El olvido del futuro
"Debemos planificar a cinco años vista, a veinte años y a cien años"
Sir MacFarlane Burnett
No me sucede a menudo, pero me he encontrado ante el
vacío a la hora de escribirles hoy. Miro y miro alrededor y no veo tema
ni debate que se esté desarrollando ahora mismo que tenga un interés
real o del que no les haya hablado ya. Indudablemente eso debe ser
achacado a mi incapacidad para ponderar bien la relevancia de los
últimos enfrentamientos inaplazables: ¿Acabar con los Conguitos es
acabar con el racismo o es necesario borrar ademas la palabra
blanqueador de la pasta de dientes y las cremas? ¿Hubo pedrada o la
fingieron? ¿Orgullo y Guardia Civil? ¿Pueden legislar los jueces sobre
banderas si luego los vecinos les inundan con ellas?
Cuando
las cosas pintan así, y siguiendo el famoso consejo de Madame de
Lambert, "Hijo mío, no hagas nada estúpido, salvo que te divierta", no
voy a hablarles de cosas sin sustancia que me aburren profundamente sino
de cosas que me agradan y que además poseen una transcendencia que
resulta muy adecuada para los tiempos inciertos que vivimos. Ha caído
entre mis manos, y ha sido pertinentemente devorada, una distopía
escrita por George Turner en 1986, que le llevó a imaginar cómo sería el
mundo más de medio siglo después. El resultado es una inquietante
sociedad en la que el calentamiento de la tierra ha provocado el
deshielo de los polos y la subida de los mares pero en la que además el
sistema financiero y económico capitalista se ha venido abajo debido a
la falta de compradores para sus productos. El 90% de la población ha
sido desplazada del trabajo por la robotización y solo sobrevive gracias
a una renta mínima universal. Los estados han quebrado por pagarla.
Lo
más aterrador de esta distopía, que nos lleva a un periodo comprendido
entre 2044 y 2063, es que no produce la sensación de ciencia-ficción
sino de una lectura a mitad del camino, sin haber llegado aún a ese
mundo de sufras e infras que aguardan la llegada de la siguiente
glaciación. Turner le añade en la parte final un virus que no da
síntomas del que no voy a contarles para no hacer spoiler. Un estado
corrupto, el sentido y la dignidad que puede cobrar la vida incluso en
las condiciones más infames y la capacidad de cooperación y de esperanza
humanas constituyen parte de ese universo en el que, según el autor,
"solo le presto atención a las cosas que necesitan ser pensadas con
urgencia".
En realidad lo que más me ha llamado la
atención del relato es la explicación que los propios humanos que sufren
tal distopía dan al hecho de que los que les antecedieron, o sea
nosotros, no fueran capaces de evitar lo que sucedió "a pesar de estar
avisados". La respuesta es demoledora por lo simple y lo real: porque
nunca pensaron que les sucedería a ellos. Es la misma plegaria y la
misma solución que los habitantes de ese futuro siniestro elevan ante la
convicción de que una gran glaciación va a ser el siguiente paso: "No
en nuestro tiempo, no a nosotros".
Ese es el canto
final de la realidad humana. Nunca nos sirve alcanzar el conocimiento
necesario para adelantar los desastres que nos abatirán porque nunca
somos capaces de enfrentar los sacrificios que nos traería evitarlos.
Por eso preferimos pensar que eso pasará, es cierto, pero no a nosotros.
El futuro de los que están por venir no sirve como fuerza para evitar
que hagamos lo que nos gusta y nos distrae, por muy estúpido que
resulte. Un ejemplo: en marzo de 2018, la OMS alertó sobre la Enfermedad
X. "Aunque parezca extraño añadir una X, queremos estar preparados y
tener vacunas y diagnósticos ante una eventualidad de este tipo. La
historia nos dice que la próxima gran epidemia será algo que nunca antes
hemos visto", explicó a quien quisiera oírle John-Arne Rottingen,
director y consejero científico de la OMS. Todo el planeta se encogió de
hombros a la vez: no a nosotros, no en nuestro tiempo. No les reviento
nada, todos conocemos el final de esa historia.
Ustedes
saben como yo que eso es lo que realmente nos condena como especie. En
el mundo actual ningún país del mundo es capaz de hacer lo único que lo
evitaría: planificar a 5, a 20, a 100 años vista, como propone Burnett.
Los gobiernos del mundo, todos, incluidos los de las organizaciones
supraestatales, se afanan por preservar y continuar en el poder y el
resto de los actores políticos por alcanzarlo. Los ciudadanos, por vivir
el momento. Planificar a 5 años vista ya no mueve a los electores, no
digamos pues a un plazo mayor.
Turner está tan seguro
como todos nosotros de que en el curso de las próximas generaciones van a
producirse cambios para los que no estamos ni estaremos preparados.
Desgraciadamente no tengo que darles pruebas, puede que las lleven
tapando su boca y su nariz ahora mismo. El libro de Turner habla sobre
el coste de la autocomplacencia. Todo ser humano sensato debería
sentarse a pensar sobre ello.
Ese es el motivo por el
que no lograba concentrarme en ninguna de las píldoras de entretenida
estupidez que nos habían lanzado estos días, pero no me hagan mucho caso
porque, a fin de cuentas, como le dijo Chesterton a una admiradora:
"Madame, yo no sé nada: yo soy periodista".
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