Trabajar para vivir con dignidad, no para fabricar millonarios
- "Hoy,
cuando la crisis sanitaria ha precipitado una nueva crisis económica y
social, deberíamos preguntarnos para qué trabajamos"
- "Todos los indicadores ya avisaban de que nos aproximábamos a una crisis, la covid-19 sólo la precipita y la generaliza"
- "Si
la derecha considera real el riesgo de un cambio sistema, la izquierda
debería considerar seriamente la superación del capitalismo"
Jordi
Escuer es miembro de la Coordinadora de IU de Madrid, Henar Moreno es
diputada autonómica de IU La Rioja, Carlos Sánchez Mato es responsable
de políticas económicas de IU. Los tres pertenecen al colectivo Manifiesto por el Socialismo.
“Hacemos pan, no beneficios”, era el lema de los trabajadores de los molinos de harina en la Irlanda de 1920, en plena revolución. Hoy, cuando la crisis sanitaria ha precipitado una nueva crisis económica y social, deberíamos preguntarnos para qué trabajamos. La respuesta puede ayudarnos a encontrar el camino de salida a esta situación. Si existen necesidades crecientes en sanidad, educación, vivienda, medioambiente, rehabilitación, energías renovables, investigación científica, cuidados, agricultura sostenible y ecológica, etcétera, ¿por qué tantas personas no encuentran un empleo?
No es por falta de riqueza. Desde 2008, se triplicó el número de supermillonarios en España, y su fortuna ha crecido un 16% durante la pandemia[1]. Sólo la fortuna de Amancio Ortega creció casi tres veces más de todo lo que se prevé gastar en el Ingreso Mínimo Vital en un año. Si el sistema en el que vivimos, el capitalismo, no puede garantizar unas condiciones de vida dignas a todo el mundo, pero es muy eficaz enriqueciendo a una minoría, quizás deberíamos reconocer que una cosa es la condición de la otra. Y sacar las conclusiones oportunas.
Ahora se dirá que la crisis es el resultado de la epidemia de coronavirus, pero es una verdad a medias. El año 2018, un total de 12.188.288 personas, que suponen el 26,1 % de la población española estaban en riesgo de pobreza y/o exclusión social y el 5,4% sufría privación material severa. Y no había pandemia.
Todos los indicadores ya avisaban de que nos aproximábamos a una crisis, la covid-19 sólo la precipita y la generaliza. Sus efectos sociales muestran una economía orientada al beneficio a corto plazo que carece de las reservas para hacer frente a esta situación. La precariedad laboral es tan intensa que, ante una dificultad seria como la actual, la mayoría apenas tiene margen para resistir ni siquiera unas semanas. Las colas del hambre son el testimonio más dramático.
En 2008 también se habló de la necesidad de reformar el capitalismo. El Fondo Monetario Internacional empezó a considerar las desigualdades como una amenaza seria y defendió la necesidad de reducirlas. Pero hoy el mundo es más desigual. Como sucede con el cambio climático, aún en el borde del abismo, la locomotora del capital sólo sabe ir hacia adelante.
Ahora no es distinto. Cuando tiemblan los cimientos del capitalismo, las élites únicamente aciertan a poner un paréntesis en el proceso de acumulación del capital. Porque no es otra cosa lo que a nivel de la Unión Europea supone la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Guardan en un cajón las reglas fiscales austericidas pero sin renunciar a ellas en el futuro. Abren la posibilidad para la intervención de los Estados pero únicamente para proporcionar respiración asistida a un sistema que solo funciona extremando la precariedad y la explotación.
No sabíamos cuándo se iba producir una pandemia pero, desde hace años, hay informes sobre su inevitabilidad. Sin embargo, se recortó el gasto en sanidad pública e investigación científica. No sabemos cuántas, pero muchas vidas se habrían salvado de haber seguido las recomendaciones de la OMS y haber reforzado la provisión de equipos de protección y profesionales sanitarios.
