Hay 'nuevas normalidades' que recuerdan más bien los viejos eufemismos maquillados, y que resuenan a cortes diezyochescas más que a realidades del siglo XXI. Pero si es lo que hay, no queda otra que asumirlo y ver cómo se gestiona el panorama con los menores estropicios y la mayor cordura posible. Tomar conciencia de la realidad para rebozarla y freirla con normalidad de croqueta se ve que a ciertos niveles del ppoderío es mucho más difícil que poner una pica en Flandes, sobre todo cuando los comensales, una vez servidas las croquetas, se enfurecen y gritan, diciendo que ellos no querían croquetas, sin0 empanadillas, de Móstoles, claro, y por supuesto, la culpa del error no fue que ellos dijesen croquetas en lugar de las empanadillas, sino camarero distraído, pastoso o en peor de los casos terrorista gastronómico, que apuntó mal aposta el pedido del menú. Ya se sabe que el cliente siempre tiene razón, y si no la tiene da igual, se le da y ya está. Solo que esta vez, no se trata de un restaurante ni de un bareto, sino del parlamento de un estado, supuestamente de derecho y democracia. En fin...Es deprimente que a semejante destarifo le tengamos que llamar educadamente institución y poder legislativo de un estado serio y normalito. ¿Podrá encajar la nueva normalidad en esa "normalidad sui generis"? Mataviejos, protegecorruptos, destrozavidas, inventabulos, vendepatrias al mejor postor y arruianestados a golpe de comisiones, zancadillas, shobresh, cloacas, calumnias y corrompe-togas, coronas, altares, prensa facilona y todo lo que se ponga por delante, a tutiplén.
Releyendo a Cervantes flipo en lo poquísimo que se diferencia el caldo de cultivo español "enterao" del siglo XVI, del que ahora se exhibe en el siglo XXI. Alonso Quijano y Sancho Panza siguen en vigor y de plena actualidad, como el barbero, el cura y demás comparsas, incluida Aldonza Lorenzo, transmutada en Dulcinea por la fantasía del mago destarifado, que veía gigantes en vez de molinos. Así se percibe cada sesión parlamentaria cuando pones el canal 24Horas y te asaltan las mismas escenas día tras día y te preguntas incansablemente si algo así acabará bien, o sea, como obra cumbre de la imaginación creativa de un genio, o tal vez hundido en el pantano de la tristeza, como Artax, el caballo de Atreiu en La historia interminable de Michael Ende.
El problema más grave que tenemos encima no es solo la hecatombe sanitaria, laboral, empresarial,económica y social urbi et orbe, con la espada de Damocles de la pandemialización del Planeta balanceándose sobre la población global, es que para más inri, hay unas clases dirigentes absolutamente ineptas para gestionar el cotarro que su mismo modus vivendi ha perpetrado e impuesto a los pueblos del Planeta, pretendiendo vender el capitalismo devastador como mágico Bálsamo de Fierabrás curalotodo, mientras se carga sin miramientos ni la más mínima piedad, -que sí tiene con sus mascotas, por ejemplo- a la clientela que hace cola para acceder al producto omnipotente y al mismo tiempo devastador de los mismos que lo adoran y lo hacen posible. Si esa dinámica matarile se puede llamar "nueva normalidad" sin escandalizar a nadie, ya cualquier cosa puede suceder.
Un nuevo peldaño en el descenso a nuestro finiquito como especie es la goebbesliana manipulación eufemística del lenguaje, como por ejemplo llamar normalidad a la aceptación de lo anormal y de lo deplorable, como costumbre. Convertir en norma aquello que nos machaca es un modo muy capitalista y muy dictatorial de eliminar el "peligro" del cambio a mejor. Es la misma trama destroyer de las adicciones. ¿A quién le gusta el tabaco, el alcohol, el café bien cargado, la glucosa, las drogas o las medicinas que colocan, el primer día que las prueba? A nadie. Producen sensaciones desagradables, tos, irritación de las mucosas, mal sabor de boca y picor en los ojos, molestias gástricas...pero resulta que se está rodeado de personas que no paran de fumar, de medicarse, de encafetarse, de atiborrarse de sustancias "milagrosas" y medicamentos curalotodo, de dulces o de usar el móvil horas y horas que hasta se le roban al sueño, y ya ni saben irse a la cama sin estar bajo el imperio controlador del ojo vigilante y sonante en la mesilla de noche.
Si ese panorama lo hubiesen presentado de sopetón, posiblemente la peña se habría agobiado y se habría puesto las pilas de la alerta, pero no, el arte de la infiltración gota agota en plan tecno-destroyer es "normalizar" publicitando lo que interesa introducir y convertirlo en solución, en necesidad cada vez más imprescindible socialmente y por fin en "normalidad".
