viernes, 26 de diciembre de 2014

No es lo mismo

                                           




Hemos pasado centurias de dependencia en todos los sentidos. Es cierto que la dependencia es inevitable en según que casos y estados de debilidad insuperable por cuenta propia, como es la enfermedad, la invalidez, o un empobrecimiento repentino,  pérdidas importantes, o un abandono, una muerte, una ruptura o un despido sin finiquito. Pero esas dependencias son parte de la misma dinámica circunstancial de la existencia. Aunque sean terribles cuando llegan, como no dependen de nosotros ni nosotros las originamos, se pueden superar aprendiendo y sacando lo mejor que tenemos para crear estados de ánimo o tomar resoluciones que ayuden a convivir con la precariedad y a superarla en la medida de lo posible.

Sin embargo, hay otro tipo de dependencia que sí es cosa nuestra. Son esas ataduras emocionales e invisibles que deforman la realidad y nos la sirven cocinada a gusto del primer mastercheff que se nos cuela en casa, o sea, en la conciencia, que es la casa más nuestra, y así nos hemos acostumbrado a ver el panorama  con la mirada de otros, en quienes hemos delegado sin apenas darnos cuenta, la mirada y la responsabilidad de percibir y analizar esa realidad en nuestro lugar. "Ellos saben más"- se suele pensar y sentir; nadie nos lo ha dicho, pero nosotros lo deducimos porque les vemos con una seguridad que no tenemos, con una labia que nos falta, con unos recursos que no sentimos a nuestro alcance, porque no nos sentimos capacitados para hacer lo que hacen ellos. Y entonces, delegamos. Nos rendimos a una extraña evidencia que nadie ha comprobado pero que sentimos natural, como normalidad. Claudicamos de crecer. Renunciamos al camino de los descubrimientos, porque se piensa que eso no es para todos, sino para los "elegidos" por la fortuna, por los genes o por el azar. Entonces establecemos un tope que nos impide crecer, avanzar, explorar, elegir, madurar. 

En el proceso de aprendizaje personal y social hay dos paradigmas o arquetipos, mejor, que asumen el rol de referencia. Y nos proporcionan la manera de encauzar energía, aptitudes, comportamientos y opciones. Son el maestro y el líder. ¿En qué se diferencian y qué nos aportan?

El lider.-

Es un modelo emprendedor de actividades y de ideas. Tiene garra, fuerza, talento y saber práctico para gestionar, tiene magnetismo y una personalidad fuerte y resuelta. Sabe estar a la altura de lo que sea y asumir con naturalidad las situaciones. No se corta. No parece que dude ni que vacile. No se le pone nada por delante y es capaz de hacer cualquier cosa para salirse con la suya y convencer a la mayoría de que sus soluciones son las mejores. Arrastra voluntades y provoca entusiasmo. Si él está presente todo parece más fácil y más seguro. El lider piensa por adelantado y va en sus propuestas por delante del resto. Por eso se le considera mejor dotado y más capaz , por eso se recurre a él para que decida por los demás y se busca su visto bueno.
El lider aunque en un momento dado sea conveniente que tome las riendas de asuntos difíciles, no es una figura que ayude al desarrollo de los demás, sino más bien un freno para ese mismo desarrollo. Al lider sólo le normaliza la autonomía y la resolución de sus presuntos liderados. El líder tiene que aprender la humildad y la capacidad de servicio si de verdad quiere ser útil y no un estorbo cuando se vea que su liderazgo ha sido el obstáculo y la causa de muchas dificultades que no se pueden resolver en un despacho a puerta cerrada sino poniendo en común los problemas, preguntando, escuchandoo y dialogando.

El maestro.-

Es el revés del lider. El maestro no dirige, orienta. No predica, escucha. No hace las tareas de los alumnos, sino que les anima a que sean ellos los actores. Un maestro verdadero jamás es un obstáculo sino una bendición. No es la luz que ilumina la comprensión del discípulo, sino el electricista que le enseña a producir luz propia. El maestro no dogmatiza sino expone y deja espacio y tiempo para asimilar lo expuesto y luego pregunta y anima a crecer, a ser autónomo, a no ser dependiente de él mismo, ni de su criterio ni de sus ideas. El maestro muestra, indica, es como el puntero sobre el mapa o la señal de tráfico que muestra una dirección o un paso de peatones, pero no lo cruza por ti ni te dice que vayas en una u otra dirección. El maestro es quien muestra con su ejemplo de vida la importancia de ser lider de uno mismo antes que intentar ser lider para los demás y lo poco que vale un lider cuando sólo es el ego la fuerza que estimula y anima en los demás como en sí mismo. El maestro hace comprender profundamente con su actitud y su disposición el poco valor que tiene gastar la vida en competir, en vivir en tensión para superar y humillar a otros y cuánta felicidad y riqueza inmensa da la cooperación solidaria que mejora el mundo. El maestro, sin presionar ni juzgar, hace descubrir la felicidad que produce el bien común y la  fuerza que enciende la empatía cuando sientes y comprendes al otro y descubres que el otro también eres tú.

En nuestra sociedad sobran líderes y aspirantes a lideres, de todos los colores y formatos, pero faltan maestros. Y se nota muchísimo. Nuestra formación en casa y en la escuela es muy chunga, muy pobre. Llena de automatismos, no valora la imaginación ni la intuición al mismo nivel que valora la lógica y el rigor del método pensante, que sin la intuición y la imaginación  se convierte en rigidez y bloqueo. En descarada pobreza cognitiva. No se enseña en la práctica como unir el Ello con el Yo y con el Superego, que diría Freud, o el Padre y el Niño con el Adulto, que dice Berne. La educación que recibimos es intelectivamente ramplona. La infancia busca el primo de zumosol. O sea, el lider. Para serlo o para seguirlo. A falta de líder los niños se apañan con los héroes de los relatos, de las series, de las películas o del patio de la escuela o el parque. Se adora al campeón de lo que sea en el que brilla un trozo del lider global. En el imaginario queda grabada esa necesidad y ese modelo que viene a solucionar como por arte de magia lo que uno no acierta a definir ni a organizar en su existencia. Es pavoroso escuchar a seres humanos normales definir lo que sienten por una actriz , un presentador, unos cantantes o por Pablo Iglesias. "Tengo mi cuarto lleno con sus fotos. La tengo en la mesita de noche y le enciendo velitas. Le rezo como a la virgen y hasta me parece que me concede lo que le pido".

Es dramática esa programación porque ya en la edad adulta el déficit educativo nos convierte en masa manipulable y desvalida ante cualquier clase de lider, superman o superwoman que se presenten dispuestos a resolver los problemas que nosotros no podemos solucionar. De ahí deriva la condición de nuestra sociedad, que en vez de estar animada por la realización plena del ser humano, es una pandemia de penurias dependientes, que se han ido convirtiendo en el motor social de la economía. Y hasta ha terminado por definir y marcar la gestión política. Todo es carencia. Todo es precariedad. Y, a la vez,  todo es negocio próspero. A más enfermedad, más prosperidad para los negocios sanitarios. A más conflictos, más trabajo para los abogados. A más infelicidad y desequilibrio, más consumo. A más desorden, más policías y cárceles,a más inseguridad , más pólizas de seguros, a más escasez, más carestía y bajos salarios más créditos y a más problemas internacionales más gasto de armamento. A más consumo de coches, más gasto de carburantes tóxicos  más dinero que circula. A más alimentos refinados más enfermedades metabólicas...o sea más dinero en tratamientos y al mismo tiempo que anuncian un chocolate exquisito, una comida basura a domicilio, salchichas o jamones a tutiplén, te anuncian las pastillas para regular el colesterol y el azúcar se sustituye por los edulcorantes. En fin. Programados para seguir todos los liderazgos y lavados de cerebro de cualquier calaña, con tal de que produzcan pasta, poder y glamour.

Sólo los maestros pueden neutralizar este estado de demencia general. No me refiero, obviamente,  a los maestros profesionales, -las carreras y títulos, en una sociedad como ésta no son siempre un aval de maestría, sino más frecuentemente la póliza que garantiza la posibilidad de un trabajo y de cobrar dinero a cambio- sino a los sabios. A los que predican con el ejemplo. A los que acompañan en el crecimiento, no a los que lo manipulan para adocenar la inteligencia, arrancar de cuajo la sensibilidad y la conciencia aplastando las mejores cualidades y someterlas a una mutilación traumatizante hasta tal punto de que todo ese destrozo llegue a asumirse como lo más normal. ¿Quién no recuerda El club de los poetas muertos, tan real y crítica como demoledora? 

 Sobran estímulos, sobran herramientas, sobran recursos exógenos. Falta la base de nuestra humanidad, la mirada capaz de ver por dentro y desde dentro. Sobran reclamos y distracciones para desperdiciar nuestro tiempo de vida, pero falta la capacidad para encontrarle el sentido. Sobran efectos, pero falta reconocer las causas reales de esos efectos.

Nos sobran programas fantásticos y nos falta la voluntad de realizarlos. Nos sobran líderes y lideresas, pero nos faltan maestros por todas partes.


                                     

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