domingo, 28 de junio de 2020

Gracias, Elisa, por tus reflexiones que dan tanto que pensar. A continuación de tu post he dejado los comentarios. ¡Feliz domingo, hermana!


"Debemos planificar a cinco años vista, a veinte años y a cien años"
Sir MacFarlane Burnett



No me sucede a menudo, pero me he encontrado ante el vacío a la hora de escribirles hoy. Miro y miro alrededor y no veo tema ni debate que se esté desarrollando ahora mismo que tenga un interés real o del que no les haya hablado ya. Indudablemente eso debe ser achacado a mi incapacidad para ponderar bien la relevancia de los últimos enfrentamientos inaplazables: ¿Acabar con los Conguitos es acabar con el racismo o es necesario borrar ademas la palabra blanqueador de la pasta de dientes y las cremas? ¿Hubo pedrada o la fingieron? ¿Orgullo y Guardia Civil? ¿Pueden legislar los jueces sobre banderas si luego los vecinos les inundan con ellas?
Cuando las cosas pintan así, y siguiendo el famoso consejo de Madame de Lambert, "Hijo mío, no hagas nada estúpido, salvo que te divierta", no voy a hablarles de cosas sin sustancia que me aburren profundamente sino de cosas que me agradan y que además poseen una transcendencia que resulta muy adecuada para los tiempos inciertos que vivimos. Ha caído entre mis manos, y ha sido pertinentemente devorada, una distopía escrita por George Turner en 1986, que le llevó a imaginar cómo sería el mundo más de medio siglo después. El resultado es una inquietante sociedad en la que el calentamiento de la tierra ha provocado el deshielo de los polos y la subida de los mares pero en la que además el sistema financiero y económico capitalista se ha venido abajo debido a la falta de compradores para sus productos. El 90% de la población ha sido desplazada del trabajo por la robotización y solo sobrevive gracias a una renta mínima universal. Los estados han quebrado por pagarla.
Lo más aterrador de esta distopía, que nos lleva a un periodo comprendido entre 2044 y 2063, es que no produce la sensación de ciencia-ficción sino de una lectura a mitad del camino, sin haber llegado aún a ese mundo de sufras e infras que aguardan la llegada de la siguiente glaciación. Turner le añade en la parte final un virus que no da síntomas del que no voy a contarles para no hacer spoiler. Un estado corrupto, el sentido y la dignidad que puede cobrar la vida incluso en las condiciones más infames y la capacidad de cooperación y de esperanza humanas constituyen parte de ese universo en el que, según el autor, "solo le presto atención a las cosas que necesitan ser pensadas con urgencia".
En realidad lo que más me ha llamado la atención del relato es la explicación que los propios humanos que sufren tal distopía dan al hecho de que los que les antecedieron, o sea nosotros, no fueran capaces de evitar lo que sucedió "a pesar de estar avisados". La respuesta es demoledora por lo simple y lo real: porque nunca pensaron que les sucedería a ellos. Es la misma plegaria y la misma solución que los habitantes de ese futuro siniestro elevan ante la convicción de que una gran glaciación va a ser el siguiente paso: "No en nuestro tiempo, no a nosotros".
Ese es el canto final de la realidad humana. Nunca nos sirve alcanzar el conocimiento necesario para adelantar los desastres que nos abatirán porque nunca somos capaces de enfrentar los sacrificios que nos traería evitarlos. Por eso preferimos pensar que eso pasará, es cierto, pero no a nosotros. El futuro de los que están por venir no sirve como fuerza para evitar que hagamos lo que nos gusta y nos distrae, por muy estúpido que resulte. Un ejemplo: en marzo de 2018, la OMS alertó sobre la Enfermedad X. "Aunque parezca extraño añadir una X, queremos estar preparados y tener vacunas y diagnósticos ante una eventualidad de este tipo. La historia nos dice que la próxima gran epidemia será algo que nunca antes hemos visto", explicó a quien quisiera oírle John-Arne Rottingen, director y consejero científico de la OMS. Todo el planeta se encogió de hombros a la vez: no a nosotros, no en nuestro tiempo. No les reviento nada, todos conocemos el final de esa historia.
Ustedes saben como yo que eso es lo que realmente nos condena como especie. En el mundo actual ningún país del mundo es capaz de hacer lo único que lo evitaría: planificar a 5, a 20, a 100 años vista, como propone Burnett. Los gobiernos del mundo, todos, incluidos los de las organizaciones supraestatales, se afanan por preservar y continuar en el poder y el resto de los actores políticos por alcanzarlo. Los ciudadanos, por vivir el momento. Planificar a 5 años vista ya no mueve a los electores, no digamos pues a un plazo mayor.
Turner está tan seguro como todos nosotros de que en el curso de las próximas generaciones van a producirse cambios para los que no estamos ni estaremos preparados. Desgraciadamente no tengo que darles pruebas, puede que las lleven tapando su boca y su nariz ahora mismo. El libro de Turner habla sobre el coste de la autocomplacencia. Todo ser humano sensato debería sentarse a pensar sobre ello.
Ese es el motivo por el que no lograba concentrarme en ninguna de las píldoras de entretenida estupidez que nos habían lanzado estos días, pero no me hagan mucho caso porque, a fin de cuentas, como le dijo Chesterton a una admiradora: "Madame, yo no sé nada: yo soy periodista".

