Repaso la historia y todo parece detenido en la desolación del siglo XV, cuando Isabel "Y" Fernando dejaron estos parajes como la palma de la mano. Llenos de muertos por las guerras que "pacificaron" a base de exterminio, de torturas y asesinatos en masa contra las personas de religión y cultura diversa, como los judíos y musulmanes que no eran extranjeros ni extraterrestres, sino españoles diversos. Bilingües. E incluso trilingües, como demuestra la Escuela de Traductores de Toledo ya con Alfonso X. Con otras creencias y otros modos de comer o de celebrar las bodas y las fiestas...pero nacidos en la misma Península durante siglos y generaciones. Conviviendo en la calle, en la plaza, en los caminos, en el mercado, en las calamidades, como epidemias, invasiones, abusos de los poderosos y masacres derivadas...Todo eso para sus "catódicas malestades" o malestados, no tenía el más mínimo valor.
La serie Isabel, con el intento de loa y retoques de chapa y pintura no sólo no ha conseguido reglamurizar a la pareja del desaguisado de nuestra "unidad" impuesta a base de maldades incontables, sino poner de relieve sus miserias, su mala baba, su fanatismo, tuzudez, bloqueos, retruécanos innecesarios y morralla indecorosa. Su inagotable capacidad para no dejar títere con cabeza por doquier. Meapilas e hipócritas de cara al miedo y a los intereses "sagrados" y canallas de luxe, soberbios impenitentes y crueles hasta lo inimaginable para los asuntos terrenales. Y luego, la fantasiosa "Armada Invencible"; y lo de Flandes. Y luego, las guerras de sucesión por el poder de los oligarcas impuestos desde Hausburguia a Borbonia...Restauraciones de la barbarie en cabezas de chorlito re-coronadas con un recochineo contumaz. Napoleón queriendo sacar a las Españas del dominio del pelo de la dehesa, y derrotado con el furor más cretino puesto en marcha para recuperar "las caenas", nuestro estado natural por lo que se ve. Mejor la seguridad que da lo peor de lo nuestro, que la posibilidad de un cambio hacia lo mejor que venga de fuera. Bonitos somos, como para que nadie nos dé lecciones de civismo, de cultura o de democracia o de ética...de lo que sea...
Más guerras sucesorias y restauraciones ad hoc...y el crack definitivo del 1898. El hundimiento final del glamour imperial. Luego, más coronas empastradas en lo castizo, en los cuernos y en los desahucios de tronos al pairo. Repúblicas hilvanadas, jamás tejidas ni consolidadas. Gallos de corral imponiendo el orden con su caos uniformado y escopetón en ristre en medio del gallinero nacional. Ridícula alternancia de lo mismo con traje distinto. Otra guerra sucesoria entre democracia incipiente y mal entendida y dictadura de las de toda la vida, que es comodísima, más que nada porque no exige cambios de costumbres ni de mentalidad...Lo de siempre. El yugo de los comienzos imperiales, readaptado en diversos formatos y aplicaciones para bueyes cabezones y apegados al arado quieran o no. El pp y Cisneros, el pp y Torquemada, el pp los Pacheco, el pp y la cultura mutilada y en chirona, el pp y Antonio López, los validos, sacaperras y buscones, clonados ad infinitum hasta llegar a la degradación suprema pequeñonicolasista. Esos especímenes que se cuajan en héroes de suburra despechados como la Daddario de Berlusconi o La Pechotes del ala derecha-retorcida de la tontuna nacional, adobada con salsa guasapp y sms a porrillo. El pantojamen de la Infanta. Un PE, un PL y un PJ, que no tienen nada que envidiar ni al Sálvame, ni al Gran Hermano ni a Supervivientes. Una corona carcomida por la caries generalizada y la capa bacteriana apolítica y asocial que pulula como un ente difuso y sin cuerpo tangible, pero contante y sonante, tal que un fenómeno polstergeits.
