viernes, 7 de noviembre de 2014

Ecos de una polémica



     
                               


Ayer tuve una curiosa experiencia. Al colgar en FB el artículo del jueves de García Montero, como suelo hacer cada semana, porque considero que sus escritos pueden ayudar a la reflexión y al enriquecimiento de la conciencia ciudadana y de la cultura en general, hubo una serie de respuestas en el muro que me llamaron la atención. Descalificaban al autor y salió a colación la polémica sobre la figura de Lorca y de otros autores, que hace unos años saltó a la palestra entre Montero y un compañero de profesorado en la misma Universidad granadina, polémica que acabó en los tribunales y haciendo que Montero, condenado a una multa por insultos, renunciase a su ejercicio de maestro literario, apartándose voluntariamente de su Cátedra de Literatura en dicha Universidad por evitarse el sufrimiento y la vergüenza ajena de afrontar cada día el reto de la coincidencia in situ con el denunciante y peculiar compañero de oficio pedagógico.

A parte de las opiniones para mí inaceptables, porque simplemente despellejar  y acusar de hechos reprobables  al prójimo sin que éste esté presente, me parece atroz, a parte de que la vida y milagros del prójimo, tampoco son de mi incumbencia si no afectan directa y malamente al bien común, sí que encontré algunos puntos de reflexión en esa historia enrevesada donde se mezclan literatura, política, pasiones, rivalidad y cierto complejo inocultable de Salieri por parte del profesor Fortes respecto al profesor Montero. Consulté los escritos de ambos en plena polémica y he sacado algunas conclusiones. 

Dado que Montero es comunista y Fortes también parece serlo, la cosa es aún más llamativa. El quid era la figura de Lorca. Indiscutible en todos los aspectos. Por su brillantez intelectual y humana, por su valor sociológico, por su riqueza literaria, artística y personal. Por el trágico y terrible destino del poeta. No obstante nadie, ni siquiera Lorca, está libre de tener defectos o de no gustar a todo el mundo, obviamente. Partiendo de esa base las valoraciones críticas deberían ser científicas y objetivas cuando se trata de enseñar, independientemente de lo que los enseñantes crean y opinen en un nivel personal. La historia y los hechos, la obra y su valor, deben estar por encima de las miserias, histerias, obsesiones y rollos personales, e incluso de los gustos y simpatías. El magisterio debe incluir en su código deontológico no inocular el subjetivismo personalista en la materia que se imparte, para no deformar ni manipular la percepción ni el juicio de los alumnos y además de informarles, ayudarles a formarse como seres humanos con la practica impecable de la ética, un requisito sine qua non para todo trabajo, maxime cuando ese trabajo se realiza con seres humanos que llegan en limpio a recibir conocimientos teóricos y conductuales. Los alumnos son hojas en blanco en el libro de los maestros y hay que esmerarse en la caligrafia, en la ortografía, la sintaxis, la morfología, la redacción y los contenidos, sobre todo, los contenidos, porque estos formarán parte del argumentario psicoemocional, en el ámbito consciente e inconsciente del alumno, durante toda su vida.  

Cierto es que los escritos del profesor Fortes rezuman subjetividad  y atropello argumental, desorden sintáctico e inestabilidad obsesiva. Pero más que agredir a Montero, lo que comunica es un malestar personal, un cierto grado de padecimiento emotivo agudo que distorsiona su claridad razonadora, que la tiene también. El mismo modo en que valora y limita en negativo populista la figura de Lorca, indica su parcialidad y la cantidad de matices críticos que se le escapan acerca del autor. Algo tan elemental como el catálogo demoledor de las taras "españolas", que Fortes califica como exaltación de lo más cutre del bestiario español usada nada menos que como propaganda del régimen indecente en la dictadura. Recuerdo que ya en 6º de Bachiller, al analizar la obra de Lorca vimos en clase la capacidad crítica y denunciadora del lumpen patrio que suponían la madre tóxica y obsesionada tanto en Yerma como en La casa de Bernarda Alba. El profesor nos hizo ver el grado de primitivismo en las relaciones sociales que denunciaba el teatro de Lorca, lo mismo que la miseria social que rezuma el Romancero Gitano, algo que el autor estaba empeñado en mostrar desde la óptica, no propia, sino del pueblo analfabeto, que, precisamente, él estaba empeñado en despertar a base de lo que conocía y dominaba: el arte poético, escénico,  musical  y plástico. Ni que decir tiene, que el segundo de Comunes en Filosofía y Letras, en la Complutense, Mª Pilar Palomo nos acabó de mostrar el valor pedagógico y critico social de la obra lorquiana. Ya en la especialidad de Literatura Hispánica se daba por sentado ese aspecto básico de la creación lorquiana, como un faro de luz en la oscuridad de las mentalidades obtusas de su tiempo. Y del tiempo siguiente, que lo entendió al revés, como cabe deducir del discurso del profesor Fortes, completamente mediatizado por los dogmas de su ideología personal, según la cual, todo lo que respire cultura debe  ser proletario a su manera de entender el proletariado. 

No sé si es que a mi generación en pleno franquismo, nos tocó la lotería de encontrar, tanto en el Instituto como la Facultad, unos profesores, al parecer,  rarísimos que nos explicaron realidades históricas que estaban escondidas y penalizadas por el horror status rei publicae, al que en el fondo todos despreciaban; no sé si es que pillamos a los claustros indignados por la persecución a los catedráticos que no se mordían la lengua ni la pluma ni el boli, a pesar de la bota en el cuello, o quizás porque los maestros eran conscientes de que por encima del miedo está la ética de la verdadera pedagogía, o es que simplemente  Lorca se entendía de verdad, pero el caso es que leer a Fortes retrotrae más a una Rusia de Stalin en fotonovela o la "Katiuska" de Sorozábal, G. el Castillo y Martín Alonso, que a una interpretación de "lo español", que se debió quedar enredada en las cantinelas de Juanita Reina, Marifé de Triana, de Valderrama o de Antonio Molina. La "copla" de Lorca, en cambio,  está más próxima a Carlos Cano y a Martirio. Histriónica, descarnada, corrosiva, juglaresca, tierna sui generis y ácidamente bella, tanto como acusadora tal que el dedo de un dios socialista de base y harto de tener que comulgar con ruedas de molino a toque de dogma y charanga, tonalidades de la sensibilidad cognitiva que miradas poco agudas han llegado a interpretar como "populismo" devocional y no como la quintaesencia del sarcasmo crítico. El telar mágico de Federico hilaba demasiado fino para ciertas españolidades al uso y abuso.

En cuanto al "pecado" o "delito" de Montero, creo que se redujo simplemente a dar a una patochada fuera de tiesto el valor de ofensa a la memoria de la genialidad y tomarse demasiado en serio una salida de mal gusto, con vocación de zancadilla rival,  por parte de un presunto intelectual con visible indigestión de intelecto sin masticar.
El triunfo del ego no es el triunfo del hombre, sino la derrota de su inteligencia y  de su dignidad. Los peores insultos que se pueden lanzar contra alguien son los que nos dedica nuestra propia inercia cuando se pone a ello, en su implacable juego de espejos en plan bumerang. Dice el refrán que no ofende quien quiere sino quien puede, o sea, sino aquél al que se le da poder para ello colocándose a su mismo nivel cero de adultez. Un lujo superfluo para poetas, que tan solo con cambiar la mirada de orientación obtienen la visión de otredades inéditas y a salvo de cualquier descuajaringue intempestivo.



                                         

No hay comentarios: