lunes, 31 de marzo de 2014

Periodismo crítico versus periodismo fabricador del consentimiento


Periodistas inmundos, non gratos (I)

27 mar 2014
 
Víctor Sampedro Blanco
Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la URJC


No debiera pasar marzo sin desmentir que el 10º “aniversario” del 11M superamos la teoría de la conspiración. A la décima fue la vencida. Ya les vale. Los conspiranoicos hablan de “normalización”, pero la anomalía continúa. Conservan el estatus de periodistas quienes urdieron la infotoxicación más aberrante que hayamos conocido. Bendecidos con los infundios de Rouco en el funeral del pasado 11 de marzo, siguen sosteniéndola. Menuda filfa serían este blog y el dichoso 4º Poder en Red, si no cantasen las verdades del barquero a quienes hunden el periodismo en la inmundicia.
Sé el recelo que puede despertar el repudio de unos pseudoperiodistas, que dan forma de noticia a la mentira (del griego, pseudo: mentira). Aclaro que los responsables de Público nada han tenido que ver con esta iniciativa. De ningún modo debe asumirse que la hayan promovido ni que la suscriban. Propongo declarar periodistas non gratos a quienes nos vendieron tales patrañas que debemos denunciarles como traficantes de información tóxica. Tan infecta que, como argumentaré en una segunda entrega, ha degradado el debate público hasta hacerlo impropio de una democracia. Los periodistas inmundos se denigran a sí mismos, a la profesión que dicen ejercer y a la sociedad a la que se dirigen.
Sus falacias sobre el atentado más letal perpetrado en Europa merecen la condena. No es un ataque, sino legítima (auto)defensa de los auténticos periodistas. Excepto por los que señalaré, declaro mi respeto hacia los trabajadores de las empresas aquí citadas. Sus condiciones laborales resultan lo bastante penosas como para encima imputarles los desmanes de sus superiores. Se han hecho multimillonarios precarizándoles y engañando al público. Pobres también quienes aún les creen. Son peones de un guerracivilismo de baja intensidad, que solo reconoce las víctimas de su bando. El derecho a la información presupone que el ejercicio del periodismo sea compatible con un modelo de vida y de negocio dignos. Ambas cosas son bien difíciles. Pero lo serán aún más si los ciudadanos y los periodistas con coraje no mostramos la dignidad con la que los afectados del 11M han resistido una década de mentiras e insultos.
El verdadero 4º Poder lo formamos todos y todas. Con la tecnología digital intentamos controlar gobiernos, parlamentos y juzgados. Pero solo tenemos impacto si nos aliamos con periodistas que se reconocen a nuestro servicio. Consideran la información como un bien común, mancomunado: generado mano a mano, con el público que somos su sostén e interlocutores. Por eso estamos obligados a defender al periodismo y señalar a quienes lo envilecen. Cuando los profesionales pervierten la libertad de expresión, nos la amputan a todos. Exijámosles que rindan cuentas y se retracten. Y, si no, retirémosles lo único con lo que cuentan: la gracia, el permiso de ejercer como representantes y valedores de nuestros derechos. No somos mercancía en manos de periodistas mercenarios, a sueldo de políticos y banqueros.
Un muy alto cargo de un grupo multimedia español me confesaba hace dos años que el mayor error había sido admitir como colegas a “demasiados indeseables”. Pues bien, se acabó el colegueo. Porque es competencia nuestra defender la libertad de expresión del único modo posible: ejerciéndola sin miedo ni bozal. Identificando a quienes la malean, máxime si (al contrario que nosotros) cobran por ello y cuentan con protección legal. Por tanto, denuncio a Pedro J. Ramírez; a su sucesor en la dirección de El Mundo, Casimiro García-Abadillo, y a sus conmilitones, Fernando Múgica y Federico Jiménez Losantos, como periodistas inmundos. Han transgredido la deontología y las prácticas profesionales más básicas. No lo han reconocido. E incluso se vanaglorian de ello. Merecen que les declaremos periodistas non gratos. Claro que hay más. Y, si así lo piensan, quienes nos leen deberían tomarse el trabajo de denunciarles. Nosotros ya lo hicimos hace una década, en un libro colectivo que barría la inmundicia venidera. Siguen ignorándolo, por la cuenta que les trae. Esto no es un auto de fe, como los que ellos acostumbran a oficiar. Han ejercido de inquisidores, exentos de mostrar las pruebas. Se han ahorcado con su propia lengua.