Una corona que mira para otro lado y se resiste a la ortodoncia, que seguramente piensa, con el fiscal Horrach y el gabinete defensor, que 600.000 euros pueden lavar la imagen del delito ético, mucho más grave que el delito monetario. El dinero se puede devolver y los daños materiales se pueden reparar, pero ¿y los daños en el corazón del Estado, cómo repararlos? Un delito o una falta gravísima cometidos por un miembro de la Casa Real no es un daño cualquiera, ha requerido, además de la carencia de ética por parte de los acusados y más o menos convictos, de una complicidad familiar, del entorno social, de las instituciones del Estado, como la CCAA, que fueron víctimas y cómplices al no investigar las intenciones de Urdangarín y señora, como lo son los magistrados que amparan la exculpación o los veredictos a media luz, para que la Infanta quede mediáticamente a salvo, sin darse cuenta de que tratar su caso con tanto remilgo y tanta complaciencia, empeora aún más la decrepitud del sistema penal, civil y democrático. Máxime cuando la ley se ensaña con delitos y faltas sin relevancia social ni estatal y mantiene presos y sin juicio a montones de pobres diablos, que si no fuese por el voluntariado de prisiones, nunca saldrían de preventivos sin juzgar. La Infanta, DEBE reconocer su participación y su responsabilidad en los hechos denunciados y dice aún más en su contra permitir que se vaya de rositas, mientras su marido cargue con una condena considerable, habiéndose ella beneficiado, usado su carnet, firmado facturas, usando tarjetas, propiciando el fraude a tutiplén, gozado prebendas como el tren de vida que sigue llevando en Suiza (¿qué mejor refugio para unos millonarios empastrados en el saqueo del Estado verdad?)
La corrupción es mucho más grave que robar dineros y aprovecharse de las influencias políticas para sacar tajada. La corrupción es la herida que provoca la muerte social. Es el verdugo de la justicia, de la igualdad y de la democracia. Es el genocidio de nuestra esencia humana. Nos convierte en monstruos ciegos e idiotizados, bestias de cuerda o a pilas, marionetas capaces de justificar lo peor, matar por egoísmo, como se mata con la indiferencia y el saqueo de los organismos estatales a los que enferman y no se atiende, a los que se priva del trabajo y del sueldo, y a continuación, de vivienda y escuela. A los que mueren por negligencia inhumana, ya sea por enfermedad o por suicidio desesperado. La Infanta ha cooperado en todo eso, viviendo por encima de las posibilidades de los ciudadanos y ciudadanas, sometidos a la precariedad, para que con los beneficios del principesco y ducal latrocinio, ella y su familia no sólo vivan de muerte, es que además se queden como si nada. La Borbón, debería comprender todo esto si es capaz de desempeñar trabajos en la banca como ejecutiva. Si no lo sabe, debería trabajar en otros menesteres más elementales como de recadera, camarera o chica de la limpieza, que sale mucho más barato al Estado o a la empresa privada que la contrata por mucho más de lo que merece su empeño profesional, además sería mucho más pedagógico para ayudarla a rehabilitarse socialmente.
La corrupción se resuelve cuando los corruptos toman conciencia de su estado por medio de un tratamiento educativo, más que por una simple privación de libertad, que no cambia nada si sólo se reduce a castigar; el Estado mantiene a los reclusos y de alguna manera, los maleduca, no los regenera. La Borbón, como La Pantoja, necesitan más aprender a vivir con el salario mínimo y en un barrio obrero, siendo útiles y no mantenidas por exhibirse en público, que soltar pasta para evitar la cárcel. Pero la corrupción es tan potente que afecta al pensamiento, a la voluntad y a la visión que tenemos de la sociedad, del mundo, de los valores y de las relaciones interpersonales. De las propias leyes. De la religión. Del Estado.