Miremos ahora la educación pública. Los sindicatos de docentes ya han avisado de que harán falta 165.191 profesores y 87.543 aulas más en toda España, si se quiere mantener la calidad educativa y las medidas preventivas de salud, pero la Comunidad de Madrid quiere reducir 14.121 plazas el curso que viene. ¡Van en la dirección opuesta! Y no sólo en Madrid.
¿Por qué ese empeño en seguir con una política que conduce al desastre social? Por los mismos motivos de siempre: es muy lucrativo convertir un servicio público en un negocio con un mercado cautivo. Un directivo de Fresenius-Quirónsalud reconocía que su principal fuente de ganancias en España son los contratos con la Sanidad pública.
Por eso la derecha actúa como lo hace. Ya están aprobando, donde gobiernan, normas más favorables para los inversores inmobiliarios. Nos dicen que seamos “friendly”, amistosos, con los grandes inversores, y todo irá bien. En otras palabras, nos están diciendo que dejemos al capital que decida.
Ser “friendly” con los capitalistas no va a resolver los problemas sociales, los va a agravar. Durante la gran burbuja inmobiliaria se hicieron más viviendas aquí que en ningún otro Estado de la Unión Europea, pero vivíamos en un país de “casas sin gente y gente sin casas”. Y así sigue siendo. Quienes las necesitan no pueden pagarlas, y muchos viven con el riesgo de perderlas a la menor dificultad. El problema no es la falta de viviendas, sino convertir una necesidad básica en un negocio privado. Pero en eso consiste el capitalismo.
Una buena sanidad pública, un sistema educativo público bien dotado y que funcione bien, un parque público de viviendas en alquiler del tamaño adecuado para que nadie se quede sin casa, un transporte público más potente, servicios de cuidados públicos acordes con las necesidades… son obstáculos para la inversión, porque impiden el negocio privado. De la misma forma que tener salarios dignos reduce los beneficios, o crear empleo público y establecer una renta básica digna para el que lo necesita, perjudica la rentabilidad porque dificulta la imposición de peores condiciones laborales al conjunto de la clase trabajadora. Y, si no hacemos nada, esta crisis servirá para acrecentar su explotación y el expolio de la naturaleza.
Y aún así, está muy preocupada. Su sistema está fracasando, con cientos de miles de empresas rescatadas con dinero público. Su política en materia sanitaria o de residencias ha mostrado de forma cruel sus desastrosas consecuencias. Temen que la mayoría de la población se les eche encima y les exija responsabilidades. Su frenético ataque al gobierno central intenta desviar la atención y mantener el poder, para evitar cualquier cambio.
Si la derecha considera real el riesgo de un cambio sistema, la izquierda debería considerar seriamente la superación del capitalismo. No es una discusión sólo teórica sino, sobre todo, práctica. Construir un sistema sanitario público excelente es posible, muchos de sus trabajadores y trabajadoras tienen propuestas potentes, fruto de una labor de colectivos muy amplios, pero sufren la estigmatización y el rechazo del sistema y de sus administradores políticos, que quieren ir en la dirección opuesta. Igual que el resto de servicios públicos, desde la educación, a los servicios sociales o al transporte público...
También los trabajadores y trabajadoras de las empresas privadas, enfrentados a cierres o reducciones de plantilla y a nuevos retrocesos en sus condiciones de trabajo, necesitan una alternativa global. Esas luchas no se pueden ganar sólo peleando empresa a empresa. La plantilla de Nissan no puede ganar sola. Se equivocarán los dirigentes sindicales de otras factorías y empresas si se agarran al “menos mal, a nosotros no nos ha tocado”. Todo el sector necesita una alternativa común. El automóvil va a ir a menos y la única solución es crear empleo digno en otros sectores, algunos de ellos nuevos.
En cualquier caso, el capitalismo aborda los retos desde una visión miope. No reconocer la existencia de límites físicos y fiar al “dios” mercado la asignación de recursos genera graves problemas que se manifiestan de manera especialmente cruda cuando se afrontan emergencias sanitarias globales como la actual o efectos planetarios como los derivados del cambio climático. Por eso, una forma de dejar desnuda su aparente eficiencia, es hacer visible que el crecimiento ilimitado es imposible y que el proceso de acumulación se asienta en factores tan injustos como la explotación de las mujeres y, en general, de las personas más vulnerables.
