jueves, 29 de noviembre de 2012

Iñaki: luz y taquígrafos. Gracias.


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¿Por qué no todos los nombres?




Eso pensamos todos. Todos los no pringados, por supuesto ¿Por qué España sufre este mal oscuro del tapadillo constante cuando se trata de poner las cartas boca arriba? ¿Qué extraño cortocircuito desencadena este tipo de comportamiento, que a la vez de delictivo es ridículo y denota tan poca inteligencia? 
Quizás sea una lacra reminiscente de la picaresca que todavía aletea sobre el mapa hispánico como una tonadilla pantojera y recurrente, como La bien robá. Una cutrez social que nunca se ha erradicado. Y algo que choca paradógicamente con el apego avasallante a la imagen honrosa que es tan típica de la orgullosa chulería peninsular. Tan mediterránea, además. Ese aparentar lo que no se es, para que todo "quede en casa", como los trapos sucios lavados en el secreto del chanchullo encriptado. 
Lo malo que tiene la porquería cuando se tapa durante mucho tiempo, es que fermenta, se pudre y apesta. Y el hedor empieza a llenarlo todo. Se infiltra por todas partes y se delata a sí misma. Y aunque la mofeta se vista de prócer o prócera y se perfume con Chanel nº 5 o con Massimo Dutti, atufa de lo lindo y tarde o temprano se descubre el pastel. Es cierto.

Lo que ya no cuadra en las entendederas medianamente lúcidas es que la Justicia tenga tanta amnesia como los ciudadanos en lo que se refiere a esos andurriales corruptófilos, tan jetas y cínicos, que ya van como incluídos en el caché caciquil, son como el valor de los militares: se dan por supuestos. Y se sufren como aquella obra de misericordia del catecismo que se basaba en "sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo". Lo que nunca explicó el catecismo es donde limita la flaqueza con la cara de cemento armado, el morro inconmensurable, el abuso devastador y la poca vergüenza quintaesenciada. Es decir la sutil diferencia y la línea Maginot que convierte el pecado confesable y perdonable en petit comité eclesial, en delito criminal y punible por supervivencia de la propia especie. Incluida la del confesor benevolente y cepillador de caspas morales, que seguramente pone una penitencia de cinco rosarios por una desgana piadosa o una ausencia en misa dominical, y ni siquiera pregunta por el sentido de justicia social, de ética personal en el trato con la comunidad humana en la que el confesando pretende ganarse el cielo, como se gana la presidencia de un consejo de administración. Por enchufe, favoritismo y vista gorda del que le apoya.

Fijémonos que son los países oficialmente más católicos de Europa los que sufren este síndrome del tapadillo pecaminoso y el escondite del vicio en la aparente virtud, en donde la corrupción hace estragos y la crisis, también. Los protestantes no se confiesan nada más que en público, una vez en su vida, cuando se bautizan ya de adultos. Y no confiesan "pecados", sino su fe y sus ganas de vivirla. Y es que a base perdonar en nombre de Dios cualquier animalada que se confiese y de ese "secreto de confesión" indiscriminado, se ha conseguido gestar una conciencia mojigata en las pequeñeces y completamente laxa en la ética natural de las opciones de vida, de trabajo, de convivencia, de responsabilidad cívica y administrativa, en política y economía, de cultivo de la transparencia en las relaciones interpersonales. Es el imperio de la mentira que permite el fuero de los bloqueos, por lo imperceptible y habitual: la hipocresía como forma normal de comportamiento y el cinismo hipócrita como antídoto de la versión meapilas del mismo mal. 

¿Se curaría este mal penalizando sus secuelas? No. Simplemente se reducirían los casos por miedo a la cárcel y a las multas. Que no está mal para empezar y ahora mismo sería la única solución urgente posible. 
Se curaría sanando la educación no sólo de los niños y jóvenes, sino obligando por ley a los adultos a asistir a escuelas de valores. Lo mismo que se exigen las vacunaciones obligatorias en las empresas y en los centros de trabajo. Lo mismo que las piden para viajar a países con salubridad dudosa o peligrosa. Si cuidamos tanto la salud física ¿por qué no hacer lo mismo con la salud ética, emocional, mental, cívica y social? 
La decencia no se improvisa. La ética tampoco. La honestidad no es una ciencia infusa. Hay que aprender a ser decentes como a ser eficaces, hábiles y trabajadores. Hay que aprender a distinguir la ética de la delincuencia solapada en el delito permitido porque no se denuncia y se basa en la complicidad, en el beneficio propio a costa del esquilme al prójimo como prerrogativa de un cargo público o privado. La decencia no es beatería ni escrúpulos neuróticos, ni prejuicios anacrónicos. Me alarmé muchísimo el día que una adolescente, cuando pronuncié la palabra "decencia" me dijo : "Por Dios, qué vocabulario tan antiguo!, eso es de la dictadura ¿no?" y le respondí, "no, hija, no, ojalá lo hubiese sido. Si esa palabra se hubiese dicho y entendido en la dictadura, tú ahora no me dirías esto que me acabas de decir ni la dictadura habría existido tampoco" 