Una corona que mira para otro lado y se resiste a la ortodoncia, que seguramente piensa, con el fiscal Horrach y el gabinete defensor, que 600.000 euros pueden lavar la imagen del delito ético, mucho más grave que el delito monetario. El dinero se puede devolver y los daños materiales se pueden reparar, pero ¿y los daños en el corazón del Estado, cómo repararlos? Un delito o una falta gravísima cometidos por un miembro de la Casa Real no es un daño cualquiera, ha requerido, además de la carencia de ética por parte de los acusados y más o menos convictos, de una complicidad familiar, del entorno social, de las instituciones del Estado, como la CCAA, que fueron víctimas y cómplices al no investigar las intenciones de Urdangarín y señora, como lo son los magistrados que amparan la exculpación o los veredictos a media luz, para que la Infanta quede mediáticamente a salvo, sin darse cuenta de que tratar su caso con tanto remilgo y tanta complaciencia, empeora aún más la decrepitud del sistema penal, civil y democrático. Máxime cuando la ley se ensaña con delitos y faltas sin relevancia social ni estatal y mantiene presos y sin juicio a montones de pobres diablos, que si no fuese por el voluntariado de prisiones, nunca saldrían de preventivos sin juzgar. La Infanta, DEBE reconocer su participación y su responsabilidad en los hechos denunciados y dice aún más en su contra permitir que se vaya de rositas, mientras su marido cargue con una condena considerable, habiéndose ella beneficiado, usado su carnet, firmado facturas, usando tarjetas, propiciando el fraude a tutiplén, gozado prebendas como el tren de vida que sigue llevando en Suiza (¿qué mejor refugio para unos millonarios empastrados en el saqueo del Estado verdad?)
La corrupción es mucho más grave que robar dineros y aprovecharse de las influencias políticas para sacar tajada. La corrupción es la herida que provoca la muerte social. Es el verdugo de la justicia, de la igualdad y de la democracia. Es el genocidio de nuestra esencia humana. Nos convierte en monstruos ciegos e idiotizados, bestias de cuerda o a pilas, marionetas capaces de justificar lo peor, matar por egoísmo, como se mata con la indiferencia y el saqueo de los organismos estatales a los que enferman y no se atiende, a los que se priva del trabajo y del sueldo, y a continuación, de vivienda y escuela. A los que mueren por negligencia inhumana, ya sea por enfermedad o por suicidio desesperado. La Infanta ha cooperado en todo eso, viviendo por encima de las posibilidades de los ciudadanos y ciudadanas, sometidos a la precariedad, para que con los beneficios del principesco y ducal latrocinio, ella y su familia no sólo vivan de muerte, es que además se queden como si nada. La Borbón, debería comprender todo esto si es capaz de desempeñar trabajos en la banca como ejecutiva. Si no lo sabe, debería trabajar en otros menesteres más elementales como de recadera, camarera o chica de la limpieza, que sale mucho más barato al Estado o a la empresa privada que la contrata por mucho más de lo que merece su empeño profesional, además sería mucho más pedagógico para ayudarla a rehabilitarse socialmente.
La corrupción se resuelve cuando los corruptos toman conciencia de su estado por medio de un tratamiento educativo, más que por una simple privación de libertad, que no cambia nada si sólo se reduce a castigar; el Estado mantiene a los reclusos y de alguna manera, los maleduca, no los regenera. La Borbón, como La Pantoja, necesitan más aprender a vivir con el salario mínimo y en un barrio obrero, siendo útiles y no mantenidas por exhibirse en público, que soltar pasta para evitar la cárcel. Pero la corrupción es tan potente que afecta al pensamiento, a la voluntad y a la visión que tenemos de la sociedad, del mundo, de los valores y de las relaciones interpersonales. De las propias leyes. De la religión. Del Estado.
Hasta Monedero acaba de decir en una entrevista que no puede asegurar que la corrupción no clave los colmillos en Podemos...Lógico pensar así, cuando uno ha estudiado historia, va deduciendo lo que hay, lo que no hay, practica y reconoce las 'cornás' que dan ciertas hambres de poder, de ambición, de soberbia y de herencia, y además comparte la enjundia patronímico-gentilicia nada menos que con un Iglesias. Pasta y religión en comandita, el binomio tradicional, el chip pastirreligioso; son las claves de nuestro derrapar histórico, unidas a la impaciencia, a la chapuza, al malpensar de todos y al encerrinamiento pantocrátor que nos corroe las entretelas patrias y matrias.
Nos hemos quedado en patético vodevil de feria, en circo de Manolita Chen de segunda mano o de tercera, al paso que vamos ya no habrá ni manos bastantes como patrón-medida. Hasta ahí lo de siempre.
Ahora, viene lo que nosotros queramos que venga...hartos de tanta inercia y estupidez repetitiva, de tanto copiar la misma caligrafía y la misma muestra en la pizarra o en la pantalla y el teclado, nos queda el paso inevitable de cambiar por dentro mientras tomamos conciencia de lo de fuera y viceversa: mientras cambiamos por fuera con la fuerza que nos da el cambio interior, hasta comprender que entre el dentro y el fuera no hay diferencia alguna, porque lo uno y lo otro es la misma energía y la misma sustancia. Como yo y los otros.
