Declaración Universal de Derechos Humanos [PDF, 159KB] - SIPI
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Declaración Universal de Derechos Humanos. Adoptada y proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A (III), de. 10 de diciembre de 1948.
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Escuchando discursos y sermones políticos, tertulias-gallinero y demás eventos de púlpito mediático, creo que la mejor opción para aclarar dudas y cuestiones, es que nos descarguemos, automáticamente con un simple click sobre el título, la declaración completa y universal de Derechos Humanos. Que leamos y repasemos con frecuencia sus artículos y los vayamos aplicando a nuestra visión diaria, tanto en lo personal como en lo colectivo. En una situación de emergencia pedagógica por parte del Estado, donde la corrupción reinante ha cegado la inteligencia y el discernimiento de "lo" que dice que nos gobierna, porque se les votó mediante el fraude y la mentira electoralista, lo mejor es que aprovechando la facilidad que ofrece la red, nos dediquemos a rellenar nuestras lagunas de educación cívica, con la lectura, el análisis y la reflexión de estos principios, mucho más básicos que las religiones manipuladoras o las comidas de tarro demagógicas de ideologías partidócratas y que en vez de escuchar y ver en radio o tv majaderías a sueldo, cuando veamos que desbarran, apaguemos radio o televisor y leamos, meditemos, convoquemos a nuestros familiares, vecinos, amigos, conocidos, compañeros...y comentemos, dialoguemos sobre este código imprescindible y fundamental: nuestros derechos, los derechos de todos, los grandes desconocidos y tantas veces manipulados y vulnerados.
En vez de dedicarnos sólo a la queja y al rebote, sería mucho más productivo emplear nuestro tiempo en crecer como individuos y ciudadanos. Para que dejemos de ser analfabetos en cuestión de derechos y deberes de ciudadanía, para que informados y formados, dejemos de ser carne de cañón, mendicantes de una dignidad, que nadie va a darnos ni a respetar, si nosotros primero no la conocemos ni la hacemos valer en el presente de nuestra vida cotidiana y de nuestra convivencia; la dignidad se afirma y crece con la cultura y ésta no es sólo información, sino el resultado de que la información madure, fermente como la levadura y se convierta en formación, mucho más que en habilidad social: en nuestra sustancia ontológica.
La dignidad es el fruto del árbol humano. La raíz es la vida, el tronco son los derechos, las ramas son la educación, la cultura las hojas, las flores la ética y la justicia y el fruto, la dignidad. Alimentados por ese fruto, iremos volviendo a sembrar sus semillas para otra oleada de vida, en un ciclo infinito construido a base de esos paréntesis temporales que llamamos historia y que es el camino abierto de la evolución.
En vez de dedicarnos sólo a la queja y al rebote, sería mucho más productivo emplear nuestro tiempo en crecer como individuos y ciudadanos. Para que dejemos de ser analfabetos en cuestión de derechos y deberes de ciudadanía, para que informados y formados, dejemos de ser carne de cañón, mendicantes de una dignidad, que nadie va a darnos ni a respetar, si nosotros primero no la conocemos ni la hacemos valer en el presente de nuestra vida cotidiana y de nuestra convivencia; la dignidad se afirma y crece con la cultura y ésta no es sólo información, sino el resultado de que la información madure, fermente como la levadura y se convierta en formación, mucho más que en habilidad social: en nuestra sustancia ontológica.
La dignidad es el fruto del árbol humano. La raíz es la vida, el tronco son los derechos, las ramas son la educación, la cultura las hojas, las flores la ética y la justicia y el fruto, la dignidad. Alimentados por ese fruto, iremos volviendo a sembrar sus semillas para otra oleada de vida, en un ciclo infinito construido a base de esos paréntesis temporales que llamamos historia y que es el camino abierto de la evolución.
No hay nada más triste para el árbol de la vida que tener débil la raíz de su energía, endeble y raquítico el tronco de los derechos, fofas y secas las ramas de la educación, muertas o inexistentes las hojas de la cultura, imposibles los brotes de la ética y de la justicia, provocando la esterilidad que imposibilita el fruto inteligente, sensible y noble de la dignidad que es el alimento para uno mismo y para el bien común; sin ese árbol en buen estado sólo somos una carga para los demás, un estorbo y un incordio para nosotros mismos, y pasaremos por el mundo infelices, de vacío, sepultados en el ego primario, sin saber para qué y a merced de todos los abusos de los demás egos, que son la sombra fantasma del árbol humano, ya sean contra nosotros como de nosotros contra los demás. Eso es la guerra en sí, a pequeña y a gran escala. Ambos abusos son igualmente repugnantes y mortales de necesidad para el árbol de la vida y, naturalmente, para los frutos de la dignidad; la humanidad es un árbol vivo encargado de realizar la fotosíntesis que hace posible la respiración para que haya vida en todo. Y multiplicándose por sí mismo, con las semillas de la dignidad, forma el bosque universal que es el pulmón de la inteligencia planetaria. Todos los árboles somos el mismo Árbol. El daño que hacemos a cualquiera de ellos, va contra la sustancia existencial de uno mismo. Así podemos comprender el lamentable estado de ignorancia y enferma decadencia de nuestra especie, por qué todos los proyectos más elevados y cívicos se desmoronan y se pierden en la nada, dejando una estela de amargo paladar en ciclos que se repiten invariablemente en medio de un bosque inmenso, que está enfermo por la lluvia ácida del egocentrismo en todas sus facetas y por una desertización provocada por los pésimos hábitos depredadores, en todos los aspectos.
La Declaración Universal de Derechos Humanos es el manual de cultivo para nuestro bosque planetario, para cada uno de nosotros; para cada árbol de carne y hueso con alma e intelecto. Con ella podemos aprender a cultivarnos, a saber como funcionan los ciclos de la vida en lo máximo y en lo mínimo, el riego, la poda, las vitaminas y el abono, la cosecha, cómo dar sombra y alimento, como dar flores y aromar el aire del bosque compartido.
La Declaración Universal de Derechos Humanos es el manual de cultivo para nuestro bosque planetario, para cada uno de nosotros; para cada árbol de carne y hueso con alma e intelecto. Con ella podemos aprender a cultivarnos, a saber como funcionan los ciclos de la vida en lo máximo y en lo mínimo, el riego, la poda, las vitaminas y el abono, la cosecha, cómo dar sombra y alimento, como dar flores y aromar el aire del bosque compartido.
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