¿Quién mató a Rosa Luxemburgo?
Josefina L. Martínez-Público
Retrato de Rosa Luxemburgo, entre 1895 y 1905.
15 de
Enero de
2019
La historia política alemana del último siglo puede leerse
como el relato de un crimen. Un asesinato político que anticipó un
genocidio. Pero para eso hubo que aplastar, primero, la esperanza de una
revolución.
El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht
fueron arrestados en el piso donde se escondían y trasladados a la sede
de la Guardia de Caballería de los freikorps (cuerpos paramilitares) en
el aristocrático hotel Eden. Cuenta una testigo que Luxemburgo colocó
algunos libros en una maleta, pensando que le esperaba una nueva
temporada en la cárcel. Unas horas después, el capitán Waldemar Pabst se
comunicaba telefónicamente con el ministro del Ejército del Reich, el
socialdemócrata Gustav Noske, para pedirle indicaciones sobre cómo
proceder con tan importantes prisioneros. Hacía días que la prensa
lanzaba amenazas e insultos contra “Rosa, la sangrienta”, dirigente de
la Liga Espartaco y del recién fundado Partido Comunista Alemán (KPD).
Los socialdemócratas se encontraban en el poder desde la
dimisión del Kaiser. El levantamiento de los marineros y trabajadores de
Kiel había sido el puntapié inicial de una serie de insurrecciones
locales que culminaron con una huelga general en Berlín el 9 de
noviembre. Ese día, el socialdemócrata Philipp Sheidemann proclamaba la
Republica alemana desde una ventana del Reichstag. Pocas horas después,
Karl Liebknecht anunciaba –prematuramente– la creación de la Republica
Socialista Libre de Alemania desde el balcón del Palacio. Se vivía una
situación de doble poder, con la formación de consejos de obreros y
soldados, siguiendo el ejemplo ruso. Para evitar que ese fuera el
camino, el 10 de noviembre el Gobierno llegó a un acuerdo con el Estado
mayor alemán: el objetivo era frenar la revolución y liquidar a los
espartaquistas, su ala más radical. “¡Odio la revolución como la peste!”
había declarado Friedrich Ebert.
Después de su conversación con Gustav Noske, el Capitán
Pabst dio las órdenes y el teniente Vogel dirigió el comando de
ejecución. Rosa Luxemburgo fue arrastrada escaleras abajo, pateada y
golpeada en el estómago. Cuando cruzó la puerta, el soldado Otto Runge
destrozó su cráneo con la culata del fusil. Agonizante, la subieron en
un coche donde el oficial Hermann Souchon le dio un tiro final en la
sien. Su cuerpo fue arrojado en el Landwehrkanal donde apareció flotando
cuatro meses después. Karl Liebknecht había sido fusilado unas horas
antes en un parque cercano. La primera versión “oficial” fue que habían
sido asesinados por una “turba” furiosa cuando intentaban escapar. Pero
el bulo no resistió la menor pesquisa. Leo Jogiches, quien había sido
compañero de Rosa Luxemburgo durante muchos años y dirigente de la Liga
Espartaquista, investigó y expuso quiénes eran los responsables del
asesinato. El 19 de marzo de 1919 Leo Jogiches fue asesinado en la
cárcel “intentando escapar”; miles de espartaquistas y obreros
revolucionarios fueron fusilados en los meses siguientes. El cineasta
alemán Klaus Gietinger prueba todos estos hechos en un riguroso trabajo
de investigación que se publica por primera vez en inglés este año por
editorial Verso.
En 1962, el capitán Pabst hizo alarde de su responsabilidad
en el asesinato de los dirigentes revolucionarios: “Yo participé, en
aquel entonces (enero de 1919), en una reunión del KPD, durante la cual
hablaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Me llevé la impresión de que
los dos eran los líderes espirituales de la revolución, y me decidí a
hacer que los mataran. Por órdenes mías fueron capturados. Alguien tenía
que tomar la determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica …
No me fue fácil tomar la determinación para que los dos desaparecieran…
Defiendo todavía la idea de que esta decisión también es totalmente
justificable desde el punto de vista teológico-moral”.
Pabst tan solo contó lo que la cobarde socialdemocracia no
se atrevió a confesar. El capitán volvió a tener protagonismo durante el
golpe de Estado de Kapp (Kapp-Putsch) en 1920. Más tarde colaboró en la
organización de grupos paramilitares de ultraderecha en Austria. Si
bien nunca se afilió al partido Nazi, formó parte de grupos
ultraderechistas hasta su muerte, en 1970. Nunca fue juzgado por sus
crímenes.
Ya sabemos quién mató a Rosa Luxemburgo. La pregunta más
importante ahora es por qué. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht se habían
opuesto a la traición de la socialdemocracia que apoyó los créditos de
guerra en el Reichstag el 4 de agosto de 1914. El Partido
Socialdemócrata Alemán se había transformado en la organización más
poderosa de la Segunda Internacional: un bloque de 110 parlamentarios,
más de 4 millones de votos, 90 periódicos propios, numerosas
asociaciones juveniles y de mujeres. Pero ese monumental aparato fue
puesto a disposición del Imperio alemán cuando comenzó la guerra,
justificando con la idea de la “defensa nacional” que los trabajadores
alemanes se mataran en las trincheras con los franceses. Luxemburgo y Liebknecht representaban la lucha contra la
guerra imperialista, el combate contra el militarismo alemán, la
denuncia de las capitulaciones de la socialdemocracia, la defensa de la
revolución rusa y el ala más decidida de la revolución alemana. Como
escribió Karl Liebknecht el mismo 15 de enero de 1919, unas horas antes
de morir:
“«Espartaco» significa fuego y espíritu, significa alma y
corazón, significa voluntad y acción en favor de la revolución
proletaria. «Espartaco» significa toda la necesidad y el anhelo de
felicidad, significa toda la determinación a luchar del proletariado con
conciencia de clase. «Espartaco» significa socialismo y revolución
mundial”.
Ese anhelo de felicidad volvió a resurgir en Alemania en
1921 y en 1923. La historia de aquellos intentos revolucionarios ha sido
invisibilizada por la historiografía, pero la esperanza de un mundo
nuevo renació desde las cenizas una y otra vez en el corazón de Europa
occidental. Solo después de sucesivas derrotas, debidas en gran parte al
rol conservador que jugaron las grandes organizaciones obreras como la
socialdemocracia y más tarde el estalinismo, pudo imponerse el nazismo.
Cuando Rosa Luxemburgo escribió en 1916 el Folleto de
Junius acerca de la disyuntiva de “socialismo o barbarie”, la barbarie
se hacía carne en las dramáticas postales de la Primera Guerra Mundial.
Ella no podía imaginarse el horror que estaba por venir.
Autora
-
Josefina L. Martínez
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