Pedro J., en declaraciones a Salvados afirmó: “No descarto de plano la participación de ETA en el 11-M, pero la veo improbable…  No sabemos lo que pasó”. A una semana del aniversario, el susodicho consideraba improbable (¿sin pruebas?) lo que durante diez años afirmó como cierto (sin pruebas). El pseudoperiodista siembra dudas, en lugar de despejarlas, que es lo que le corresponde a un informador. Éste habla con hechos contrastados e incontestables. Si no, calla. Pero esta conducta requiere humildad y más trabajo que alimentar suspicacias y lanzar insidias. Exige una mínima sensibilidad por la memoria de las 192 víctimas y 1.800 familias heridas. Rasgo imposible en quienes no han mostrado ni un atisbo de atención a la estabilidad psíquica y emocional de los afectados. Fruslerías, al fin y al cabo, para quien se considera inmortal y se instaló en el Olimpo de la Prensa Mundial hace años.
García-Abadillo, ya como sucesor del Pedro J, afirmó el 9 de marzo: “Dimos crédito a algunas informaciones faltas de rigor, que sólo tenían como fin confundirnos y llevarnos a un callejón sin salida [...] Las víctimas merecen que seamos menos arrogantes, reconocer que todos cometimos errores.” ¿También erró Pilar Manjón? ¿Por eso la convirtieron en pieza a abatir? El supuesto profesional imputa a “todos”, a un nosotros implícito que bien pudiera incluirnos, haber cometido errores. Cree que esto le exime de no habernos sacado de ellos. Y aprovecha para presentarse como víctima de “informaciones faltas de rigor”. Las mismas que él fabricó en dos libros - 11-M La vergüenza y Titadyn, este último de 2010 – plagados de pruebas falsas.
Las “investigaciones” de G. Abadillo sólo entorpecieron el juicio del 11-M, alentando que Jamal Zougam, condenado como autor material, se querellase por falso testimonio contra dos testigos protegidas. El actual director de El Mundo acusó a dos inmigrantes rumanas de mentir para conseguir la nacionalidad española. Los tribunales les avalaron. La misma suerte corrieron el jefe de los Tedax, J.J. Sánchez Manzano, y el comisario de Vallecas que encontró la prueba clave: se les abrieron sendas investigaciones que quedaron en nada. Manzano denunció la trama periodística del Titadyn en su libro Las bombas del 11-M. La policía nunca dudó de que el explosivo no correspondía con el usado por ETA. A falta de pruebas que avalasen la conspiración, minaron con insidias la credibilidad de las admitidas en el juicio. Corrompieron el protocolo más básico del periodismo de investigación: aportar pruebas irrefutables sobre nuevos imputados, entregándolas en el juzgado y publicándolas en el periódico. Sometiéndolas al tribunal de los jueces y al de los ciudadanos. Pero el periodismo inmundo menosprecia el Estado de Derecho y carece de sentido cívico.
A falta de evidencias, buenas fueron las declaraciones de otro de los principales condenados, convirtiéndole, para más inri, en bien pagado. Uno de los testigos privilegiados por El Mundo,  E. J. Trashorras, declaró antes del último 11M: “No, ETA no tuvo nada que ver. Lo que dije fueron tonterías. No tenía ningún fundamento para decir eso. Lo dije sin tener ningún argumento, más allá de querer confundir”. Estando en prisión, ya le había confesado a su padre que “mientras el periódico El Mundo pague, si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil española”. Y acto seguido les concedió una entrevista en la que sostenía: “Soy una víctima de un golpe de Estado que se ha tratado de encubrir detrás de las responsabilidades de un grupo de musulmanes…”  El depositario y propagandista de esos infundios fue Fernando Múgica. Mantiene orgulloso en su entrada de la Wikipedia la referencia a la serie Los agujeros negros del 11M. Y su CV oculto lo componen obras de idéntico rigor. Colaboró con J.J. Benítez (“mi mejor amigo, periodista honesto”) en dos libros, Ovnis: SOS a la Humanidad (1979) y Existió otra humanidad (2003). Fraudes arqueológicos, montados a partir de piedras falsas, que mostraban a hombres y dinosaurios como contemporáneos, visitados por indios en naves espaciales. Las fotos de estas estafas fueron firmadas por Múgica.
