Por supuesto, las recomendaciones de Iñaki son inmejorables. Prudencia, respeto, imprescindibles miras de largo alcance y dejar de lado los mantras ideologistas precocinados. No puede haber más sensatez. Ojalá sea así. Por ambas partes, claro.
Para poder crear el bien que aun no existe, lo primero y fundamental es tener conciencia de nuestras aspiraciones realizables desde el bien común y de los obstáculos que hasta ahora han ido surgiendo en el camino, su porqué y las posibles soluciones terapéuticas de la enfermedad de "lodesiempre"; y eso tiene que ser tarea de todos por encima de criterios e intereses particulares.
Hemos de tener en cuenta que sería muy bueno en el debate, que acudiesen al Parlamento los empresarios y los sindicatos para exponer su visión de los problemas y sus propuestas. Son ellos los que de verdad saben lo que hay, no los ideólogos "profesionales" con sus letanías y fijaciones habituales y sin superar, porque sobre todo no puede haber conciencia donde solo hay dogmas intocables.
El debate sobre la salud laboral y económica del estado y de sus habitantes, que son el motor y la esencia básica del estado nunca debería ser a puerta cerrada y de espaldas a la transparencia. Ya estamos muy escarmentados de los paseíllos de sacristía, de los acuerdos sottovoce y los conciliábulos del apaño, que luego resultan lo que resultó el rey manoslargas y moral evaporada, siendo tan majete, campechano y tan apañao, que él mismo era puro apaño. El mejor empresario de su propio tinglado noós, que por cierto en griego significa conocimiento profundo, no solo periferíco, que sería 'fenómeno'. Para que no nos vuelvan a vender la misma cabra de la confianza a ciegas en la valoración del poder por encima del ser y del realizar el bien de todos, no de unos cuantos para que el resto sobreviva como pueda de las migajas, con recortes necesarios para unos y muy lucrativos para otros, que para colmo aspiran a que la crisis les baje los impuestos y se los cobre a sus asalariados.
Es necesario que la experiencia nos espabile y nos despierte. Para que no la volvamos a repetir. Esta vez el trono lo ocupa el negocio y el crecimiento de todo aquello que debe empezar a decrecer si queremos más Planeta y Humanidad que dinero a rebosar en los bancos y cajas fuertes paradisíacas, que habrá que usar en funerales, enfermedades, calamidades, desastres globales y personales. Esta vez el PIB, tiene que cambiar de orientación y subsidios siempre insuficientes, y cambiar el significado de la letra B: Producto Interior de Bienestar. Ojo, que cuando decimos bienestar no estamos diciendo consumir y producir como máquinas para vender y comprar como único objetivo de nuestras vidas, sino producir y consumir con inteligencia lo necesario, lo que permite y es compatible con que el Planeta siga vivo, que los mononocultivos no destruyan la tierra, la atmósfera y nos dejen sin agua, que la combustión de carburantes no nos mate a base de tóxicos, que los plásticos no acaben con la biosfera en toda sus especies, y que el dinero sea solo un medio para intercambiar, no el rey de la economía. Ni la economía financiera la sustancia de la existencia humana, sino que lo sea la conciencia individual y colectiva, es decir, la ética, la igualdad, la justicia de verdad y no solo de maquillaje.
Pero, claro, ¿está la ciudadanía de Occidente preparada para ser feliz sin gastar dinero como loca y comprar todo lo que le anuncian en la tele y llena los bolsillos de nuestros empresarios? Las calles de nuestras ciudades se ha alfombrado de colillas. Las latas y botellines de cerveza y cocacola campan por las aceras, por los rincones de los parques o los bancos de las plazas¿Quién se forra con ello? Las empresas del tabaco y las de bebidas campechanas y convocadoras de complicidades, tóxicos fatales, que matan al año a más adictos que contagiados de covid-19 y a esos no los cuenta nadie. Si eso nos trae al pairo ¿qué puede importar de verdad una pandemia que campa a sus anchas y que se pasa por el virus los cálculos y pronósticos que la intentan controlar?
