martes, 13 de noviembre de 2012

Antes el pueblo pedía, ahora está cambiando, la ciudadanía exige

Los nuevos tiempos cambian paradigmas básicos. La crisis está poniendo a la vista el cambio planetario de conciencia. Nada es como fue. Ya no son esclavos que se rebelan contra los señores de la tiranía. Tampoco son siervos de la gleba ante el capo feudal. Tampoco son los comuneros y germans contra los oligarcas de turno, ni siquiera es ya la clase obrera contra el capital. La cosa ha subido escalones cívicos y conscientes. Los humanos del siglo XXI no son los mismos del siglo XX, aunque lo parezca y sean todavía las mismas personas que saludaron el nuevo milenio hace doce años. En esta docena de años la conciencia global y planetaria ha experimentado un crecimiento impensable en tan poco tiempo. Es como si nuestra especie hubiese descubierto de repente la prisa por crecer y la necesidad perentoria de hacerlo cuanto antes.  Seguramente influye el estado lastimoso del Planeta y el problema de la supervivencia que los medios de comunicación se han encargado de poner de manifiesto con una urgencia y una llamada sin parangón en la historia.
Lo más clamoroso es que en esta sociedad estructurada en pirámide, con una amplia base y un vértice mínimo, la conciencia ha empezado a germinar por abajo y esa base se mueve cada vez con más fuerza y energía. Y su movimiento, en Occidente al menos, es pacífico y novilento. Consciente. Dialogante. Organizado. Responsable y muy dinámico. Mucho más activo que reactivo. Ha empleado la reacción inicial como palanca de la creatividad y de las ideas. De las soluciones. Por eso se han lanzado a crear en asamblea, a poner en marcha respuestas que los gobernantes no ven ni intuyen porque se han enrocado aislándose en la burbuja del poder. Y así han ido naciendo en un año y medio cada vez más iniciativas. Desde los huertos urbanos al mercado del trueque, desde los bancos de tiempo y disponibilidad y trabajo, a la pequeña agricultura biológica que en cada barrio tiene ya su mercado semanal puerta  a puerta, desde las escuelas de crecimiento, artesanía y gastronomía al aire libre, a las escoletas intervecinales, las inmobiliarias gratuitas en las asociaciones de vecinos, el colectivo técnico y eficacísimo de afectados por las hipotecas, el ahorro alternativo, los talleres de reciclaje, de costura, de cocina, de crecimiento personal, de yoga, tai chi y meditación, poesís, resolución de conflictos, escultura, pintura, labores de punto o puericulatura o geriatría...el banco de libros de texto y la escuela evolucionaria, capaz de construir las asignaturas, entre maestros y alumnos consultando libros en clase y dando fotocopias para estudiar. Evidentemente se multiplican los ciudadanos capaces de gestionar un ministerio y un gobierno con mucha más eficacia y sencillez baratísima, que lo que nos está gobernando. 
Todo este trabajo social y personal tiene la particularidad de que está cambiando al unísono la conciencia individual y la gestión de las necesidades públicas, modificando también el concepto de prioridades sociales y el modo de gestionarlas. Colocando a la persona como sujeto principal de todo derecho y de todo deber, por encima de montajes y estructuras que en definitiva no deberían tener otro objetivo que servir al hombre y no ser su negrero y su verdugo. Y todo esto acompañado del cambio de paradigmas. Del concepto de autoritarismo por imposicón, a la recuperación de la auctoritas no de los más poderosos ni de los más ricos, sino de los más sabios y con más valores humanos. No de lo que complica, empobrece y machaca, sino de aquello que hace crecer, equilibra, nutre, enriquece en recursos y despierta. La cultura vuelve por sus fueros a ser una fuente de sabiduría y práxis mucho más que un archivo de teorías y habilidades mecánicas aprendidas sólo para supervivencia, brillo social y lucro egoísta.
Se está atravesando la barrera que separaba y aislaba a los individuos en la búsqueda ansiosa del beneficio personalista para descubrir el bien común como   beneficio para todos. Y como consecuencia un descubrimiento de algo que hasta ahora se consideraba una utopía irrealizable: la proximidad al territorio de la satisfacción y de la felicidad como estado sereno y cívico, a través del cultivo asambleario de las relaciones con nuestros semejantes. Otro uso del tiempo y de los espacios, que se están ampliando del ámbito doméstico a los espacios públicos usados como jhagorá, en el griego antiguo o como la llamamos ahora, ágora. La plaza y las calles. El espacio público como salón de tertulias y de actos sociales, debates, diálogos y encuentros. De ahí a los locales cerrados y vecinales, que se alquilan o se prestan por sus propietarios para el uso de todos. No cuesta nada que se establezca normas a partir de acuerdos mayoritarios previamente debatidos y votados. El acuerdo es fácil de alcanzar porque se escuchan todas las propuestas y sus objeciones y mejoras.
Una ciudadanía de este calibre no hay fuerza que la detenga. Es hija natural y queridísima del tiempo, de la experiencia y de la evolución. De la cultura real. La verdadera. Del latín coleo , cultivar la tierra, sembrarla, cudarla y recoger lo cosechado.

Una ciudadanía como ésta ha dejado de ser "pueblo" al estilo rebañil y masificado. Ha dejado de ser masa moldeable, plastilina, a capricho del poder autárquico.  Se ha convertido en un coro de voces bellísmas, autoconscientes, que pudiendo cantar solos maravillosos, además, sabe asociarse en melodías corales mucho más potentes y vigorosas que una sola voz. Bajo la batuta de los derechos y deberes humanos, de la solidaridad y de la inteligencia. Estos conjuntos corales tan nuevos y bien temperados ya no piden, sino que exigen pacíficamente el cumplimiento de leyes justas y de derechos fundamentales e inalienables adquiridos a través de siglos y siglos de luchas y penurias.  Exigen que los ciudadanos, en los que han delegado, por votaciones libres y democráticas, la gestión y administración del Estado, cumplan con sus deberes, con sus compromisos prometidos y respondan del salario que cobran de los impuestos públicos y respondan a las necesidades ciudadanas como deben, no a su capricho ni al capricho de otros estados ajenos y dominadores. Ni a los negocios de empresas privadas capaces de comprar voluntades, decretos y leyes que les faciliten juegos sucios y el pisoteo de los derechos cívicos con absoluta impunidad. 

Y ésa es la realidad a la que mañana se enfrentan los poderes, hasta ahora inoperantes y con mucha menos auctoritas que la ciudadanía a la que con amenazas pretenden sofocar y aplastar, olvidando que es ella la mentora, lícita, legal y legítima; la sostenedora y el sentido real del "oficio"político, que evidentemente a su vez ha olvidado que es un servicio y no un beneficio defraudador de recursos, esperanzas, realidades y futuro. 
Esperemos que este crecimiento consciente de la ciudadanía vaya afectando al mismo tiempo a las señorías con amnesia o con desconocimiento y les devuelva la memoria, la decencia y la inteligencia social. 

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