El Estado no es un ente neutral, sino que está íntimamente vinculado a la gran empresa. Nacionalizar es imprescindible, pero no basta. El corazón de la economía deber ser público, empezando por la banca. Pero, un sector automovilístico público no es más viable que uno privado. Ya no se puede seguir produciendo y creciendo como antes. Lo que implica la intervención pública es la posibilidad de darle la voz a la clase trabajadora, y a la inmensa mayoría de la sociedad, en decidir qué queremos hacer con la economía, a empezar un proceso de cambio sin dejar a nadie atrás, y ponerla al servicio de las necesidades de las personas, de forma compatible con los límites físicos del planeta.
Tras la experiencia de la Unión Soviética, sabemos que el riesgo de burocratización es real. Por eso la forma de producir tiene que cambiar. La economía tiene que adaptarse a una escala humana, que permita su control democrático. Hoy tenemos los conocimientos y los medios técnicos que posibilitarían una administración democrática de la economía. Podemos hacer pan, sin necesidad de producir beneficios privados. Y, además, tenemos la necesidad de hacerlo.
Todas estas ideas las exponemos y desarrollamos en un documento más extenso, que os animamos a leer. Los autores somos militantes de IU, pero no buscamos adhesiones a una organización en particular, sino abrir un debate. Las fuerzas de izquierda, los sindicatos de clase, los trabajadores y trabajadoras del sector público y privado, los colectivos ecologistas, feministas, de inmigrantes, de pensionistas, parados, las asociaciones vecinales, etcétera, debemos unir nuestras fuerzas. Nuestras luchas son diferentes partes de una misma pelea.
El gobierno PSOE-UP no debe ceder a las presiones de la derecha y de la patronal. No hay que rescatar al sistema, sino a las personas. Enfrentarse a la derecha, le exigirá apoyarse en la clase trabajadora. Tendrá que elegir entre la política de Nadia Calviño o derogar la reforma laboral y profundizar en políticas de izquierdas.
Pero, a Dios rogando y con el mazo dando, la clase trabajadora no debe esperar que nadie la rescate. Debemos esforzarnos en vincular cada lucha concreta con un programa común y una acción coordinada. Debemos construir una alternativa concreta desde cada empresa y cada barrio, desde la misma base de la sociedad. Hace falta que cada vez más personas se organicen y se impliquen si queremos salir adelante. No es un camino fácil, pero es la única alternativa realmente viable. Como rezaba aquella pintada en los albores de este siglo: “Otro capitalismo es imposible”. Entonces decíamos “Otro mundo es posible”. Ahora es urgente transformarlo, se trata de tirar del freno de emergencia de la revolución, como escribió Walter Benjamin, antes de que nos despeñemos persiguiendo, cada vez más rápido, la quimera del capital.
“Hacemos pan, no beneficios”, era el lema de los trabajadores de los molinos de harina en la Irlanda de 1920, en plena revolución. Hoy, cuando la crisis sanitaria ha precipitado una nueva crisis económica y social, deberíamos preguntarnos para qué trabajamos. La respuesta puede ayudarnos a encontrar el camino de salida a esta situación. Si existen necesidades crecientes en sanidad, educación, vivienda, medioambiente, rehabilitación, energías renovables, investigación científica, cuidados, agricultura sostenible y ecológica, etcétera, ¿por qué tantas personas no encuentran un empleo?
No es por falta de riqueza. Desde 2008, se triplicó el número de supermillonarios en España, y su fortuna ha crecido un 16% durante la pandemia[1]. Sólo la fortuna de Amancio Ortega creció casi tres veces más de todo lo que se prevé gastar en el Ingreso Mínimo Vital en un año. Si el sistema en el que vivimos, el capitalismo, no puede garantizar unas condiciones de vida dignas a todo el mundo, pero es muy eficaz enriqueciendo a una minoría, quizás deberíamos reconocer que una cosa es la condición de la otra. Y sacar las conclusiones oportunas.
