se olvidan
en la noche ilusoria.
Que bendiga la luz las señales del tiempo:
Los pegajosos charcos del vacío, las cenizas,
la brisa, la ensalada, los dátiles, las gafas,
la soledad, el frío y la ternura.
Luego, mientras abres el alma a la intemperie,
permite que Diciembre abra el balcón
cuando vuelva de azul y aguamarinas
para recuperar los restos del naufragio.
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Con este poema finaliza la colección que se titula Primer Jardín. Primera parte de un poemario inédito titulado Tres jardines de ayer.
He decidido editar estos poemas, como regalo de Navidad a los lectores de este blog cestochufero. Feliz renacimiento a todas y a todos. Porque ése es el verdadero sentido de la Natividad. Renacer, como la luz del solsticio de invierno. Recuperando la claridad, el vigor y el tiempo para crecer, iluminarse e iluminar; al fin y al cabo, todos venimos de las estrellas.
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