En plena era felipista a tope, y en una entrevista radiofónica, al entonces presidente del Gobierno,  recuerdo haber escuchado, cuando el periodista le preguntó por el GAL y el terrorismo de estado, lo que González respondió: "La democracia, como las ciudades, tiene que tener cloacas para que las aguas sucias se puedan eliminar adecuadamente". Me puso los pelos como escarpias. Y recuerdo el silencio aplastante que siguió a la respuesta. No sé como acabó la entrevista, porque no pude seguir escuchando a aquel producto de la dictadura camuflado bajo las siglas de un socialismo que nada tenía que ver con lo que Pablo Iglesias vivió y transmitió. Franco no habría dicho otra cosa distinta y le habría aplaudido. Tenían el mismo discurso hipócrita y amoral. El uno, bajo palio en las iglesias y el otro amparado por el puño y la rosa. La misma sensibilidad humana en Cospedal que en la parlamentaria socialista que aprueba los desahucios "de los que no quieren pagar".  España y su cutrez. De momento irremediable. Quizás la crisis y San 15M consigan que la costra de siglos se ablande con el dolor traumático de la una que está poniendo en evidencia toda la basura nacional y la inteligencia creativa, solidaria y no violenta, del otro. Habrá que ponerle velitas de esperanza y mucho compromiso aterrizado cada día. 

Para terminar os dejo un chiste muy revelador de nuestra querida Ehpaña cañí.

En las puertas del cielo bosteza San Pedro apóstol, cansado de controlar con sus llaves la entrada de los recién llegados. Miguel Aracángel pasa por delante y le pregunta:

"-¿Qué tal, Pedro, ¿cómo lo llevas?

-La verdad, es que esto, cansa, sabes? Me encantaría pasar unos días de vacaciones y echar un vistazo a la Tierra por ver qué hay por allí

-Pues eso está hecho. Dime que debo hacer y te sustituyo este finde.

-Ah, muchas gracias, Miguel, qué amable. Acepto tu regalo. 

-Antes de irte, por favor, dime qué tengo qué hacer.

-Es muy fácil. ¿Ves ese atril ahí delante? El libro que hay abierto encima es la Biblia y al lado verás que hay un pequeño taburete con un fajo de billetes de banco. Cuando llegue un alma a las puertas del Paraíso, tú te escondes en esa nube fija que te hará invisible y, simplemente, miras qué hace. ¿Que se va derecha a la Biblia?, la dejas pasar. ¿Qué se va a los billetes?, para abajo. Infierno o purgatorio, según agarre todo o sólo un poco del pastón.

Pasa el fin de semana y Pedro regresa renovado y alegre. Miguel le saluda.

-¿Qué tal por aquí? ¿Todo bien?

-Sí, poco movimiento. Y una duda que me ha quedado

-Dime, dime...

-Verás, toda ha ido bien, pero llegó un alma muy estirada. Con un portafolios, vestía elegantísima, llevaba el pelo engominado y olía a Royal Ambré. Se colocó delante da la Biblia y comenzó a leer pasajes, se emocionó muchísimo y en cada pasaje que le conmovía dejaba una marca entre las hojas, un billete de cincomil. Cuando se leyó todo el libro y ya no quedaban billetes, lo cerró y con una unción impresionante, dando gracias al Señor y llorando de emoción devotísima, guardó la Biblia en el maletín mientras se santiguaba.

-¿Y qué hiciste?

-Dudé, dudé mucho. Pero ante sus lágrimas y su compostura, su gesto y su suspiros, le dejé entrar, ¿crees que hice lo justo?

-No jodas, Miguel, ya se nos ha vuelto a colar uno del Opus!


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