Ahora se dirá que la crisis es el resultado de la epidemia de coronavirus, pero es una verdad a medias. El año 2018, un total de 12.188.288 personas, que suponen el 26,1 % de la población española estaban en riesgo de pobreza y/o exclusión social y el 5,4% sufría privación material severa. Y no había pandemia.
Todos los indicadores ya avisaban de que nos aproximábamos a una crisis, la covid-19 sólo la precipita y la generaliza. Sus efectos sociales muestran una economía orientada al beneficio a corto plazo que carece de las reservas para hacer frente a esta situación. La precariedad laboral es tan intensa que, ante una dificultad seria como la actual, la mayoría apenas tiene margen para resistir ni siquiera unas semanas. Las colas del hambre son el testimonio más dramático.
Los buenos deseos no nos sacarán de ésta
Ante esta situación, caben distintas actitudes. Una es recurrir a los buenos deseos, una suerte de pensamiento mágico: “La situación es tan grave que quienes tienen el poder económico y político tendrán que cambiar, no van a dejar que esto vuelva a pasar”. Es una postura muy extendida, que suele expresarse en un afán de persuadir a los capitalistas de que es más inteligente, incluso económicamente, subir los salarios o el gasto social. Otra de sus expresiones es la defensa a ultranza del diálogo social, es decir, que podemos acordar los cambios sociales necesarios con los capitalistas, con la patronal.En 2008 también se habló de la necesidad de reformar el capitalismo. El Fondo Monetario Internacional empezó a considerar las desigualdades como una amenaza seria y defendió la necesidad de reducirlas. Pero hoy el mundo es más desigual. Como sucede con el cambio climático, aún en el borde del abismo, la locomotora del capital sólo sabe ir hacia adelante.
Ahora no es distinto. Cuando tiemblan los cimientos del capitalismo, las élites únicamente aciertan a poner un paréntesis en el proceso de acumulación del capital. Porque no es otra cosa lo que a nivel de la Unión Europea supone la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Guardan en un cajón las reglas fiscales austericidas pero sin renunciar a ellas en el futuro. Abren la posibilidad para la intervención de los Estados pero únicamente para proporcionar respiración asistida a un sistema que solo funciona extremando la precariedad y la explotación.
No sabíamos cuándo se iba producir una pandemia pero, desde hace años, hay informes sobre su inevitabilidad. Sin embargo, se recortó el gasto en sanidad pública e investigación científica. No sabemos cuántas, pero muchas vidas se habrían salvado de haber seguido las recomendaciones de la OMS y haber reforzado la provisión de equipos de protección y profesionales sanitarios.
El ejemplo de Madrid
Pero ¿qué están haciendo gobiernos como el de la Comunidad de Madrid? Sigue adelante con sus planes de transferencia de recursos públicos a la sanidad privada, no contrata personal suficiente y mantiene una precariedad laboral escandalosa. ¿Cómo afrontaremos el nuevo rebrote cuando se produzca? ¿Cómo atenderemos al resto de patologías? ¿Cómo daremos un respiro al personal que se ha dejado la piel en esta primera fase de la epidemia?Miremos ahora la educación pública. Los sindicatos de docentes ya han avisado de que harán falta 165.191 profesores y 87.543 aulas más en toda España, si se quiere mantener la calidad educativa y las medidas preventivas de salud, pero la Comunidad de Madrid quiere reducir 14.121 plazas el curso que viene. ¡Van en la dirección opuesta! Y no sólo en Madrid.
¿Por qué ese empeño en seguir con una política que conduce al desastre social? Por los mismos motivos de siempre: es muy lucrativo convertir un servicio público en un negocio con un mercado cautivo. Un directivo de Fresenius-Quirónsalud reconocía que su principal fuente de ganancias en España son los contratos con la Sanidad pública.
¡Es el capitalismo!
