Nos encantaría, querido Iñaki, que las noticias del manicomio no fuesen tan abundantes. A ti también, ¿verdad? Y a quién no! Pero esta realidad, más increíble que la peor y más estrafalaria de las fantasías, la tiene tomada con el desayuno cotidiano de la ciudadanía, cada vez más atónita y alucinada.
Es asombrosa la capacidad elástica de las tragaderas humanas y en especial, hispánicas, celtibéricas y carpetovetónicas. Por más voluminosos que sean los sapos, siempre hay una rara varita mágica que los hace tragables. Uno tras otro. Con la insensata ilusión de que éste sea el último. Pero, quiá, de eso nada. Si gordo es el de hoy, el de mañana volverá a batir el récord de lo insostenible. Y nosotros, los receptores de esta sapofagia insoportable, la seguiremos haciendo entrar en la "normalidad" cotidiana con la sonda de la resignación y una esperanza que va perdiendo el lustre según el pp se adentra en el nihilismo de su absoluto caos irresoluble ad infinitum como la hipótesis de Parménides y la tortuga que competía con Aquiles. Por más que Aquiles Peperídeo quiera pillar a la Tortuga Merkelada, nunca lo logrará. Está condenado por la ley de los imposibles aunque vaya a la velocidad del rayo dando tumbos de bankio en bankio y dejándose los piños y el resuello de golpe en golpe, cada vez más bajo y psicodélico. Y si además, resulta que es la Tortuga Pepéridea la que pretende alcanzar a Aquiles Merkelado, ya para qué decir más...
Como se hizo en la dictadura tras la guerra civil con un país desolado y en la ruina. Como hizo Alemania para escapar de la miseria en manos de Hitler, tras la derrota y el Tratado de Versailles, como hizo el gobierno Petain con el espíritu cooperador a la fuerza de Vichy. La sociedad se acopla al sufrimiento y a la desesperación y tiene la capacidad de convertirlos en sistema de vida. Una vida de perros, es cierto, pero es la única que le queda. Y de esa capacidad darwiniana y entrópica de adaptación a lo que sea, se parovechan los Aquiles agresivos y las tortugas avariciosas.Mientras la sociedad se acopla a ellos, arrancándose los derechos y la libertrad. La dignidad y la vida si la cosa llega a límites demasiado heavies.
Los Aquiles del miedo y la resignación, aunque amenacen y griten, nunca podrán alcanzar a la tortuga más lenta, pero que no tenga miedo ni esté resignada a pasar las de Caín bajo ningún concepto. La tortuga que ahora maneja los botones del mando a distancia, es mucho más lista; cuando tuvo que entramparse, toda la Eurozona la apoyó, -olvidando la historia- con sus problemas de apertura de muros y fronteras, ahora ya no es lo mismo. Se ha olvidado de lo suyo y presiona sobre lo ajeno. Como Israel, igualmente incapaz de mirarse al espejo de la historia, y con una absoluta incapacidad para la empatía, se ensaña con Gaza y los palestinos errantes.
El manicomio es producto de esa mezcla entre el miedo resignado y esa incapacidad para reconocerse a sí mismos, para asumir las consecuencias de las propias decisiones. Y la realidad de las propias limitaciones. No ver ambas cosas, lleva al manicomio inexorablemente. A todos. Unos enloquecen porque lo pierden todo y los otros porque ya no pueden ganar más y no les cabe el botín en ningún sitio. Ya han copado bancos y paraísos fiscales y dinero no se ve. Se ha licuado. Nadie sabe donde está. Porque la única moneda real son papeles sin valor en cuanto falla una tecla y el fallo se refleja en el marcador de un tablero.
Usted vende una casa y se compra otra sin ver un sólo euro. O sea, usted hace un trueque de casas, Hacienda le cobra un dineral y usted no ha visto un céntimo durante el transvase. Usted va a sacar dinero de su banco y si pasa de dos mil euros le dicen que vuelva usted en un par de días porque el banco no tiene suficiente para reembolsarle en metálico lo que desea sacar. Y, en efecto, a los dos días se lo tienen a punto. Se supone que los bancos disponen de cajas fuertes, pero lo que no imaginábamos es que estuviesen vacías. ¿Dónde está el dinero? ¿En N. York? ¿En Pekín? ¿En el Bundesbank? ¿En el bolsillo de un Correa, de un Fabra, de un Blasco, de un Matas, de un Calatrava, de un Urdangarín o de Pujol cualquiera? Vaya usted a saber donde...
En tales rifirrafes ¿a quién le importa el paro de nadie o el recorte de tantos alguienes que sólo son cifras tan irreales como el dinero numerado y evaporado? El manicomio, Don Iñaki, está servido a domicilio. Por eso mismo cuando se habla de ética o de honestidad, o sea, cuando se habla de salud mental, es como si las palabras volviesen en el eco del vacío sin haber encontrado receptor alguno. ¿Qué pueden entender los enfermos de un psiquiátrico? Sólo atienden y pueden alcanzar a entender las palabras que hacen referencia a su obsesión particular. Un depresivo sólo le escuchará si le habla de tristezas y desgracias. Un mitómano, si le habla de grandes personajes y hechos despampanantes. Otro con manía persecutoria sólo atenderá a palabras paranoicas que le confirmen sus temores. Un hipocondríaco sólo escucha si le habla de enfermedades y tratamientos médicos. Un desconfiado si le habla de traiciones y juegos sucios. Un avaro, si se habla de dinero y como guardarlo e invertirlo con seguridad. Un sexópata, si se le habla de lo propio. Un político enloquecido por el horror nihili , o sea porque no tiene ni idea de lo que debe hacer ni sabe como hacerlo, no dirá ni pío por más que le pregunten. No sabe como empezar a explicarse a sí mismo qué puñetas le ha llevado a meterse en camisas de once varas. ¿Cómo olvidar los discursos vacíos absolutamente de Felipe González a partir de su segunda legislatura? ¿Cómo olvidar el no-discurso burbujo-perogrullo de Aznar mientras mareaba la perdiz de un gobierno utilizado sólo como trampolín de su faes? ¿Cómo olvidaremos el discurso inexistente de Rajoy desde que llegó a la Moncloa hasta la fecha?
Obviamente ese tipo de manicomio no tiene más solución que dejar de mantenerlo con el trabajo y los impuestos. O los locos se curan milagrosamente o desaparecen por sí mismos cuando no haya motivos para que justifiquen su existencia, mientras se les sigue votando por medio de una ley electoral infame . Los ciudadanos tenemos el deber moral y cívico de no votar nunca más hasta que se cambie la Constitución y la ley electoral. Como tenemos el deber moral de hacer huelga general sin miedo a nada, cuando se trata de denunciar atropellos de espanto. ¿Vale de algo no hacer huelga e irse de manifestación como se va a la verbena o de romería?
Cambiemos de disco si esa música nos molesta tanto. Y si no cambiamos, quizás deberíamos empezar a preocuparnos porque a lo mejor el manicomio lo tenemos más asumido de lo que nos parece. Y eso sí que debería preocuparnos aún más que la crisis.
Cambiemos de disco si esa música nos molesta tanto. Y si no cambiamos, quizás deberíamos empezar a preocuparnos porque a lo mejor el manicomio lo tenemos más asumido de lo que nos parece. Y eso sí que debería preocuparnos aún más que la crisis.
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