Al “reportero” que agujereaba la realidad le acompañó F. J. Losantos en el terreno de la opinión. Al día siguiente de la falsa contrición de G.Abadillo, sostenía que “habrá más 11-M y más versiones oficiales y serán todas verdaderas”. Concluía con sarcasmo: “perdón por tanto error”. Pedro J. suscribió y superó su infamia desde Twitter: “Sólo 3 palabras que añadir a la estupenda columna de Federico: Eppur si muove. Perdón por los aciertos”. Los errores se habían convertido en aciertos. Reinciden y alardean, se cuelgan galones. Y claro que se siguen moviendo, manipulando los hilos de la antigua conspiración… Y de la próxima. Prepotentes, se saben impunes e inmunes en la ciénaga en la que chapotean. Me refiero al “fondo de reptiles” (subvenciones ocultas) del que se alimentan. Seguro que ya han recuperado los 15 millones en publicidad institucional que El Mundo perdió tras publicar las cuentas del PP. Pedro J. abandonó el barco que capitaneaba porque venía perdiendo 400 millones de euros al año. De Múgica no he buscado información, ojalá haya migrado a Raticulín. Y a Losantos no le falta de nada entre el diario y la radio digitales, que erigió durante el aznarato, y otros pesebres que frecuenta.
Campan a sus anchas, anchos ellos con sus falacias. Instalados en “lo improbable”, el error colectivo, la fabricación de pruebas falsas, el pago de falsos testimonios, las presiones a testigos y a jueces. Todo ello ha acabado resultando muy familiar en otros acontecimientos más recientes. Van de víctimas, sin reconocer ni respetar a quienes lo son. Sacan enormes réditos, entronizando a las que apadrinan e insultando a las ajenas. Se declaran valedores de la profesión y la han prostituido. En el mundo anglosajón, se conoce a estos mercenarios como presstitutes. Allí han entendido que –aunque esta sea una labor de golfos, descreídos y libertinos– hay cosas que no se pueden hacer solo por dinero. Sobre todo, una noticia. Sin un poquito de amor y ciertos límites, se considera una violación, aunque sea pagada.
El repudio de los periodistas inmundos no tendrá lugar en las redacciones que comandan, pues allí pagan salarios y deciden ascensos. No les denunciarán otros medios de forma tan tajante como aquí, por pensar que tirarían piedras contra su propio tejado. Y porque los pseudoperiodistas se aprovechan de la falta de coraje para mirar debajo de la alfombra antes de arrojar la primera. Quien desmiente necesita haber dicho o exigido la verdad. Casi nadie lo hizo en la profesión. En caso contrario, el 13 de marzo de 2004 la ciudadanía no habría denunciado la mentira que propagaba el Gobierno y avalaban el resto de partidos con su silencio. Las 72 horas previas a la votación pasarán a la historia como el colapso de un sistema político-informativo. Lo imperdonable es que se hayan ocupado de rematarlo en los últimos diez años.
Todos los medios convencionales convocaron el día 12 una manifestación de repulsa al atentado, diseñada como un acto electoral del Gobierno. No participaron en su organización los responsables de las fuerzas de seguridad. ¿Alguien se ha preguntado qué hubiera ocurrido si los terroristas que se inmolaron en Leganés hubieran querido rematar la carnicería de los trenes, atentando en las calles repletas de gente? No, porque la pancarta de la cabecera rezaba: “Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”. Entonces vivíamos la entronización de las buenas víctimas (las de ETA), el fundamentalismo del Régimen de la Transición y la beligerancia antiterrorista (contra ETA). No es de extrañar que los medios digitales, que no estaban activos en 2004, fuesen los más críticos con los conspiranoicos en el último 11M.
