La infanta Cristina o la dama boba
por Aníbal Malvar
Andaba yo estos días conjugando las lecturas del auto del juez Castro para sentar en el banquillo de los acusados a la infanta Cristina, y La dama boba, de Lope de Vega. Y se me vinieron a la mente no pocas concomitancias. Finea pasa de tonta a lista por amor en la obra de Lope, que es el revés de lo que le ha pasado a nuestra infanta en el caso Urdargarin. De todos es sabido que algún letrado estampó ante la opinión pública que la hermana del rey se había lucrado por amor, o sea, sin consentimiento neuronal, y que eso es un eximente.
Pero es que Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad, o sea, la infanta Cristina, es licenciada en Ciencias Políticas como Pablo Iglesias y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Nueva York, como cualquier hijo de albañil turolense.
En un país en que los jubilados analfabetos han perdido sus ahorros porque se les considera con suficiente formación materialista histórica como para invertir en preferentes, swaps o depósitos estructurados, lo más normal es que a una infanta con licenciatura en Ciencias Políticas y un máster en Relaciones Internacionales por Nueva York se la juzgue como estafada. Qué mayor estafa que lucrarse sin saber cómo. Pobre colaboradora necesaria.
A la infanta Cristina, aun siendo simultáneamente hija y hermana de rey –que ya es prestidigitación– , se la está considerando aun peor que a la dama boba. O sea, más tonta que Finea. Porque Finea, por amor, pasa de tonta a lista. Y Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad, o sea, la infanta Cristina, pasa de licenciada a tonta. Que no se entera de nada.
Resulta que todos damos por hecho que Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad, licenciada en Ciencias Políticas y máster en Relaciones Internacionales, siendo propietaria de la empresa Aizoón, no se entera de que la tarjeta con la que paga sus visones, sus ostras con perla, sus nieves suizas, sus lacayos y sus bótox está cargada con dinero evadido a la Hacienda Pública. Vaya tarjeta. Y vaya licenciada.
No quiero decir con esto que Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad sea una vulgar choriza, porque de todos es sabido que nos estamos acostumbrando a chorizos muy poco vulgares.
Lo que le ha pasado a Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad le puede pasar a cualquiera. Y a mí me pasa también. En cuanto me hago un máster de Relaciones Internacionales en Nueva York, me nombran sexto en la cadena sucesoria a la realeza, y me licencio en Ciencias Políticas, ya no sé de dónde me salen los millones de la tarjeta de crédito, ni los viajes a Disneylandia con derecho de pernada sobre Minnie Mouse, La Sirenita y Blancanieves.
Los seis millones de parados que hay en España no reparan en esto porque no saben lo difícil que es ser noble, heredero, chic, cool y un poquito estafador (que no es el caso de la infanta). Pero a mí Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad me despierta enorme ternura. Ha de ser muy difícil pasar de licenciada en Ciencias Políticas y máster en Nueva York a no enterarse de que tus tarjetas de crédito no están llenas de millardos per se. No sé cómo definir la magnitud de esta tragedia. Pasar de tener tantos títulos a ser la dama boba. Los y las feministas deberíamos indignarnos. Santa colaboradora necesaria.
La dama boba no tiene por qué enterarse de que su esposo se compra un palacete que vale lo que ingresaría él en mil años. La dama boba se agencia un bolsito de Vuitton en Serrano sin siquiera saber el pin de la tarjeta. La dama boba se muda a Nueva York cuando la persiguen los fotógrafos, como cualquier supermercadera de Carabanchel.
No pretendo ser machista, pero si esta dama no es boba debería también ir a la cárcel. Gracias, juez Castro, por demostrar que de vez en cuando la justicia sigue siendo más o menos ciega. Y mujer. Mujer de criterio y fiereza. Y no dama boba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario