domingo, 7 de junio de 2020

Un buen toque de atención ante el anzuelo de las provocaciones ultraderechistas. Espabila, Sánchez, o acabaremos otra vez en manos de Mordor y sus orcos. Ainss!

Medio país está en fase 3, pero la política española y el show mediático en que se ha convertido ya han ido hasta el desconfinamiento y más allá. Es oficial. Tras el dramático baño de realidad de la pandemia, la política ficción se ha vuelto a instalar entre nosotros. Se confirma que aquellos días de sensatez, prudencia y hablar de lo que verdaderamente afectaba a la vida de la gente fueron un espejismo. Hemos vuelto a la política entendida como el arte de discutir sobre cosas que no nos afectan mientras otros deciden sobre los asuntos que realmente nos conciernen.
Un informe de la Guardia civil cuya investigación no validaría ni el tribunal que aprobó el TFM de Cristina Cifuentes, el cese del coronel de la Guardia Civil responsable de semejante manipulación, quien ya había demostrado en el juicio de procés que su principal mérito en la vida reside en estar dispuesto a todo para acusar a quien le ordenen, un Masterchef de estadísticos y otros que se creen estadísticos peleando por demostrar quién es más listo contando muertos, el nombramiento de un director general que jugaba al baloncesto con el presidente y aun así se doctoró en arquitectura y si van a abrir las discotecas... Esos han sido los grandes temas que han dominado la agenda pública española durante los últimos días.
Aunque no lo parezca todas estas noticias tienen algo en común: son los asuntos que le importan a la gente que no va a sufrir las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Como aconteció durante la Gran Recesión, la izquierda se distrae discutiendo escándalos construidos por la derecha mientras se expone al riesgo de desconectarse de la gente que espera que su gobierno les ayude a superar la crisis que se les viene encima. Pedro Sánchez haría bien en no distraerse y aprender de la derecha, que no se distrae jamás. La derecha y la ultraderecha se han opuesto lo justo y proforma al ingreso mínimo vital solo para sacarlo cuanto antes de la agenda y volver rápidamente al ruido y la furia, las armas de deslegitimación masiva de cualquier gobierno. La buena noticia es que la mayoría de la gente tampoco se distrae fácilmente y las políticas reales siempre le ganan al ruido y la furia.
Este domingo, miles de personas se han manifestado en Viveiro, Lugo, contra el cierre de Alcoa. Por supuesto, no recibieron ni la atención, ni se les concedió la importancia otorgada la semana pasada a las flácidas caravanas motorizadas de la ultraderecha o a las caceroladas de un puñado de Cayetanos. La diferencia entre ambas es que el ruido y la furia de Núñez de Balboa se esfumaron con la apertura de las terrazas, mientras que las protestas de los trabajadores de Alcoa, o de Nissan, y sus familias seguirán ahí mañana y ellos sí representan al votante medio, a ese votante que hace ganar o perder elecciones.
El mismo votante medio que ha escuchado decir durante toda la pandemia que el virus había expuesto nuestra dependencia industrial exterior, nuestra incapacidad para producir lo más básico, desde unas mascarillas a unos guantes, y la necesidad urgente de recuperar un sector industrial que ahora se renuncia a defender a la primera ocasión. El mismo votante medio que ve cómo Francia o Alemania dedican el grueso de sus políticas postpandemia a reforzar y proteger su propio sector industrial, mientras aquí todo parece empezar y acabar con el turismo. El mismo votante medio que no entendería que el Ejecutivo español no hiciera lo mismo que franceses y alemanes y nacionalizara la única planta de producción de aluminio primario que queda en España. Esa es la agenda que debería importarle a este gobierno porque es la que le importa a la gente.

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