También callaron las Asociaciones de la Prensa. Demostrando que son el último ejemplo de sindicatos verticales: representan juntos a los empresarios y a sus trabajadores. Es decir, representan a los primeros. Los colegios y sindicatos profesionales mostraron idéntica pasividad. Quizás por falta de musculatura, propia del rigor mortis, al que parece abocado el sector. Los responsables de las Facultades de Periodismo que expidieron los títulos de los inmundos periodistas tampoco abrieron la boca. No movieron un solo dedo acusador que pudiese depreciar (aún más) el valor de sus titulaciones.
Podría sugerir a quien nos lee que inundase con una declaración de repudio a los susodichos los correos electrónicos de las organizaciones antes mencionadas. Pero lo dejo en sus manos, que para algo las tienen. Mi llamada se limita a quienes estudian Ciencias de la Comunicación y/o Información. No quedan otros actores directamente implicados. Al menos ellos debieran dejar claro que no consideran a los cuatro citados un ejemplo profesional ni compañeros de viaje. Seguir su trayectoria o permitir que les identifiquen con ellos les llevará al desastre. Consideran, como señalaba uno de sus pensadores de cabecera, G. Albiac, que el periodismo se vincula a “una toma de poder [que] sólo puede funcionar y consumarse en la noche y en las sombras, entre bruma y tinieblas.” El oscurantismo es su sello. Y los ciudadanos ya no demandamos sino que ejercemos mecanismos de participación y transparencia que acabarán siendo incorporados por la profesión. La luz es el mejor desinfectante y los taquígrafos del presente, los mejores periodistas.
Si al alumnado aún le faltan argumentos para declarar personas non gratas en sus campus a los periodistas, esperen al próximo lunes e intentaré dárselos. Será una forma de rematar este marzo infame. ¿O quieren más como este? ¿Hasta cuándo?

Periodistas inmundos, non gratos. Y un canto a Évole (II).

31 mar 2014
Víctor Sampedro Blanco
 

Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la URJC.
En la entrega anterior pedía al alumnado de CC de la Información y/o Comunicación que declarase a Pedro J. Ramírez, Casimiro García-Abadillo, Fernando Múgica y Federico Jiménez Losantos personas non gratas. Mientras la escribía, los estudiantes rechazaban la ley de su compadre Wert en las calles. Ahora argumento las razones de fondo para que destierren de los campus a quienes, una vez más, les invisibilizan. Ni una sola mención a la huelga y las detenciones de estudiantes en la edición digital de El Mundo que acabo de consultar (28 de marzo, 13:19 a.m.). Los pseudoperiodistas fabrican opinión pública, en vez de ayudarla a que se forme y exprese. Inventan mayorías para hablar en su nombre. Si pueden, ignoran a quien se les enfrenta. Si no, le criminalizan. Hay que desalojarles de la esfera pública, si queremos oírnos y dialogar en paz. Hay que vetarles en los ambientes académicos que forman a futuros periodistas. Su primer cometido será escuchar al público, antes de dirigirle la palabra e intentar representarle. Una cuestión de mero respeto, vamos.
Si otro compañero de profesión hubiese incurrido en sus desmanes, los periodistas inmundos le habrían imputado, al menos, tres muertos. Se pasaron una década buscando los “autores intelectuales” del 11M. El 13 de marzo de 2004 el panadero pamplonica Ángel Berrueta fue acribillado a balazos por un vecino policía. Se había negado a colocar en su local un cartel que imputaba la matanza a ETA. Al día siguiente, en una manifestación solidaria con su familia, Conchi Sanchís falleció de un infarto, tras una carga policial en Hernani. Los inmundos también acosaron al excomisario de Vallecas, que custodió la mochila con las pruebas claves. Invalidaba sus invenciones sobre los explosivos. Le destrozaron la carrera y la vida familiar. Su mujer se suicidó.
