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La inocencia. ¿No sería más propio que esa "inocencia" la llamásemos inconsciencia e ignorancia?
Inocencia es la mirada limpia, la capacidad de afrontar la vida sin prejuicios, sin programaciones previas; sintiéndose capaces de realizar lo necesario para vivir armonizados y razonablemente felices.
¿Ha sido alguna vez inocente nuestra sociedad? Con todo mi respeto por Iñaki, que es un periodista sabio y muy lúcido, al que todos admiramos desde hace tantos años, el panorama "inocente" del mundo, no lo veo ni lo he visto nunca nada claro en ningún momento. Sí lo veo en cambio, inconsciente e ignorante .
Inconsciente, en cuanto a que no ve la relación directa y reversible, que existe entre lo privado y lo público. Es decir, que sin tener en cuenta los contenidos éticos de lo que piensa y hace cada uno y el peso social que tienen esos contenidos aparentemente insignificantes, se exige a la política y a la economía un rendimiento y una responsabilidad absoluta sobre el bienestar y la felicidad, la seguridad y la prosperidad de todo el conjunto social. Como si los gobiernos que emergen de unas urnas, fuesen magos o hadas con varitas mágicas y sin relacionar los fracasos o los logros, con el origen y las raíces éticas de la misma sociedad.
Ignorante, en lo que se refiere más a la confusión, al caos cognitivo, a la empanada mental y emocional, mucho más que al hecho de no conocer datos y contenidos teóricos. Es decir, ¿qué grado de inocencia puede haber en una estructura social donde los contenidos y datos se almacenan, se memorizan y se archivan a toda velocidad informativa, pero no se consigue desarrollar un poso sereno y clarividente, capaz de "formar", de construir, de ayudar a crecer, y a mejorar, en el día a día; de un modo empírico, pragmático y real. De modo que el flujo entre formación e información sea una dinámica capaz de despertar y trabajar la conciencia personal y, por lógica consecuente, la conciencia social, política, económica, etc?
La inocencia, tal y como habitualmente usamos el término aplicado a los resultados "inocentes", se acerca más a la irreflexión y al despiste, que a la pureza, impecabilidad y capacidad a estrenar que sugiere el término en su semiótica.
Al contrario de lo que parece, la inocencia no es la ignorancia innata e inconsciente que traemos al mundo, aquella tabula rasa in quam nihil scritum est , sino un estado nuevo que debemos ir adquiriendo paso a paso a lo largo de nuestra vida. Haciendo lo contrario de lo que hacemos habitualmente: desaprender rutinas heredadas, liberar la mente de obstáculos y prejuicios, de "lo de siempre", de "hacer lo que hay que hacer como dios manda", adquirir la autonomía emocional e inteligente que da la conciencia ética, siempre innovadora porque sabe y consigue responder a los nuevos retos con soluciones inéditas, adaptadas a lo nuevo, la praxis de la belleza interior, que se acaba siempre proyectando en la belleza externa, ese kállos kai agazós de los antiguos griegos: bello y bueno. Y es precisamente, esa disposición, la que se acrisola en las dificultades y se manifiesta en ellas como el impulso sanador y regenerativo. Y de eso no tenemos mucho, la verdad, en esta sociedad humana, tan preocupada por consumir y poseer, por tener de todo sin preocuparse al mismo tiempo, por "ser" y saber que "es", por encima de cualquier adquisición. ¿Qué sentido tiene desear una democracia, por ejemplo, si ese "démos", ese pueblo, que va a elegir la "kratía", el poder, es un conjunto de consumidores ávidos, egoístas, fanáticos de unas ideas opuestas entre sí, un atajo de ignorantes manipulables que siempre elegirá la mentira más cómoda que le ofrezca más simulacros de imaginario bienestar o de falsas seguridades, aunque el sistema que lo proporcione sea entrópico y autodestructivo? Un pueblo de ignorantes no puede reconocerse nada más que en los candidatos más ignorantes. Un pueblo zafio, sólo ve con buenos ojos a los más zafios y desconfiará de los que lo no lo son. Simplemente porque no son "los suyos". Le son ajenos, por completo. Aunque pudieran ofrecer algo mejor, más coherente y más fértil.
Una prueba de esta "inocencia" vergonzante es el resultado de la encuesta que hoy aparece en los medios. A pesar de la que está cayendo, de la incapacidad desgobernante y del caos absoluto en que España se hunde cada día más, -rozamos los casi cinco millones de empleos perdidos sin que el pp mueva una sola pestaña- , el informe demoscópico nos dice que la confianza en el gobierno (¡?) ha aumentado puntos respecto al mes anterior. ¿Inocentes o ignorantes? ¿Inocentes o rebaño de mayoría cómplice-rajoyana?
En italiano existe un término meridiano para definir este tipo de sensibilidad social: sprovveduto. En español no tiene traducción directa, hay que traducirlo por una frase larga: "término que se aplica a quien le falta la preparación necesaria para afrontar determinadas situaciones. Que tiene falta de dotes intelectuales o culturales." Quizás lo más aproximado que tenemos en el diccionario sería "garrulo" o "palurdo", aunque sprovveduto añade matices más dramáticos al garrulismo y a la palurdez: ignorancia, torpeza, incultura y resignación. Y en un mundo como el actual, donde los medios culturales ofrecen posibilidades tan abundantes de información como de formación voluntaria y responsable, habría que añadir el término que Aristóteles aplica en estos casos: ignorancia voluntaria y moralmente errónea.
Mi querido Iñaki, sé que el significado que le das a la "inocencia" en este video es irónico; pero he aprovechado la sugerencia para ampliar la mirada a nuestro problema común: España. La heredera sprovveduta de imperios desastrosos, de inquisiciones vergonzantes y de dictaduras emboscadas en falsas democracias. Una sociedad que se cambia el maquillaje, pero no se lava la cara. Ni la mente.Ni la inteligencia. Que se queda en la emoción y su costumbre visceral. Si ésta es nuestra inocencia, cuanto antes la perdamos, mejor.
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