Habrá que acabar dando la razón a la célebre frase atribuida a André Malraux, un intelectual que fue además ministro de Cultura en Francia: El hombre del siglo XXI será espiritual o no podrá ser nada. Es la única salida que nos queda. La única resiliencia posible que garantiza un futuro.
Recordemos que espiritual no significa religioso ni alucinado por imaginaciones y fantasías sobre el más allá. Ni fascinación por el esoterismo. Ni ser sectario de nada oculto. Ni estar seguros de la excelencia del propio pedigrí frente a la 'bazofia' del pedigrí ajeno. Ni con complejo juzgador de los demás con una medida subjetiva y dogmática del bien y del mal.
Espiritual significa ser plenamente humanos. Conscientes. Responsables. Abiertos. Flexibles y enteros. Capaces de asumir limpiamente las propias erratas en el propio contexto. Agradecidos a la vida porque todos y todas somos la vida. Despiertos. Y fraternos con nuestros semejantes y con toda la naturaleza, porque todo el conjunto es la familia verdadera. Sin exclusiones. Plural y espléndida, con todo lo que eso significa. Hasta en medio de la mugre más obscena, que también es la nuestra y por algo nos afecta. Como los genes. Que también se pueden modificar cuando se produce el cambio de paradigmas vitales. Entonces salimos de la limitación, del miedo y de la necesidad, para entrar en lo ilimitado, en lo sereno y gozoso, en la normalidad de lo que fluye, como ya lo vieron y/o intuyeron por ejemplo, Heráclito de Éfeso y Sócrates, Platón o Aristóteles, hace la tira de siglos, o Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant o Hegel, y hasta el mismo Marx, malgré lui même. La espiritualidad es el equilibrio que produce descubrir y vivir plenamente la inteligencia emocional . No es otro el significado de la Piedra Filosofal que ha llevado de coronilla a los alquimistas de todos los tiempos. Y que para los verdaderos místicos siempre fue y sigue siendo, no sólo pan comido, sino el pan por comer y compartir, de cada día.
Habrá que acabar dando la razón a la célebre frase atribuida a André Malraux, un intelectual que fue además ministro de Cultura en Francia: El hombre del siglo XXI será espiritual o no podrá ser nada. Es la única salida que nos queda. La única resiliencia posible que garantiza un futuro.
Recordemos que espiritual no significa religioso ni alucinado por imaginaciones y fantasías sobre el más allá. Ni fascinación por el esoterismo. Ni ser sectario de nada oculto. Ni estar seguros de la excelencia del propio pedigrí frente a la 'bazofia' del pedigrí ajeno. Ni con complejo juzgador de los demás con una medida subjetiva y dogmática del bien y del mal.
Espiritual significa ser plenamente humanos. Conscientes. Responsables. Abiertos. Flexibles y enteros. Capaces de asumir limpiamente las propias erratas en el propio contexto. Agradecidos a la vida porque todos y todas somos la vida. Despiertos. Y fraternos con nuestros semejantes y con toda la naturaleza, porque todo el conjunto es la familia verdadera. Sin exclusiones. Plural y espléndida, con todo lo que eso significa. Hasta en medio de la mugre más obscena, que también es la nuestra y por algo nos afecta. Como los genes. Que también se pueden modificar cuando se produce el cambio de paradigmas vitales. Entonces salimos de la limitación, del miedo y de la necesidad, para entrar en lo ilimitado, en lo sereno y gozoso, en la normalidad de lo que fluye, como ya lo vieron y/o intuyeron por ejemplo, Heráclito de Éfeso y Sócrates, Platón o Aristóteles, hace la tira de siglos, o Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant o Hegel, y hasta el mismo Marx, malgré lui même. La espiritualidad es el equilibrio que produce descubrir y vivir plenamente la inteligencia emocional . No es otro el significado de la Piedra Filosofal que ha llevado de coronilla a los alquimistas de todos los tiempos. Y que para los verdaderos místicos siempre fue y sigue siendo, no sólo pan comido, sino el pan por comer y compartir, de cada día.
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