Una de las tareas imprescindibles para crecer y madurar como individuos y como sociedad ( es imposible separar los unos de la otra) es la revisión permanente de la idoneidad entre lo que pensamos que "sabemos" en teoría y lo que vivimos en la realidad cotidiana; en ese proceso iremos mirando y comprendiendo qué automatismos neurolingüísticos, incrustados en el inconsciente personal y colectivo, nos "condenan" a padecer como Tántalo: el suplicio de las repeticiones históricas. El revival que parece inevitable en el fluir de la Historia de nuestro país. De Europa. Y del mundo.
Elijamos, por ejemplo, un término, como democracia, para practicar. Las palabras de amplio espectro no tienen un significado cerrado ni absoluto, van evolucionando o involucionando hasta adaptarse a las nuevas realidades o hasta quedarse obsoletas, según se modifica la conciencia perceptiva y práctica de los seres humanos. Democracia ya sabemos que significa "poder del pueblo". En su origen, en la antigua Grecia, ese "poder del pueblo" no era ni mucho menos el que es ahora. No todos los griegos eran el demos fetén, ciudadanía o politeia. Los politoi, ciudadanos, eran una minoría en la que no participaban ni los ilotas (esclavos estatales), ni los periekos (procedentes de pueblos sometidos, que sería el equivalente a los inmigrantes actuales) ni tampoco las mujeres tenían la opción de elegir a los politoi, , ciudadanos, que constituían una obvia minoría.
Evidentemente, en apariencia, el concepto actual de democracia tiene muy poco que ver con su significado original. Ahora, al menos en teoría, los Derechos Humanos han conseguido una igualdad a la hora de votar. Aparentemente hemos mejorado mucho. Pero hay mucho más que mejorar. Lo mismo que Aristóteles transformó el contenido semántico de la ética, que en origen sólo significaba "costumbre" o "comportamiento". Con Aristóteles la ética madura, se viste de mayúscula y se convierte en orientación del comportamiento humano hacia el bien social. Con su 'Ética para Nicómaco' el Maestro de Estagira pone por primera vez por escrito (Sócrates ya lo había hecho en la práctica, con su propia vida, que Platón pasó a los textos) la importancia y el valor de la conducta coherente como filosofía de vida. Como régimen organizado de entendimiento social. El paso del sustantivo al adjetivo calificativo es determinante de cualidad o "virtud" añadida a la sustancia primera. La cualificación dota de vida al nombre, como el oficio que se sabe hacer nos dota a los humanos de fuerza, valor social para el servicio y la utilidad comunitaria. Si aplicamos este criterio analítico al término democracia observaremos que aún está anclado en lo elemental de lo numérico que es el tantum-quantum. Solamente cuenta el criterio del número mayoritario como criterio para elegir. La democracia que ahora conocemos y practicamos no contempla el sicut , el como. De qué modo. Ese criterio se ha camuflado en las ideologías, que son sectas políticas e interesadas en sí mismas más que en el bien común, hundidas en el enfrentamiento ideológico y en intereses espurios y vergonzantes, son incapaces de admitir la pluralidad propia de la verdadera democracia, el entendimiento entre las diversas percepciones del bien común. Sin exclusiones. Al contrario, "barren", "arrasan", basadas sólo en la cantidad de votos, al resto de ciudadanía, que sólo transita por las instituciones como un fantasma marginal, empobreciendo miserablemente los acuerdos y los gobiernos. Este modelo deforme no es legítimo de verdad, porque la cantidad no equivale para nada a la calidad, ni a la razón, ni ala acierto, ni a la inteligencia colectiva ni al bien común. Además de cantidad hace falta, sobre todo, calidad. ¿Qué ingrediente falta para que se produzca esa Democracia Real que todos queremos construir? Falta la participación directa de la Ciudadanía en el funcionamiento del Estado, ya que es ella, la Ciudadanía, la que lo financia y lo sostiene con su trabajo y sus impuestos.
Imaginemos una familia obrera, que se mantiene con el sueldo de los padres humildes y sacrificados, y que los hijos, que han podido ir a la universidad por ese sacrifico y ese esfuerzo, imponen su "gobierno", se apoderan de los recursos familiares y reducen a sus progenitores a trabajar sin poder opinar nada más que cada cuatro años, acerca de qué hijo va a administrar la casa durante otro cuatrienio en el que, naturalmente, los padres tendrán que resignarse a lo que haga el hijo gobernador, sin poder reclamar, ni opinar, ni sugerir, ni proponer, ni participar. Pero eso sí, deberán seguir manteniendo con su trabajo y su sueldo el armazón y la estructura del conjunto. Y además pagar a los hijos mensualmente salarios que son cinco veces el suyo, como mínimo. Si los padres protestan, los hijos llaman a la policía y exigen que se les multe por alborotar la paz de la familia con sus exigencias ruidosas. Si esto sucediese en una familia, es seguro que se denunciaría, que la Justicia intervendría, que los servicios sociales y los activistas de los DDHH pondrían el grito en el cielo. Pues bien, eso nos está sucediendo durante todo lo que hemos dado en llamar democracia desde 1978, a 45 millones de personas y aquí no pasa nada.