En democracia, los intelectuales (que no se quejen, les tratamos como si lo fuesen) no delinquen. No les imputamos ningún asesinato, sino el mayor delito que puede cometer un periodista: intimidar y engañar a la opinión pública. Desde la mañana del 11M desplegaron la estrategia comunicativa de Aznar. Intentaron desatar lo que Noelle-Neumann llamó una espiral del silencio. Intentaron amedrentar a quienes disentían. Callarles, fabricando una falsa mayoría al acusar de colaboracionistas a quienes avalasen el desmentido de Otegui sobre la autoría de ETA. Y nos convocaron a la manifestación oficial del 12 de marzo. Como explicamos en un libro de 2009, aquello fue un acto electoral del PP, que pudo acabar en otro atentado peor que el de los trenes. Ahí también aportamos argumentos e imágenes que siguen censurados.
Antes de las elecciones de 2004, en lugar de silencio se sucedieron las mentiras prudentes (teoría de Timur Kuran). La versión oficial fue cuestionada con apocamiento, medias tintas y en voz baja. La mentira institucional y el silencio de la oposición se quebraron cuando las cibermultitudes del 13M se convocaron en la jornada de reflexión electoral. No cabía otra que exigir la verdad antes de votar. Le atribuyeron a Rubalcaba haber organizado aquellas manifestaciones, cuando compareció en público a rastras de ellas. Y así ha seguido la cúpula socialista, rebasada por la contestación social. Ya no digamos cuando el 13M reapareció como 15M, que según los conspiranoicos, era la versión camping del comando Rubalcaba.
La conspiración aprovechó, desde el primer momento, que la condena a ETA fue unánime entre representantes políticos, intelectuales orgánicos y corifeos mediáticos.  Condenaron al “entorno” vasco-etarra aquellos días, con una certeza infundada, desmentida por los hechos. Se había convertido en corrección política gritar: “Maldita ETA. Y si no ha sido ella, da igual”. Una expresión diáfana del todo vale contra el terror. Aunque sea al margen de la realidad. Es decir, la excusa perfecta que permitiría magnificar al enemigo que justificase toda la inmundicia que soltarían con su excusa. ¿Para qué recordar los nombres de aquellos tribunos inflamados de ardor antiterrorista? Algunos de ellos, ahora se presentan como regeneracionistas, antiglobalizadores o quincemayistas. Identifíquenlos, si quieren, en los comentarios. Nosotros ya lo hicimos en su tiempo, en aquel libro. Ni uno solo se ha retractado. Carecen de legitimidad para repudiar el periodismo inmundo. Se inhabilitaron para parar los pies a quienes les tomaron la delantera en 2004.
De hecho, tras el 11M, la mayoría de políticos y tribunos aplicaron la máxima regla de la Transición. Borrón (ensangrentado) y cuenta nueva (de resultados). A seguir con el mismo negocio. El muerto al hoyo. Y los más vivos al bollo. Sin mirar atrás. Sin piedad. Ocultando traiciones, heridas… responsabilidades inconfesables. Lo que no previó la izquierda es que la derecha perdería la vergüenza. “Sin complejos” reescribió la Guerra Civil de la mano de Pío Moa y con otra reivindicó a Azaña durante el Aznarato. Perdido el poder, se lanzó a contar fábulas de horror en tiempo presente. La teoría de la conspiración fue el cuentacuentos (storytelling, dicen los pedantes) del PP. Antes, durante y después de cada aniversario del 11M; incluido el último. Y piedra angular de la lapidación de “ZetaP”. Más de cuatrocientas preguntas del Grupo Popular introdujeron la inmundicia mediática en el Parlamento. A eso se le llama alineamiento editorial-partidario. O prensa de partido.
El intento de normalización del periodismo inmundo al que hemos asistido era previsible. Las reacciones a los dos programas de Salvados, previos al último 11 de marzo, así lo hacían presagiar. Tras el primero, sobre el 23F, “la profesión” linchó a Evolé. En el segundo, cuando entrevistó a Pedro J., le puso en evidencia de forma manifiesta, pero nadie dio acuse de recibo. No se enteraron o miraron a otro lado.