Su actuación no responde sólo, ni fundamentalmente, a criterios ideológicos. El motor que mueve la economía en una sociedad capitalista es el beneficio privado. A pesar de la evidencia de lo desastroso que es la política del “máximo beneficio para el accionista” en el terreno social, sanitario o ecológico… el sistema no puede escapar a esa dinámica. No puede funcionar de otra manera.Por eso la derecha actúa como lo hace. Ya están aprobando, donde gobiernan, normas más favorables para los inversores inmobiliarios. Nos dicen que seamos “friendly”, amistosos, con los grandes inversores, y todo irá bien. En otras palabras, nos están diciendo que dejemos al capital que decida.
Ser “friendly” con los capitalistas no va a resolver los problemas sociales, los va a agravar. Durante la gran burbuja inmobiliaria se hicieron más viviendas aquí que en ningún otro Estado de la Unión Europea, pero vivíamos en un país de “casas sin gente y gente sin casas”. Y así sigue siendo. Quienes las necesitan no pueden pagarlas, y muchos viven con el riesgo de perderlas a la menor dificultad. El problema no es la falta de viviendas, sino convertir una necesidad básica en un negocio privado. Pero en eso consiste el capitalismo.
Una buena sanidad pública, un sistema educativo público bien dotado y que funcione bien, un parque público de viviendas en alquiler del tamaño adecuado para que nadie se quede sin casa, un transporte público más potente, servicios de cuidados públicos acordes con las necesidades… son obstáculos para la inversión, porque impiden el negocio privado. De la misma forma que tener salarios dignos reduce los beneficios, o crear empleo público y establecer una renta básica digna para el que lo necesita, perjudica la rentabilidad porque dificulta la imposición de peores condiciones laborales al conjunto de la clase trabajadora. Y, si no hacemos nada, esta crisis servirá para acrecentar su explotación y el expolio de la naturaleza.
La derecha teme un cambio de sistema
No tiene ningún sentido gastar nuestra energías en arreglar el capitalismo, sino que debemos vincular cada lucha por las necesidades más inmediatas a una propuesta de cambio social. La mayor fortaleza de la derecha, hoy por hoy, reside en la falta de una alternativa global de sociedad por parte de la izquierda.Y aún así, está muy preocupada. Su sistema está fracasando, con cientos de miles de empresas rescatadas con dinero público. Su política en materia sanitaria o de residencias ha mostrado de forma cruel sus desastrosas consecuencias. Temen que la mayoría de la población se les eche encima y les exija responsabilidades. Su frenético ataque al gobierno central intenta desviar la atención y mantener el poder, para evitar cualquier cambio.
Si la derecha considera real el riesgo de un cambio sistema, la izquierda debería considerar seriamente la superación del capitalismo. No es una discusión sólo teórica sino, sobre todo, práctica. Construir un sistema sanitario público excelente es posible, muchos de sus trabajadores y trabajadoras tienen propuestas potentes, fruto de una labor de colectivos muy amplios, pero sufren la estigmatización y el rechazo del sistema y de sus administradores políticos, que quieren ir en la dirección opuesta. Igual que el resto de servicios públicos, desde la educación, a los servicios sociales o al transporte público...
También los trabajadores y trabajadoras de las empresas privadas, enfrentados a cierres o reducciones de plantilla y a nuevos retrocesos en sus condiciones de trabajo, necesitan una alternativa global. Esas luchas no se pueden ganar sólo peleando empresa a empresa. La plantilla de Nissan no puede ganar sola. Se equivocarán los dirigentes sindicales de otras factorías y empresas si se agarran al “menos mal, a nosotros no nos ha tocado”. Todo el sector necesita una alternativa común. El automóvil va a ir a menos y la única solución es crear empleo digno en otros sectores, algunos de ellos nuevos.
En cualquier caso, el capitalismo aborda los retos desde una visión miope. No reconocer la existencia de límites físicos y fiar al “dios” mercado la asignación de recursos genera graves problemas que se manifiestan de manera especialmente cruda cuando se afrontan emergencias sanitarias globales como la actual o efectos planetarios como los derivados del cambio climático. Por eso, una forma de dejar desnuda su aparente eficiencia, es hacer visible que el crecimiento ilimitado es imposible y que el proceso de acumulación se asienta en factores tan injustos como la explotación de las mujeres y, en general, de las personas más vulnerables.
