Finlandia demuestra que una renta básica para todos puede funcionar
En un pequeño pueblo rural de
Finlandia, un hombre recibe dinero gratis. Casi 560 euros entran en su
cuenta corriente cada mes, sin ningún tipo de ataduras. Puede usar el
dinero como quiera. ¿Quién es el benefactor? El Gobierno finlandés.
Parece el preludio a una película de suspense, o a lo mejor a un reality
de televisión. Aunque la historia de Juha Järvinen es más interesante.
Es básicamente un ratón de laboratorio en un experimento que puede
definir el futuro de Occidente.
Järvinen fue elegido la Navidad pasada por el Estado para formar parte junto a otros 2.000 desempleados en un ensayo de la renta básica universal.
Puede que hayas oído hablar de la renta básica universal, o la política
que se basa, literalmente, en dar dinero a la gente a cambio de nada.
Es una idea que emociona tanto a gente abiertamente de izquierdas –John
McDonell y Bernie Sanders– como
a la élite económica de Silicon Valley –Mark Zuckerberg y Elon Musk–. Y
en el largo período que ha transcurrido tras la crisis financiera, esta
es una de las pocas alternativas que no dejan un sabor a refrito pasado
de fecha.
Aun así, casi nadie sabe cómo sería. A raíz de todo el
alboroto generado por esta propuesta, Finlandia será el primer país
europeo en realizar un ensayo. No es la versión purista de la renta
básica universal que daría un sueldo mensual a todos, incluyendo a los
millonarios. Finlandia tampoco publicará resultados hasta que el periodo
de prueba de dos años finalice en 2018. Mientras tanto, dependemos de
los testimonios de los participantes como Järvinen. Así que vuelo a
Helsinki y conduzco cinco horas para encontrarme con él.
Pregúntale a Järvinen que ha significado para él recibir dinero gratis
cada mes y te conducirá a su taller. Ahí encontrarás equipos de
producción cinematográfica, una pizarra con planes para una versión de
Airbnb para artistas, y un pequeño cuarto en el que hace tambores Batá
que vende por hasta 900 euros. Todo esto mientras que ayuda a criar seis
niños. Todos esos euros gratis le han llevado a trabajar más duro que
nunca.
Nada de esto habría sido posible sin la renta
básica universal. Hasta este año, Järvinen vivía de su paga de
desempleo. La oficina de empleo de Finlandia siempre estaba estudiando
su caso, siempre entre solicitudes de empleo y talleres de formación.
Las ideas brotan de Järvinen con la misma facilidad que el agua de un
grifo, pero nunca podía desarrollar sus ideas por miedo a suscitar
restricciones burocráticas.
Prestaciones sociales clásicas que imponen barreras
En un caso muy debatido el año pasado, un finés llamado Christian fue
pillado tallando y vendiendo púas para guitarra. Era más un pasatiempo
que un negocio, le sacaba poco más de 2.000 euros al año. Pero la suma
no fue lo que enfureció a las autoridades, sino el tiempo que había
dedicado a realizar cada púa, que podría haber empleado en la carrera de
obstáculos oficial para encontrar trabajo.
Este era
también el caso de Järvinen, hasta este año. Al igual que muchos
británicos que sobreviven de las prestaciones sociales, él estaba
atrapado en un sistema "humillante" que le daba poco menos que para
alimentarse, al mismo tiempo que le negaba cualquier esperanza de
satisfacción.
Entonces, ¿a qué se debe su cambio? Al
dinero de la renta básica universal está claro que no. En Finlandia, 560
euros es menos de un quinto del sueldo medio
en el sector privado. "Tienes que ser un mago para sobrevivir con ese
dinero", dice Järvinen. Una y otra vez, se describe como "pobre", sin
rodeos.