Un nuevo peldaño en el descenso a nuestro finiquito como especie es la goebbesliana manipulación eufemística del lenguaje, como por ejemplo llamar normalidad a la aceptación de lo anormal y de lo deplorable, como costumbre. Convertir en norma aquello que nos machaca es un modo muy capitalista y muy dictatorial de eliminar el "peligro" del cambio a mejor. Es la misma trama destroyer de las adicciones. ¿A quién le gusta el tabaco, el alcohol, el café bien cargado, la glucosa, las drogas o las medicinas que colocan, el primer día que las prueba? A nadie. Producen sensaciones desagradables, tos, irritación de las mucosas, mal sabor de boca y picor en los ojos, molestias gástricas...pero resulta que se está rodeado de personas que no paran de fumar, de medicarse, de encafetarse, de atiborrarse de sustancias "milagrosas" y medicamentos curalotodo, de dulces o de usar el móvil horas y horas que hasta se le roban al sueño, y ya ni saben irse a la cama sin estar bajo el imperio controlador del ojo vigilante y sonante en la mesilla de noche.
Si ese panorama lo hubiesen presentado de sopetón, posiblemente la peña se habría agobiado y se habría puesto las pilas de la alerta, pero no, el arte de la infiltración gota agota en plan tecno-destroyer es "normalizar" publicitando lo que interesa introducir y convertirlo en solución, en necesidad cada vez más imprescindible socialmente y por fin en "normalidad".
Y no, no es normalidad tener que vivir con mascarillas adosadas, tragándonos nuestro propio anhídrido carbónico, porque es el mal menor. Ni amontonar guantes de plástico que no se desharán en cientos de años, para protegernos de una pandemia de la que nuestros abusos basuriles de todo tipo contra el medio ambiente son la causa. Ni vivir contando los centímetros de distancia entre nosotros y nuestros seres queridos y estimados. No es normalidad tener que descomponer el átomo para convertirlo en luz eléctrica o fuerza motriz, cuando esa descomposición atómica es mortal contaminando y en caso de incendio, verdadera hecatombe, como en Fukushima o Chernobil, si además existe la posibilidad de la fusión atómica que no es contaminante, pero sale más cara y menos rentable que la fisión, y por supuesto mucho más complicada y cara que usar placas solares, energía eólica o biomasa, que puede hacer del autoconsumo un enemigo terrible de las empresas dependientes del petróleo, un asesino descarado de la Naturaleza cuando se emplea como combustible y además en proceso de extinción.
Tampoco es normalidad pelearse y ser un espectáculo cotidiano demoledor a la hora de buscar el bien común y, sin embrago, esa bazofia se está haciendo menú diario a todas horas; no hay equidistancia en estas consideraciones: lo que llamamos "derecha" es atroz, que quede claro, y absolutamente vergonzoso.
Lo que llamamos izquierda es el lado más despierto socialmente y mejor dispuesto para la escucha, el respeto y la convivencia, así lo está demostrando por más que el zoológico derechil se empeñe en instigar y provocar lo peor en sus opuestos y si lo que predican fuese verdad, - ¡ese rarito amor a España!- como lo son su agresividad, su grosería zafia e impresentable y su desprecio absoluto por la democracia, serían los primeros colaboradores para solucionar el problema de todos, antes que los potenciales verdugos de lo que dicen querer tanto. Si este estado de penalización constante es "la nueva normalidad", estamos listos.
Pero ahí está ese gobierno en minoría batiéndose el cobre por la renta básica y por la protección infantil, por la igualdad y la atención lo más personalizada posible, por la información constante y con la honestidad de corregir errores, que si ya normalmente forman parte de nuestro aprendizaje humano, en esta situación anómala e inesperada, son completamente lógicos y disculpables. No quiero pensar en cómo los habría ocultado y manipulado el lado oscuro del pastiche.
Esperemos que los virus en su desescalada nos sean más propicios que el pp y su banda voxciferante. Seguramente será así. No son tan tontos los virus como para matar tanto y quedarse a dos velas. Se agotarán y mutarán en otras modalidades mucho más llevaderas y nosotros nos haremos resistentes e inmunes, cambiando "normalidades" tóxicas por normalidades sanas.
Pase lo que pase nosotras y nosotros tendremos en cuenta cada vez más que la normalidad no es la patente del desastre convertida en hábito, sino un estado de lucidez colectiva creciente en las dificultades, que nos va guiando hacia otra forma de vida y de experiencia mucho más nutritiva y saludable que ningún dogma ni ideología nos va a regalar, es nuestro trabajo evolutivo y nuestro amor a la humanidad y a la naturaleza, la herramienta creadora imprescindible, la única normalidad que merece crédito y consideración.
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