jueves, 11 de junio de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 11/06/20 | Rey sin corte y sin control




En efecto, así lo  percibió gran parte de la ciudadanía, tal y como Iñaki lo explica.Y no sólo fue por el momento histórico español, sino sobre todo por el entorno político y económico europeo y de los USA. Por la necesidad urgente de que desapareciese el borrón de una dictadura militar en el Occidente más civilizado y que el capital internacional también tuviese vía libre en un país tan raro y cerrado sobre sí mismo, que nunca participó en un proyecto colectivo que pudiera romper su código inflexible, acuartelado, de uniforme, desfile y escopetazo a golpe de pena de muerte y procesión, y atrincherado en sus liturgias contracorriente, en todo, absolutamente en todo. 

Aquella España, que para el franquismo era "la reserva moral de occidente", para Occidente era un marronaco de aquí te espero, una aberración medieval en la segunda mitad del siglo XX. En ese plan, cualquier artefacto configurado para dar el salto a la "normalidad" (sí, ¡otra vez la "normalidad"!), era bienvenido y glorificado con un suspiro de alivio general. A la máxima integración internacional que se había llegado había sido a la limosna del Plan Marshall en las escuelas públicas de los años 50, con queso, leche y mantequilla para combatir la desnutrición y el raquitismo de los niños y niñas escolarizados, a los no escolarizados, nada. Si alguien se acuerda todavía, lo retrataba de lujo el relato de Berlanga en su peli  Bienvenido Mister Marshall. Nada de fantasía creativa y humor "a la española", puritita realidad a bocajarro. En el inevitable y descarnado blanco y negro de la realidad cotidiana. Yo misma, en mis grabaciones de la memoria, solo consigo recordar en color las flores del jardín y del patio de mi casa, el rojo intenso de mi triciclo y las frutas estampadas en una falda de vuelo de mi madre bajo un luz gris que, inexplicablemente, se desprendía de un cielo azulísimo, mientras ella regaba con una manguera y yo hablaba con las mariquitas y las lombrices de tierra. Todo el resto es gris plomizo. Hasta la luz del sol. 

Nuestros contactos con la realidad del resto del mundo -además de la ayuda alimentaria a las escuelas y la escucha con sordina de emisoras "delincuentes" como "La Pirenaica", Radio París y la BBC de Londres- eran el regreso de los prisioneros españoles de la División Azul, el establecimiento de las bases militares yankies, la visita de Einsehower, Ike, para los amigos, y la emigración desesperada que empezó como un rosario infinito de abandonos de pueblos y tierras por pura supervivencia, que nunca se ha corregido bajo el trono juancarlesco ni felipiano. Al contrario, tras el paréntesis esperanzado de una sorprendente e inexperta democracia, la escapada laboral se ha reforzado, solo que esta vez no solo se van los agricultores, los mineros y artesanos, ahora también se van en masa los universitarios, los científicos, los artistas, los pensadores...los que ya no soportan tanto glamour de la barbaridad. Los que ya no pueden más con la cruz a cuestas de esa patria torturadora y asesina en serie de la esperanza. 

Es normal que un montaje bien articulado, con el apoyo de la CIA, del Pentágono y la Casa Blanca, más el del capitalismo feroz, por un lado, más el apoyo optimista y claudicante de una socialdemocracia europea muy bien intencionada y un poco ilusoria, como la de Willy Brand, Oloff Palme o Miterrand coincidiera con las buenas intenciones de Adolfo Suárez primero y del primer brote del Psoe y del neocomunismo a continuación. La hornada de periodistas del momento fue espléndida, con El País y la empresa PRISA, muy bien dispuesta a crear un periodismo mucho más abierto, crítico, cercano y consciente, al que indudablemente, está unido de raíz, Iñaki Gabilondo. En ese trance, el acceso político a las libertades estaba, es obvio, asentado en la Jefatura del Estado, fuese quien fuese el okupa. Al fin y al cabo veníamos directos de una dictadura y no conocíamos otra cosa mejor que un buen jefe de estado que asumiendo los plenos poderes nos dirigiese por el buen camino. No hacía falta que fuese nada del otro mundo, solo bastaba con que se cambiase la nomenclatura y en vez de generalísimo por gónadas, fusiles y cañonazos, lo fuese un rey por herencia natural como la vida misma. Total, ¿cuándo había podido votarse un modelo de estado y qué había pasado después? Nada menos que la trágica Segunda República, por no hablar de la Primera que solo fue un sainete. Entre sainete y tragedia, solo quedaba retomar lo que no tenía en España obsolescencia programada: una monarquía; estaba comprobado, para los avatares del momento, que este puebluco entontecido e inflamable, no daba para más, así que lo mejor en vez de enseñarle y entrenarle para pensar y elegir, era elegir por él. Imponerle las soluciones, que por supuesto, esa masa amorfa y adicta a obedecer todo lo que viene de "arriba"es incapaz de analizar ni de valorar. Ordeno y mando se corresponde automáticamente con acepto y obedezco, no por quienes, como y por qué lo hacen sino porque sí, porque es una orden y un mandato "de arriba". Y ahí tenemos a lo más elevado de la  Guardia Civil dando testimonio por los siglos de los siglos. Desde el asalto al Congreso como a la Justicia o a lo que haga falta. 
Si la ley es injusta arbitraria e incluso lesiva, eso no importa, lo único que cuenta es su legalidad aunque sea completamente ilegítima y moralmente deleznable e ilícita, así que todo lo "oficial" es sagrado, incuestionable y hasta imperdonble dudar de su infalibilidad, mientras la ley no cambie y lo revoque, lo desapruebe e incluso lo condene. Precisamente, de esa triste forma de pensar y actuar deriva la obsesión monomaníaca por atrapar el poder absoluto del modo que sea. Los españoles, hasta el 15M, solo podíamos aceptar por narices lo impuesto como lo mejor, lo más acertado y lo menos peligroso para nuestra "estabilidad". De tal modo que si conseguimos organizar una enfermedad crónica, de lo más estable, siempre será mucho más cómoda y segura que la salud inestable, con altibajos. Aunque siempre salud, al fin y al cabo. Pero, ¿qué se hace cuando en el país donde has nacido y vives, nunca se ha conocido la salud, e incluso se recela que sea un bulo, una especulación y un engaño de los "enemigos" ocultos de la patria? Pues eso, se hace lo de siempre, volver a los fundamentos de lo estable, aunque sea indecente, maltratador, injusto y reprobable. Hasta el punto de la reacción de una mendiga, que recibe una limosna diaria para poder comer y cuando alguien comenta delante de ella que su pobreza de podría acabar si se invirtiera en ese problema lo se ha llevado crudo el d-emérito Borbón, suelta: "bueno, pero es que es el rey..." Y no lo dice con ironía sino con convencimiento y sumisión total. 