Ahora se trata de hacer el cambio democrático de la nominación inerte y cuantificadora del término a la energía dinamizadora y "cualitativa" del mismo, para que la democracia crezca como ciudadanía y no como oligocracia demagógica y cleptócrata que es en lo que ha derivado por su degeneración imparable.
Lo que ahora nos toca es lo que estamos haciendo: no 'regenerar' la democracia, porque lo que hemos vivido y soportado hasta hoy, nunca ha sido una democracia en plenitud, más bien un cutre sucedáneo, sino generar democracia; organizarnos como ciudadanía. 'Podemos' no es la solución, como piensan muchos aún, sino un síntoma visible y temporal de esa solución. Lo que menos importa es el partido; la fuerza es del movimiento social de base, que es sobre todo, el vértice, el nivel más alto de conciencia y el más bajo en riesgo de corrupción. Es imposible corromperse cuando todo es transparente, cuando todos los asuntos comunes -TODOS- tienen que decidirse y aprobarse en asamblea entre ciudadanos que están en constante actitud de mejorar en ética cívica, donde la cantidad de los votos va buscando sobre todo alcanzar la máxima calidad justa y ética. El debate y el diálogo ciudadano abre las mentes, permeabiliza la sensibilidad, ablanda y abre los bunkers de la rutina mental y social. El contacto con la problemática diaria trae en sí propuestas y soluciones que a los "profesionales de aparato" jamás se les ocurrirían por falta de de roce, de frecuencia, de interés y de tiempo, que dedican a medrar en el partido y a que el partido medre. Los ciudadanos asamblearios se ayudan y se despiertan mutuamente. La Asamblea Ciudadana es terapéutica y pedagógica per se. Su disciplina de escucha participativa, de orden autoelegido, de debate civilizado, de cuidado amoroso del detalle, de los sentimientos, de respeto tan imprescindible como la libertad, la práctica de los deberes éticos, tan imprescindibles como los derechos.
Por fin está fabricándose el antídoto contra la toxicidad ide-ilógica, contra lo arbitrario, contra el lado más absurdo y turbio del poder. Se llama Inteligencia Colectiva. Sabiduría Comunitaria. Decencia Terapéutica. Y es un logro de todos los ciudadanos y ciudadanas que no se han resignado ni se van a resignar a un estado de cosas tan obsceno como delictivo, injusto, desigual y opresivo.
¿Qué pueden hacer los partidos para arreglar lo descompuesto? Dejar de mentir y elucubrar manipulando el dolor social. Disolverse humildemente, comprender que sin ciudadanía no son nada. Deshacerse de sus majestuosas sedes y dedicar el dinero de su mantenimiento y la mitad de sus sueldos a los ciudadanos que están en las últimas, a proporcionar microcréditos para que los bancos no vampiricen más a los modestos empresarios de la PYMEs.
¿Qué pueden hacer los media? Campañas constantes de apoyo ciudadano. Fomentar ideas solidarias. Animar a la participación. No alentar ilusiones de recuperación, cuando la realidad escupe sin pudor justamente lo contrario y se ve a las claras que si no fuese por las elecciones inminentes, la ridícula subida de céntimos en los sueldos hubiese sido un subidón de impuestos y una quita de la mitad del sueldo. Dar mucha más importancia a lo que se cuece en la calle y en las casas, en los desahucios, en las escuelas de barracón, en la tragedia del paro sempiterno, en los hospitales sin vendas ni desinfectantes ni analgésicos y dejar que el Rey se monte Ikea para dar sus discursos, si eso le gusta. No mentir con las encuestas de audiencia y de popularidad real cuando ya la peña sabe de sobra como funcionan las calculadoras del CIS, multiplicando las respuestas que han recogido en el Barrio de Salamanca y en Puerta de Hierro, por una estimación masiva y +IVA de todo el País. Dejar de dar jabón a ese pastiche, colocarlo como una noticia más, detrás de las viñetas, que son más ilustrativas y eficaces que los discursos sobados, de atrezzo teatral con que nos tratan de taladrar. Dejar a Rajoy y a su family ppera en la última página o entre los anuncios de prostitución de alto standing. Hacer la crónica del fenómeno humano y no de los avatares de Jurasic Park. Dejar de dar coba a la coleta de Podemos y preocuparse por lo que de verdad hacen los ciudadanos y ciudadanas. Así, seguro que la democracia sale del borreguismo del "cuanto" y empieza a adquirir con más fuerza y velocidad su sentido cualitativo. Su oficio y su virtud. Su verdad real.
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