miércoles, 5 de noviembre de 2014

La voz de Iñaki

5 NOV 2014 - 09:35 CET
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Un gran desastre

EL PAÍS   

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El fracaso en la cuestión catalana es el fiel reflejo de todo un gran fracaso generalizado en la cuestión española. La política es el barómetro o el termómetro que mide el estado general en la salud y la evolución de las comunidades humanas. Cuando ese termómetro o ese barómetro se estropea o se rompe ya no tenemos herramientas para conocer nuestro estado real ni valorar las posibilidades reguladoras. Estamos desconectados de nuestro campo cognitivo acerca del problema que padecemos. Y en ese estado hasta el médico tiene que valorar a ojo la gravedad del problema. En este caso los médicos somos los ciudadanos, el hospital es el estado y el material técnico sanitario, la política. El paciente es la sociedad y la economía, entendida etimológicamente (recordemos su origen oikos nomía) como "el orden en las normas de la casa", como entidad sufridora. Así estamos en este momento. Catalunya es un sítoma más del mal que padecemos todos al estar privados de la herramienta capaz de dimensionar y comprender la enfermedad, de mostrar qué nos pasa. 

El hecho es que tenemos que conseguir un nuevo termómetro urgentemente y eso no es nada fácil. Hay miedo, hipocondría y desaliento, que son los estados anímicos propios de la enfermedad que aún no se ha diagnosticado pero cuyos síntomas devastadores alarman, atemorizan y descorazonan a los enfermos. Piensan en lo peor y se olvidan de que cuando no hay instrumentos ni medicinas a mano, es el propio paciente el que tiene que sacar fuerzas de flaqueza, mantener en alto las ganas de vivir y recuperar el contacto con lo que más sano y lúcido le quede y hacer un milagro. Su propia recuperación. Ya sabe que corre el riesgo de aniquilarse a sí mismo, porque no dispone de nada más que sus recursos mermados al máximo, pero depende de él el intento, el acecho, como dicen los chamanes. Los médicos del imposible y sus posibilidades. 

Es el reto que tenemos ahora los españoles en general y los catalanes en particular. Una parte del cuerpo está en crisis y eso hace que todo el organismo esté afectado,porque al mismo tiempo todo el organismo participa de la misma enfermedad, pero la parte más vulnerable lo ha detectado antes. Donde los sentimientos y desajustes se sufren con más virulencia y sensación de desafecto y poco protagonismo. Las periferias. Allí las defensas bajan antes porque se sienten lejos y se concentran más en la hipocondría. En el cuerpo humano pasa igual si no funcionan los órganos internos hay manifestaciones cutáneas, nerviosas, digestivas, sudor, térmicas, articulares, etc, que en medicina se llaman diátesis exudativas. Pues eso, el "problema catalán" es la diátesis exudativa de la afección generalizada de todo el Estado español, enfermo, enfermísimo. Y sin termómetro ni laboratorio de análisis, ni personal adecuado y con los médicos sin terminar la carrera. Y sin medios para poder hacerlo: todos está recortado. Empezando por la propia capacidad y convencimiento de los interesados. Sin termómetro político habrá que calcular a ojo de buen cubero e inventarse tratamientos alternativos como la sensatez y el seny por parte de los unos y los otros. La enfermedad no es la independencia ni la necesidad de expresar los legítimos deseos, sino la cerrazón y la rabieta en manifestar lo justo hasta convertirlo en banalidad peligrosa. Y la misma cerrazón y rabieta en reprimir. Todo ello es miedo y orgullo mal digerido. Por ambas partes. Miedo y orgullo son la estela que dejan los complejos alternos de inferioridad y superioridad, que suplen al adulto político. Inexistente en ambos casos. 

En el análisis transaccional de Berne, el Estado sería el "padre" posesivo e intransigente y Cataluyna el "niño" rebelde que se ha hartado de ser sumiso, porque nunca ha sido "niño" natural, como el "padre" nunca ha sabido ser Adulto. Pasándolo a Freud, el Estado es un impositivo Superego y Catalunya un Ello ensimismado, y lo que falta a ambos es la salud e higiene psicoemocional del YO mondo y lirondo. El que permite el entendimiento, la empatía, el respeto, la escucha y la cooperación para arreglar las cosas superando el estado infantil del enfrentamiento y las "ofensas" constantes, que rayan más la histeria social que el equilibrio cognitivo y objetivo. Pero ¿cómo explicar al pp esos procesos y hacer que los comprenda? ¿Cómo hacer que el cerebro reptiliano de Kin-kong pueda entender que un Estado no es Jurasic Park donde la "ley", su ley, lo arregla todo a zarpazos? ¿Cómo hacer entender a los que deberían ser los médicos de guardia -los ciudadanos- que esto sucede porque se votan mayorías absolutas y porque todo se quiere solucionar "ya" y a lo bestia? ¿Y cómo hacerles comprender que  lanzarse en manos de Curro Jiménez para combatir al cretino de Fernando VII no va a solucionar nada, porque en cuanto Curro Jiménez se vea con mayoría absoluta acabará haciendo lo mismo que su antecesor, pero con el agravante de no ser un cretino, sino un bandido con todas las de su ley?

Sí, Huston, tenemos un problema. Pero el desastre no es el resultado, totalmente lógico dentro de lo irracional del planteamiento, sino el planteamiento en sí. Y no tener ni la capacidad ni la honestidad de reconocerlo. Lo mismo que en el caso de la pareja-metáfora que comenta Iñaki, el problema no sería el divorcio, que sólo es la solución y remedio quirúrgico a un error de fondo. Sino el matrimonio perpetrado entre personajes incompatibles. Personajes, máscaras, barnices, no esencias. Lo mismo que España y Catalunya son sólo marcas. La realidad, sin embargo,  son las esencias. Y las esencias son humanidad antes que nada. Y la humanidad, si lo es, sabe ser su propio médico, siempre que no olvide el antiguo lema de Hipócrates, el sabio: gnozi seautón. Conócete a ti mismo. 
Los españoles y catalanes deben aprobar esa asignatura suspensa para poder ser libres e independientes de verdad sin tener que romper nada más que sus orgullos y su miopía hipermétrope. Su absurdo. Sobre todo a la hora de elegir representantes en las urnas. Que sin guía ciudadana, los carga el diablo.

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