Pues esa actitud fue exactamente el éxito ultratemporal de la dictadura: la aceptación general de las "caenas" una vez más, sobre todo por esa "corte" que Iñaki dice que no existía a ojos vistas, porque era el mismo pueblo acojonado por quienes deberían haber, por lo menos, intentado despertarle en vez de cantarle cada día la nana de una "normalidad" socialmente tóxica, políticamente oxímoron e institucionalmente suicida. ¿Se puede ser socialistas y monárquicos, creyentes y ateos, millonarios y hambrientos, reyes decentes sin corte que les aplauda y se ampare a la vez en el paraguas del trono para sacar provecho?

En efecto, ni Felipe VI ni nadie se merece algo así. Es que ya no se trata de castigar ni de penalizar a justos por pecadores, como cuando los fachas acusan a todos los vascos de terroristas y a todos los catalanes de separatistas o a todos los que se preocupan por el bien común de populistas y comunistas con intenciones terroristas, también. Ni de irresponsables, corruptos e inmorales a todos los que se apellidan Borbón. Todo lo contrario, Felipe podría hacer mucho por España como abogado, maestro, intérprete o trabajador social. Tiene inteligencia natural y talento y si no estuviese encorsetado por su papelón teatral, sería una persona muy válida. Pero ahora, ya no se trata de salvar coronas  decrépitas. Se trata de construir el nuevo edificio social necesario, de sustituir los materiales ya caducados y de redistribuir los espacios, las funciones y de adecuar y armonizar necesidades y diseño arquitectónico estatal desde otros parámetros más ajustados a una realidad cada vez más exigente en decrecimiento destroyer y en crecimiento inteligente, evolucionado y espiritual, que no es lo mismo que devoto, creyente o dogmático ritualista sino consciente y realizante, comprometido con la fraternidad y el amor tanto a la humanidad como a la naturaleza.

Por eso lo mejor es que el pueblo, el demos, la politeia, que lleva nueve añazos demostrando su capacidad de respuesta civilizada y mucho más inteligente que quienes ya no la representan, decida en las urnas qué modelo de estado necesita y requiere. Y a partir de esa toma de conciencia civil, de esa salud recuperada y ejercida por primera vez sin sogas al cuello ni amenazas, comenzar un rumbo nuevo, sin tirar de fango, ni de venganzas ridículas ni de violencia, solo desde la lucidez y el empeño humanista y ético de la cooperación por el bien común, que nunca se logrará sin limpieza a fondo, sin abrir los armarios, ventilar los sótanos, despejar las buhardillas y quitar la ropa apolillada que se amontona desde hace mil años en los baúles del desastre porque nadie quiere reconocer que ya solo ese mogollón, ocupa espacio, ya nadie puede utilizar la herencia, está viejísima, descolorida, deshilachada, descosida y rasgada, y para remate es por lo menos seis tallas más pequeña de  la que se necesita en la nueva era actual, que ahora comienza. 

Lo hecho y lo que no se hizo o se hizo al revés, se ha acabado, agotado, finiquitado. Ahora todo está por hacer. Es nuestro momento como especie en vías de regeneración. De nosotras y nosotros depende globalmente que la humanidad se regenere o desaparezca por empeñarse en que todo está bien como está en su "nueva normalidad" que solo es el revival de lo que nos está exterminando.

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