Quienes trafican con la salud pública y promueven el consumo de tóxicos que esa "normalidad" hace habituales o que normaliza por el hábito, son empresarios del desguace, y es muy difícil que estén en condiciones de facilitar el cambio urgentísimo de orientación comercial y financiera que nos ha llevado a los andurriales de hoy.
Lo mismo vale para la conciencia de guardería que manifiestan los políticos profesionales, acondicionada a las posibilidades de manipular lo mejor posible la opinión pública para sacar tajada con su partido. Son muy pocos los que no caen en esa trampa "legítima", pero absolutamente amoral y por ello es prácticamente imposible que dejen de ser minoría. Y sin embargo esa minoría consciente es la única que puede visualizar y materializar los remedios y verdaderas vacunas psicosociales de auténtica eficacia.
Para vacunarnos contra la propia autodemolición hay que profundizar en las causas del descalabro, es lo que hacen los laboratorios: descubrir el patógeno lo primero según la sustancia tóxica, y fabricar el remedio en forma de vacuna, que es en sí un principio homeopático: lo igual cura lo igual, porque hace que el organismo produzca su propia inmunidad, que es el mejor sistema de salud: no enfermar.
Pero nuestra sociedad no está por labor, ni ve relación entre lo que hace y lo que le pasa, entre lo que siembra y lo que recoge. Hasta el punto de dar la vuelta a la tortilla y hacer de vacunas más que dudosas, el negocio del siglo. Que es lo que ha hecho que la gente no se quiera vacunar, cuando ha comprobado que es peor el remedio que la enfermedad, en la mayoría de los casos que hemos padecido en los últimos años. Los mayores que se vacunaban contra la gripe de estación, no se pillaban la gripe a lo bestia pero no levantaban cabeza durante todo el invierno con infecciones constantes y consumo atroz de fármacos, que al parecer es lo que mola y llena bolsillos a tutiplén.
Ese mismo proceso es paralelo a la patología financiera y comercial. No la llamo económica ni empresarial porque hay que rescatar la economía y el empresa de ese marasmo indecente en que se han convertido los mercados de todo. De todo. Haciendo del intercambio económico una trata-mercadillo de prostitución en todos loa aspectos.
La empresa sana es una canalización necesaria de trabajo, de iniciativas, de creatividad, de servicio y de cooperación que sirve al bien común, y no una timba de miserables especuladores que se lucran con el abuso y la explotación del prójimo más vulnerable sin recursos.
La política es un servicio público para que la ciudadanía, la politeia, pueda funcionar sanamente, con escucha mutua, igualdad, justicia, equilibrio, fraternidad, acuerdos sanos y empatía, gestionando el plano colectivo y orientando pedagógicamente el plano individual desde una cultura y convivencia capaz de pluralizar la unidad y de unificar la pluralidad para que exista y funcione como sistema el bien común.
No queda otra si queremos superar el hundimiento del viejo Titanic. La orquesta ya no puede seguir tocando. Ahora solo suena el oleaje y los gritos de socorro. Que no nos distraiga el afán inútil de rescatar los instrumentos que se han hundido con los músicos y sus partituras. Hay que nadar y ayudarse hasta llegar a la orilla de la conciencia, una vez a salvo, podremos salir del horror y comenzar en otro plano muy distinto el nuevo camino de otra normalidad mucho más sana y acorde con lo que hemos aprendido y necesitamos de verdad.
Voy a terminar con el fragmento de una canción compuesta por alguien que tuvo que emigrar y decidió no subirse al Titanic español:
Ya entendí lo que no funcionó
ya entendí lo que no quiero repetir.
Ahora toca limpiar y tirar las cosas
que ya no son mías
Y empezar desde cero es un regalo.
Comenzar de nuevo a vivir.
Sin sobrecargas, abriendo bien las alas,
dejándose querer, reaprendiendo a caminar
atreviéndose a mirar en el espejo...
Y acertó de plano.
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