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Mucho me temo que no se trate de olvidarnos del futuro, querida Elisa, sino de que realmente lo hemos pulverizado. Desde ahora, no es posible concebir ningún futuro de recambio. 

Ha llegado ese tiempo de presente continuo como única posibilidad para existir ( lo de Ser, en este plan,queda tan lejos y perdido como el futuro,al menos de momento) Un presente de urgencias extremas no da para futuro alguno, requiere toda la atención concreta, intensa y lo más eficaz posible. Este horno ya no da para bollos, solo puede cocer a duras penas el pan de cada día. Y aun así a millones de hermanos nuestros no les llega ese pan. 

¿Cómo pensar en el futuro si no se sabe o no se quiere saber qué hacer con el presente? En realidad pensar en el futuro ha venido siendo desde siempre un tanteo en el que han contado mucho más las ilusiones y los intereses especuladores que los planes inteligentes de desarrollo humano y decrecimiento de lo desalmado. Para quienes creen en la reencarnación tiene todo el sentido lo que está pasando. Nadie es inocente, según esa filosofía y todos somos copartícipes temporales y consecuencia de nuestra propia debacle anterior. Tiene bastante lógica viendo el panorama. No hace falta ni siquiera morirse y reencarnar para ser devastadores: ya se puede conseguir en la misma existencia. Estos días estando como está el patio se aprecia una avalancha de desmadre total en la calle: las colillas se han convertido en la moqueta del pavimento. Las terrazas de los bares en un foco de contagio total y nadie parece preocuparse, ni relacionar los rebrotes de la pandemia con el percal ad hoc. 

¿Cómo planificar algo real para cinco, diez o quince años en semejante dislate? La planificación que arregle las cosas pasa por un control estatal e individual de los vicios, porque el tabaco, el alcohol, los animales como alimento "normal", las drogas y bastantes medicamentos letales y destructores de defensas, se dejen de producir y de consumir, lo mismo que las empresas que dependen del petróleo deben dejar de ser subvencionadas por el estado que sí debería volcarse en estimular invirtiendo en las energías renovables y limpias. Lo mismo que se debería ayudar a las empresas que reciclan materiales sostenibles, como vidrio, papel, cartón, textiles, madera, y prohibir el plástico de una vez. 

Otra medida imprescindible es reconvertir la idea de que el turismo masivo es una fuente de riqueza y no de destrucción medioambiental y humana, como lo es en realidad. También recuperar la capacidad de una producción autóctona e independiente de la red mundial depredadora y explotadora masiva de trabajadores, que mata a unos por el abuso y deja a otros sin capacidad de abastecimiento, porque sale más barato explotar esclavos chinos y precarios europeos, que usar la lógica del bien común en ambos continentes. 