Su liberación vino con la falta de
condiciones ligadas al dinero. Si así desean, los finlandeses pueden
meter el dinero en el banco y no hacer nada más. Pero al menos en el
caso de Järvinen, la suma le ha quitado el miedo a la profunda miseria,
dándole la libertad necesaria para hacer trabajos que para él son
relevantes.
Suena simple. Es simple. Pero para los
visitantes a la Gran Bretaña de la Austeridad, con su amplio abanico de
escándalos relacionados con los subsidios sociales, desde el crédito
universal a Concentrix o Atos, suena casi a fantasía.
Los parados no son vagos que no quieren trabajar
Este ensayo ha sido introducido por un gobierno de centroderecha que
está llevando a cabo su propia versión de las políticas de austeridad,
con grandes recortes a las prestaciones sociales y a las escuelas. Aún
así, por mucho que intente imaginar a Theresa May o a Philip Hammond
permitiendo el más mínimo cambio a los pobres sin cuestionarlo de manera
alguna, no puedo imaginarlo.
Visito a la equivalente
finlandesa del británico Ian Duncan Smith, la ministra de Asuntos
Sociales, Pirkko Mattila. Recientemente alejada del partido populista
Verdaderos Finlandeses, no tiene tendencias hippies a simple vista –ni
siquiera unas varillas de incienso–. Aún así se muestra verdaderamente
perpleja de que pueda haber resistencia política alguna a darle dinero a
gente pobre para que se quede sentada en casa. "Personalmente, creo que
los ciudadanos finlandeses quieren trabajar de verdad", dice Mattila.
Esto demuestra cómo de moralmente corruptas se han vuelto las políticas
de subsidios sociales en el Reino Unido en comparación con muchas otras
partes de Europa.
Se puede culpar a la austeridad del Partido Conservador, a los
programas de trabajo a cambio de beneficios sociales del Nuevo Partido
Laborista de Tony Blair, a los intentos thatcheristas de mandarnos a paseo, pero lo cierto es que hemos acabado con un sistema atravesado por dos creencias tóxicas.
Falsas creencias sobre la pobreza
En primer lugar, que la pobreza es el producto del fracaso moral
personal. Para el ministro de Hacienda durante el mandato de David
Cameron, George Osborne, era una cuestión de vagos contra luchadores.
Para Iain Duncan Smith, la pobreza era la
fruta podrida de las familias disfuncionales, la adicción o la deuda.
Ninguno de ellos, ni los miembros de sus partidos, pueden admitir los
que sus homólogos finlandeses sí hacen: que la pobreza no es más que
la falta de dinero.
De ahí surge la segunda creencia
falsa británica: la idea de que el sistema de ayudas sociales no es una
red de seguridad para todos, sino un sistema de clasificación
desmoralizado y falto de recursos para los vagos y los inútiles de los
estratos más bajos de la sociedad.
Tratar a los
pobres como a criminales en ciernes coloca al sistema de bienestar
social como adjunto al sistema de justicia criminal. Significa declarar a
gente moribunda como apta para el trabajo. Deja a las personas con
minusvalía con temor a la próxima evaluación de su capacidad funcional; y
a gente desempleada, castigada sin razón alguna.
Y
todo esto es prácticamente inútil. La burocracia y los costes se
trasladan a todas partes, desde la sanidad pública a la administración
local y de ahí a las oficinas de atención al ciudadano. El gobierno no
ha conseguido, basado en sus propias evaluaciones, en destinar una
pequeña fracción de sus recortes a reformar las prestaciones por
discapacidad. Piensa en todas las vidas que se han visto hechas pedazos,
arruinadas. Y no se ha ahorrado casi ni un céntimo.
Si esta fuese la filosofía de los finlandeses, nunca habrían llevado a
cabo este experimento, y Järvinen no estaría ahora soñando con decenas
de proyectos.
Vete a Finlandia a buscar respuestas en
relación a la renta básica universal, por supuesto. Pero ve preparado
para volver con aún más preguntas de por qué Gran Bretaña maltrata a sus
pobres.
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