12 NOV 2014 - 09:20 CET
Querella y portazo
EL PAÍS
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Básicamente estamos de acuerdo en el planteamiento, Iñaki. La Ley es una escalera por la que se puede subir o bajar según el nivel de conciencia del que depende, obviamente, la interpretación. No tienen la misma visión legal quienes se quedan en los escalones más bajos, que la visión desde los escalones en el tramo central o la perspectiva que se alcanza en los escalones más altos. La dinámica que empuja la subida y la bajada por esa escalera es la unidad entre la razón y el sentimiento de la ética. Una Ley sin ética es un mecanismo ciego. O sea, siguiendo la alegoría propuesta: sin ética se va a ciegas en subidas y bajadas y se aplica literalmente la mecánica de los pies, no se ha descubierto el porqué real de ese subir y bajar. Sólo se pretende confirmar que se puede hacer ese ejercicio autómata. Eso tranquiliza, porque la repetición de las rutinas decretadas es cómoda y da seguridad a quienes ni siquiera se plantean adonde lleva la escalera en ambos sentidos. Ésta es la posición "legalista". La menos adulta y la menos inteligente. La que no ve nada más que el siguiente escalón, sea, subiendo o bajando. No distingue alturas, sino que solo sigue inercias. Como el asno o el caballo, cuyo sentido de la marcha viene marcado por la dirección del ronzal o de las bridas. Y por los latigazos y espuelas del jinete.
La Ley se pervierte cuando en vez de ser la expresión de la conciencia ética de los Estados y comunidades humanas, es sólo una herramienta domesticadora de animales pensantes y parlantes. Un hacha de sílex, un cuchillo de caza o una punta de lanza del Paleolítico usada por antropoides tecnológicos, que no han alcanzado aún la categoría de humanos.
Más de 2 millones de catalanes acaban de manifestar que no quieren seguir unidos a una estructura estatal que les impide preguntarse a sí mismos como quieren gestionarse, y a qué se sienten vinculados y a qué no. Eso es un derecho inalienable que ninguna ley en un país democrático puede prohibir ni condenar, sino facilitar y respetar. Una Ley así, es "legal" funcionalmente, pero es moralmente ilícita , como social y cívicamente ilegítima porque su aplicación vulnera la conciencia cívica de una comunidad humana que no puede expresar su opinión sin "vulnerar" esa ley muy por debajo de sus funciones y al servicio de intereses no cívicos, sino anacrónicamente ideológicos y políticamente pringados y corruptos como lo está también una parte importante de la misma ideología catalanista que usa la demanda ciudadana para esconder su propia podredumbre e incluso se une a la legitimidad para obtener maquiavélicamente los resultados que desea. Aunque esa circunstancia en realidad es asunto de los propios catalanes, que con sus votos eligen lo que tienen en su Govern.
Al Gobierno de España le toca , especialmente ahora, demostrar la excelencia o la miseria de su contenido y de sus capacidades gestoras. Hasta ahora el argumentario del pp y su compinche el Psoe, en ese tema, como en la mayoría, está resultando miserable. Paupérrimo. Incapaz de afrontar con inteligencia cualquier reto que no sea azuzar policías en manifestaciones y aplicar "su ley" como cachiporra y zurriagazo en plan cuadra y corral. No hay altura. No se suben escalones hacia lucidez, no hay guía ética que dé contenido a la Ley.
La ética es la verdadera diplomacia, la elegancia de la decencia, el savoir faire de los honestos, de la comprensión, del respeto, del facilitar y no impedir ni boicotear el bien común si no coincide con los intereses de una clase determinada y oligárquica. Casta, pero sin castidad alguna, sino prostituida al servicio de la plutocracia y del enjuague.
Es una tarea nada fácil conseguir acuerdos cuando en ambos bandos del conflicto una casta corrupta está jugando al jaque mate con los sentimientos y las leyes de una ciudadanía con clara diversidad lingüística y cultural, pero en el fondo unida al resto del comunidades por el mismo asco hacia un Estado que no ha conseguido aún rehacerse y recuperarse del trauma dictatorial y sigue practicando vicios anacrónicos, caciquiles e impresentables como el concepto feudal en los territorios y el despotismo -muy poco ilustrado para más inri- en las Instituciones estatales. Del que ni siquiera se libra Podemos.
Para subir y bajar la escalera de la Ley con verdadera autoridad moral -que no hay otra que sea válida- y ver por donde andamos, nos faltan muchos hervores todavía. Y ni siquiera lo notan. La soberbia de la necedad es más poderosa incluso que el instinto de supervivencia. Es alucinante comprobar la ínfima categoría de este desgobierno y el analfabetismo estructural de sus votantes, sostenedores y afiliados, que aún en las encuestas les consideran objeto de atención y no de reprobación y repulsa. La querella y el portazo debería ser de los ciudadanos al des-Gobierno, incluido el catalán.
Quizás en este caso la diplomacia, amigo Iñaki, sería como dar una aspirina a un enfermo terminal. Mejor concederles, en ambos flancos, una buena eutanasia y empezar de cero. Como aún no se ha hecho jamás en nuestra dolorida patria multiabusos.
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