Luis García Montero
Participo en las V Jornadas de poesía española que
organiza la Universidad de Turín. En el Aula Magna del Liceo Europeo
Vittoria, hablo, escucho, me preguntan, pregunto. Se trata de pensar en
común sobre las inquietudes y las palabras que me han acompañado a lo
largo de los años. ¿Por qué la poesía es un género minoritario? ¿Por qué
se venden tan pocos libros de poesía? ¿Qué sentido tiene escribir?
Son muchos los matices, las perspectivas, las dudas. Pero cuando todo el
mundo se centra en el mercado, el enjambre de monedas furiosas, la
telebasura, las deficiencias de la educación y los malos tiempos para la
lírica, me da por presentir también la responsabilidad de los propios
poetas. ¿Pueden quejarse de que la gente no lea poesía después de
haberse despreocupado ellos mismos de la vida de la gente?
La respuesta es clara, pero no conviene plantearse la claridad de manera
sencilla. Los matices que entran en una discusión fácil sirven para
iluminar una realidad oscura: la distancia entre la poesía y la gente.
¿Remedios? Más que una reivindicación de lo liviano, lo superficial, la
comunión con lo publicitario, se trata de reflexionar sobre el sentido
de la cultura. Y se engañan los poetas cuando piensan que la ausencia de
lectores se debe sólo a una falta de cultura. En realidad hay muchos lectores cultos que han renunciado a los libros de poesía.
Médicos, abogados, periodistas, profesores, funcionarios… Resulta muy
estrecha la definición que deja fuera de la palabra cultura a miles de
hombres y mujeres que nunca leen poesía, ni se acompañan de ella para
sentir el amor o la muerte, el miedo o las frágiles ilusiones. Esta
constatación ilumina el asunto: una parte importante de la poesía
contemporánea ha confundido el rigor de su trabajo. En vez de escribir
para gente culta, los poetas buscan más bien a los tecnócratas,
especialistas y compañeros de gremio. Es decir, escriben para poetas.
La poesía, como reacción de autodefensa orgullosa ante la mentalidad
utilitaria, se consume a sí misma y se devora hasta quedarse en los
huesos. Es sólo una parte del problema, claro está, pero conviene
tenerlo en cuenta a la hora de examinar el esqueleto.
No basta con decir que la gente es antipoética y utilitaria. La duda
entra también en el oficio con su rumor de moscardón, aletea e insiste
en preguntar a través de qué mecanismos la poesía ha quebrado sus
orígenes y su utilidad. Hay versos que se parecen mucho al ataúd en el que se entierra a la poesía.
Como las incertidumbres de España se han convertido en una obsesión,
mezclo mis dudas líricas con el aliento enfermizo de política española. ¿Por qué la gente se ha apartado de la política? ¿O
por qué la política oficial se ha apartado de la gente? ¿Con qué
maderas se ha fabricado su ataúd? La vocación poética me empuja a
mezclar las cosas y voy de los versos a la realidad y de la realidad a
los versos. Siempre me planteo el rigor, el populismo, el exceso, la
mentira, la verdad, la corrupción y la honestidad como si estuviese
delante de un poema por escribir, de un mundo que debe elaborarse con
palabras.
La política oficial ha quebrado sus orígenes y se ha apartado de la
gente. Muchas voces insisten en los peligros del populismo, en la
amenaza de un futuro desorganizado. Pero la realidad es que los padres y
las madres más solemnes de la patria son también los signos más claros
de un comportamiento antisistema. La política privatizada, que se somete
a los despachos económicos y se distancia de la soberanía cívica, ha
quebrado sus orígenes, se descuartiza a ella misma en una corrosión de mentiras, inutilidades y avaricias.
El debate electoral de los próximos meses se situará en una tribuna de
dinámicas complejas: la seriedad frente al populismo, los hombres de
Estado frente a la locura, la responsabilidad frente a la demagogia, la política culta frente al analfabetismo.
Es una parte sólo del asunto, claro está, pero conviene tener en cuenta
que hay muchos ciudadanos que no son antisistema y están ya hasta las
narices de los padres y las madres de la patria, de su falsa seriedad.
La corrupción, el blindaje de los aparatos, la falta de democracia y el
gremialismo del poder han convertido a la política oficial en un ámbito
tecnocrático y deshonesto alejado de la gente.
Poetas de aparato, políticos redichos, gente, obsesiones. Siento rabia
al tomar conciencia de que la belleza del otoño y de la ciudad me están
pasando desapercibida. Cruzo las calles de Turín, veo los árboles
heridos por el óxido de noviembre y descubro que se me olvida disfrutar
del mundo por culpa de esta obsesión llamada España. No es poca broma: otro antisistema obsesionado por su patria.
La sonrisa me devuelve a la paradoja más seria de la poesía: el
compromiso de los solitarios, el ámbito de la soledad como conciencia y
razón de las ilusiones públicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario