martes, 18 de noviembre de 2014

La buena vida y la vida bella

La buena vida y la vida bella

Por: | 18 de noviembre de 2014
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Hay momentos que prácticamente son épocas. Y en ocasiones los tiempos, sus dificultades y su complejidad, atraviesan los instantes de cada día, reclamando respuestas no tanto de largo alcance como inmediatas. No cabe posponer el desafío. Y es concreto y personal. En tal caso, no parece suficiente ampararse ni en otros ni en los productos de temporada, como si fuera un asunto simplemente estacional. Cabe mirar a uno y otro lado, buscar causas, analizar situaciones, describir coyunturas, explicar y retratar lo que sucede, lo que nos afecta, lo que nos perturba, pero finalmente, tras el recorrido, no es fácil eludir el vérselas, de una u otra manera, con uno mismo. No necesariamente tanto como para tratar de constatar que se puede, como Descartes propone en El discurso del método, hallar en sí mismo y en la lectura de libro del mundo, sin necesidad de otro tipo de presuposiciones, aquello que realmente importa.
No es cuestión simplemente de limitarnos a distinguir entre la buena vida y la vida buena. Y menos aún de considerar que con contraponerlas todo está dicho. Más importa no vincular la vida buena con la mala vida y buscar, más bien, de enlazarla con la vida bella. De no ser así, pareceríamos encontrarnos en la encrucijada de tener que elegir, en el extremo, entre la dicha y la bondad, o entre el bien y el exclusivo beneficio propio o, si se prefiere, entre lo que está bien y lo que nos viene bien. En tal caso, la buena vida vendría a ser patrimonio de quienes no se andan con tantos miramientos con eso del bien, mientras que estos habrían de renunciar a ella, dejando expedito el camino a quienes encuentran que esa vida es la realmente bella.
La insistencia en la necesidad de ser bello por la forma de vivir, de ser artesano y artífice de la belleza de la propia vida, nos impide despachar con precipitación lo que en esa consideración de la belleza merece pensarse. Incorporar la forma de vida en el asunto implica no reducirlo a una mera cuestión interior o individual. La belleza muestra así lo que tiene de relación, de relación incorporada hasta venir a ser constitutiva. Que un encuentro o una acción puedan ser bellos no es una mera caracterización plástica, o que Teeteto lo sea para Sócrates, tampoco. Es un modo de ser y de hacer, un modo de decirse.
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El sentido de la medida no se identifica sin más con la proporción, es a su vez mesura. Y ello ofrece al concepto de lo bello otras posibilidades que no se limitan al aspecto, ni se refugian sin más en lo que es inmediatamente visible. La belleza comporta entonces todo un arte, el de un placer libre, y libre a su vez de todo interés. Y que se caracteriza precisamente por manifestarse, por hacerse patente, por convocarnos. Esto no es simplemente una cualidad, es lo que la constituye. Por ello Gadamer, en este momento en brazos de Platón, afirma que “la belleza tiene el modo de ser de la luz.” Lo que hace visible y es a la vez visible, y lo es precisamente en tanto que es capaz de procurar que algo otro lo sea. Al ofrecerse, recibe.
El ver y lo visible existen conjunta y recíprocamente y la belleza los desborda en su capacidad de hacer aparecer lo bueno. Y de hacerlo comprensible. Esa luz es la palabra de cada quien, que no es, sin más, su hablar, sino su decir, esto es, como recordamos, su forma de vida. Es ahí donde destella la belleza y donde crea vida buena.
Ni siquiera en esta perspectiva tan luminosa nos liberamos de la opacidad, de la resistencia indispensable tanto para ver como para que algo pueda ser visto. Hay en esta reivindicación de la vida bella, simplemente ante la buena vida, la exigencia de la fuerza y energía de lo que asimismo comporta toda una lucha personal y social. Ni se entrega inmediatamente, ni el aparecer es pura apariencia. Supone un verdadero hacer brotar, surgir, emerger, que es como Aristóteles caracteriza la physis, que apenas balbuceamos con su torpe traducción por naturaleza. En la vida bella la bondad no se acomoda adjetivamente, ni se confunde la dicha de vivir, ni siquiera el encontrarse contento, con la carencia de tareas y de horizontes, bien por estar saciadas, o bien por resultar absolutamente inaccesibles.
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Para algunos podría parecer incluso extravagante, ante la emergencia de tantos asuntos, primar la vida bella. Cabe preguntarse en todo caso cuáles de ellos se derivan directamente de no considerarla. Fascinados por la voluntad de posesión y de acumulación, incluso encontramos dificultades para permitir que brille con claridad lo que es en verdad necesario. Es la urgencia la que nos hace ver. Pero no es preciso que nos suceda algo alarmante para restablecer una escala adecuada de prioridades en nuestra existencia y en nuestros valores.
Aspirar a la buena vida caracterizándola hasta la caricatura en una forma más o menos explícita de pasividad o de refocile, aunque sea repleta de ocupaciones y de actividades, liberadas de implicación, de obligaciones y de responsabilidades, parecería la entronización de la fatuidad y de la frivolidad. Siquiera el proponérselo como un ideal deseable conlleva una concepción de la existencia que la supedita a una meta bien poco fructífera. No sería un horizonte epicúreo, ni dionisíaco, sino sencillamente vacuo. Tamaña perspectiva definiría una sociedad permanentemente ansiosa, insatisfecha, cuando no envidiosa, enojada, siempre damnificada.
La vida bella no trata de procurar artefactos, ni productos. Conducirse en la vida o buscar valérselas por sí mismo, conocer de modo suficiente o estar abierto a cuanto nos desborda y afecta, velar por los otros y por procurar un mundo de justicia y de libertad, viviendo intensa y entregadamente cada instante, sin especiales urgencias o necesidades, en relación personal y comprometida, con espíritu crítico, propicia mimbres de una sencillez que es resultado, los de otra ambición. Realmente difícil, aunque bien contundente y atrevida y, tal vez desde ciertas perspectivas, insensata: bella sin rentabilidad inmediata, bella y excelente por sí misma, bella por vida.
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(Imágenes: Ilustraciones de Brian Rea.De la serie Modern Love; de la serie Soulpepper Theater Posters; y Editorial Illustrations)

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