domingo, 9 de noviembre de 2014



Relatos salvajes

Actualizada 08/11/2014 a las 18:45    

Si todavía no han visto esta película, no se pierdan Relatos salvajes, de Damián Szifrón. Pocas veces se sale del cine con una alegría que no sirve para cerrar los ojos, sino para reconciliarnos con la inteligencia. Pocas veces se demuestra con tanta eficacia que la inteligencia no es una forma pedante de mirarse el ombligo, que la alegría del espectador no tiene por qué depender de la zafiedad, el chiste barato y los trucos del sentimentalismo publicitario o la espectacularidad carroñera.

Debajo de un buen relato, da igual que sea un cuento, una novela, un poema, una obra de teatro o una película, hay siempre un ajuste de cuentas con la realidad. La imaginación es el ojo de la cerradura por donde miramos hacia el mundo. Primero nos ayuda a tomar conciencia de lo que ocurre, de las dichas y las precariedades de una vida casi siempre demasiado hostil; después, ya que miramos al mundo en secreto y detrás de la puerta, la imaginación nos anima a ajustar cuentas sin que nadie nos vea.

La alegría de los cortos que conforman estos Relatos salvajes depende del sentido último del relato, de la imaginación que se cobra una justa venganza ante la mísera realidad. La fotografía de la película, su dirección, la interpretación de actores como Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia o Erica Rivas y las historias escritas por Szifrón nos invitan a probar eso que siempre hemos querido hacer cuando el giro cotidiano del mundo nos desampara con su torpeza infatigable. La injusticia es insistente, y vulgar, y suele llenarse de prepotencia o de burocracia tortuosa. Como la imaginación responde a un ajuste de cuentas, a la cólera del justo, el humor consigue que la violencia artística no sea un ejercicio de barbarie, sino un desenlace poético con sentido y consentido.

Si alguna vez han deseado reunir en una misma catástrofe a todos los que les han hecho daño en la vida, no se pierdan Relatos salvajes. Si alguna vez se han indignado por una discusión de tráfico, o han perdido la paciencia ante una ventanilla, o han padecido el odio que merece un desalmado, o han perdido los nervios por una disputa amorosa, o les han puesto los cuernos, o les han pillado poniendo los cuernos, o han sentido la fatigosa, estúpida, miserable mezquindad del sistema y sus autoridades corruptas, no se pierdan Relatos salvajes.

A veces no basta con perdonar a alguien que nos hace mal. A veces es necesario perdonar al mundo, reconciliarse con la vida, y para eso está la imaginación, para ajustar cuentas con la realidad, para vivir y hacer las cosas que sólo son felices, justas del todo, en un buen relato.

La unidad de las historias y los ajustes de cuentas nos llevan a un punto extremo, una contradicción humana, es decir, sentimental e intelectual, que no puede resolverse de forma fácil. Aunque suele olvidarse, nos dejamos arrastrar tanto por las pasiones como por las convenciones. Las pasiones pueden llevarnos a una barbarie peligrosa, el acto que responde al puro odio, la violencia irracional, la aceleración que degrada a quien la sufre hasta límites infernales. Las convenciones pueden llevarnos a la mentira tóxica, el acto que responde a la pura humillación, la razón de una violencia secreta, la parálisis que borra y desvirtúa a quien la sufre. Nada es fácil en la vida. Hay situaciones en las que ser cobarde no vale la pena, y sin embargo, en otras situaciones, sólo los imbéciles se consideran con derecho a ser valientes. La imaginación no da soluciones, pero encuentra una puerta de salida.

Justo en esa frontera, Relatos salvajes dinamita en la pantalla el muro de las convenciones degradantes y de las pasiones malignas. El cine encuentra una salida hacia la alegría por un camino sostenido, bien señalizado de principio a fin. Háganme caso, no se pierdan esta película.

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