La intervención pública no basta
La intervención pública es necesaria, pero no implica por sí misma un cambio social. El Gobierno PSOE-UP ya está preparando la prórroga de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTEs) hasta septiembre y, en algunos sectores, se prolongarán hasta final de año. Sin embargo, el rescate público está concebido como algo temporal, un balón de oxígeno para los empresarios. Si no le damos otro contenido, se va a volver a socializar pérdidas para después privatizar beneficios. Y la clase trabajadora volverá a pagar las deudas.El Estado no es un ente neutral, sino que está íntimamente vinculado a la gran empresa. Nacionalizar es imprescindible, pero no basta. El corazón de la economía deber ser público, empezando por la banca. Pero, un sector automovilístico público no es más viable que uno privado. Ya no se puede seguir produciendo y creciendo como antes. Lo que implica la intervención pública es la posibilidad de darle la voz a la clase trabajadora, y a la inmensa mayoría de la sociedad, en decidir qué queremos hacer con la economía, a empezar un proceso de cambio sin dejar a nadie atrás, y ponerla al servicio de las necesidades de las personas, de forma compatible con los límites físicos del planeta.
Tras la experiencia de la Unión Soviética, sabemos que el riesgo de burocratización es real. Por eso la forma de producir tiene que cambiar. La economía tiene que adaptarse a una escala humana, que permita su control democrático. Hoy tenemos los conocimientos y los medios técnicos que posibilitarían una administración democrática de la economía. Podemos hacer pan, sin necesidad de producir beneficios privados. Y, además, tenemos la necesidad de hacerlo.
Todas estas ideas las exponemos y desarrollamos en un documento más extenso, que os animamos a leer. Los autores somos militantes de IU, pero no buscamos adhesiones a una organización en particular, sino abrir un debate. Las fuerzas de izquierda, los sindicatos de clase, los trabajadores y trabajadoras del sector público y privado, los colectivos ecologistas, feministas, de inmigrantes, de pensionistas, parados, las asociaciones vecinales, etcétera, debemos unir nuestras fuerzas. Nuestras luchas son diferentes partes de una misma pelea.
El gobierno PSOE-UP no debe ceder a las presiones de la derecha y de la patronal. No hay que rescatar al sistema, sino a las personas. Enfrentarse a la derecha, le exigirá apoyarse en la clase trabajadora. Tendrá que elegir entre la política de Nadia Calviño o derogar la reforma laboral y profundizar en políticas de izquierdas.
Pero, a Dios rogando y con el mazo dando, la clase trabajadora no debe esperar que nadie la rescate. Debemos esforzarnos en vincular cada lucha concreta con un programa común y una acción coordinada. Debemos construir una alternativa concreta desde cada empresa y cada barrio, desde la misma base de la sociedad. Hace falta que cada vez más personas se organicen y se impliquen si queremos salir adelante. No es un camino fácil, pero es la única alternativa realmente viable. Como rezaba aquella pintada en los albores de este siglo: “Otro capitalismo es imposible”. Entonces decíamos “Otro mundo es posible”. Ahora es urgente transformarlo, se trata de tirar del freno de emergencia de la revolución, como escribió Walter Benjamin, antes de que nos despeñemos persiguiendo, cada vez más rápido, la quimera del capital.
[1] La fortuna de los 23 españoles más ricos crece un 16% desde el 18 de marzo.
Forbes publica la evolución de la riqueza de los multimillonarios desde el 18 de marzo, mostrando cómo su riqueza en acciones se ha ido recuperando pese a la gravedad de la crisis del coronavirus.
Amancio Ortega es 8.651 millones más rico, mientras que el patrimonio bursátil del presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, mejora un 40%; el de Florentino Pérez, un 41,6%, y el de Miguel Fluxà Rosselló, dueño de Iberostar, un 50%. Los porcentajes son similares a los de los megarricos de EEUU: Mark Zuckerberg prospera un 46,2%; Jeff Bezos, un 30,6%,y Elon Musk, un 48%.
La mejor ilustración sobre el capitalismo es El Señor de los Anillos y su mejor representante el Gollum. Ay, ese Tolkien, qué ojo!
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