Otra medida urgente es eliminar los monocultivos y sustituirlos por los cultivos locales y ecológicos, eliminando al mismo tiempo la contaminación atmosférica del transporte a grandes distancias, como las sustancias tóxicas de los abonos e insecticidas,que matan agricultores como planeta y especies necesarias. 

La rehabilitación del parque inmobiliario en vez derribar y construir constantemente viviendas nuevas, más urbanizaciones pijas con piscina individuales (como si el agua nos sobrase) para especular que, además, degradan el medio ambiente y las zonas naturales que son patrimonio de la salud planetaria y humana, para cuya expansión se queman bosques y se desertiza el país entero . 

Para emprender estas tareas no hay que soñar con ningún futuro ni posponerlas sine die, son emergencias del presente y pueden realizarse ya. ¿Acaso no se ponen de acuerdo para bombardear lo que molesta, para crear mafias que maten refugiados o para arruinar estados a base de la degradación y la estafa que han dado en llamar "austeridad"? La verdadera austeridad es una virtud estupenda que nos salva de la locura del despilfarro inútil, pero este mejunje nunca ha sido austero, sino miserable, porque crear riqueza para cuatro gatos a costa de la ruina para millones de personas es miseria descarada. También es muy curioso que para lo más nocivo y violento se pongan de acuerdo con tanta facilidad como premura.

Todo ese descerebrado y siniestro plan de destrucción masiva ya no se puede mantener. Ha tocado fondo como el Titanic. No tiene futuro alguno. Ni su emergencia gravísima admite olvido presente. La prensa tiene un verdadero reto a la hora de mover el mundo y de favorecer o destrozar el cambio imprescindible. Las cosas vacías producen vacío. Las estúpidas, estupidez. Los argumentos y propuestas imprescindibles del rescate planetario es lo que tiene que llenar desde ahora las páginas, las redes, para movilizar la energía inteligente y constructiva de toda la humanidad, sin excepciones ni visceralidades locas y especulaciones indecentes con el dolor, la rapiña y la pobreza que se han cultivado y considerado desde siempre como "normalidad". 

No es que se haya olvidado el futuro, es que si esto no lo cambiamos ahora, no hay ni habrá ningún futuro que olvidar ni presente en el que vivir si olvidamos nuestra esencia bio/natura/dependiente. Y como eje imprescindible: la consciencia bien despierta y los egos en el contenedor del reciclaje antropológico.

O se cambia o se peta. Y cuanto antes se cambie más posibilidad hay de que salga bien aunque se haya hecho tan tarde. No queda otra. El tiempo no perdona ni queriendo tanto error convertido en sistema. Y con conocimiento de causa para más inri. Más de medio siglo de avisos constantes son muchos años en plan procastinador e irresponsable. Gandhi  y Lanza del Vasto lo advirtieron y los hippies lo intentaron poner en marcha años después. Nadie les tomó en serio, hasta ellos mismos acabaron en pura chirigota intranscendente y de colocón.  Las comunidades del Arca lo mantienen como pueden. ¿Serán ellas las únicas supervivientes en caso de que el aire podrido del Planeta no se transforme en letal matadefensas que nos deja totalmente en manos de virus, bacterias y gérmenes que es lo que parece estar pasando? 

No es "el bicho", no, es una sociedad de bichos depredadores, narcisistas y bastante idiotas que enredados en sus menudencias y cotilleos se van por el desagüe, muriendo sin haber nacido de verdad, sin coscarse siquiera de quienes son y para qué vinieron a este plano de la existencia. Es lo que hay, pero hasta eso puede cambiar si se despierta por dentro suficiente masa crítica y las potencias humanas de verdad se remangan y comprenden que somos lo que hacemos, pensamos y decretamos por la palabra y la idea autoconsciente, no el dogma inoculado y manipulador que solo nos convierte en robots teledirigidos de obsolescencia programada por el cebo del consumismo sistémico ciego y terminator.














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