Mis alumnos (y otros muchos conocidos) han sustituido el telediario e Informe Semanal por el Intermedio y Salvados. El tumulto mediático sobre el “engaño” de Évole, un falso reportaje del 23F, manifestaba el afán de auto-legitimación de una profesión desnortada. Los prebostes del oficio se pusieron selectos. Nos advirtieron que el problema era la (con)fusión de formatos. Como si no usásemos la infosátira para quitarnos de encima el fétido olor a relaciones públicas y a propaganda partidaria que desprenden las noticias que consideran serias.
Évole encarna al hombre de la calle, al Juan de Mairena periodista (se lo he copiado a Juan Varela). De ahí su identificación con el público. No engañó a nadie. Al contrario que los reporteros “más rigurosos”, desveló su artificio. Artificio, verdades a medias y completas falsedades son también los libros y crónicas del 23F publicados por periodistas de mucho pedigrí. Javier Cercas se pasó a la novela y en Anatomía de un instante contó lo que hasta ahora se nos permite saber sobre aquella puesta en escena. Lo que relata no difiere tanto del simulacro de Évole. Éste último reconocía que había producido una ficción, porque no podía acceder a los archivos. Siguen cerrados a cal y canto. Una “narración real”, que diría Cercas, puede resultar más cierta que un reportaje. Por eso, dicho sea de paso, mis mejores alumnas (casi todas son chicas) conocen cómo nos (des)gobiernan y la actualidad que (mal)vivimos a través de teleseries extranjeras que se descargan de la Red.
Los compañeros de oficio pusieron a Évole en la picota. Quisieron distanciarse de él y, para señalar de qué lado estaban, obviaron criticar a los periodistas de renombre que participaron de su juego. Le concedieron entrevistas falsas sobre unos sucesos de los que nos han seguido (des)informando. Lo dice la propia Pilar Urbano. Podría pensarse que Evolé nos presentó una parodia de la farsa que representan desde 1981. El no va más del fake: un engaño montado sobre otro engaño. Encima, con los mismos protagonistas. Por eso vapulearon al bufón, que para eso está: reírle las gracias y darle capones cuando se pasa. Y mantuvieron en los altares al telepredicador de la progresía, al escriba del Monarca, al Real Académico de la lengua bífida… Aún hay clases en la casta periodística. Así se demostró tras el siguiente Salvados.
Sin justificación alguna los medios absolvieron a Pedro J. de su conspiranoia tras la magnífica entrevista que le hizo Évole. Aún creía “poco probable” la autoría de ETA. A pesar de que los tribunales habían rechazado por enésima vez las pruebas inventadas y los testimonios pagados por sus subordinados. Los prebostes del periodismo callaron. Asumían que la credibilidad de un informador no deriva de su inquebrantable fidelidad a unos hechos, probados y contrastados. Es un acto de fe ciega: para aquellos que no quieren ni necesitan ver la realidad. Ni que se sepa. Por eso El Mundo transmitió en la jornada electoral de 2004 la “convicción moral” de M. Rajoy (“convencimiento” en A. Acebes, que es más flojo) de que ETA había atentado el 11M. La moral del actual Presidente y del antiguo Ministro de Interior tampoco es de este mundo. Pura inmundicia.
Tampoco nadie se rasgó las vestiduras, cuando escucharon y vieron a Pedro J. lavarse las manos. Todo un Poncio Pilatos del oficio. No asumió su responsabilidad por haber publicado un editorial en Diario 16. Defendía y alentaba el asesinato de estado para acabar con ETA. Una postura que, como insinuó Évole, revelaba que el escándalo de los GAL, con el que El Mundo se colgó tantas medallas, era el ariete que empujaron lo justo para desalojar a Felipe González. No acabó ahí el curso de mugre periodística. Pedro J. tampoco se hizo responsable de un titular que animalizaba a los nacionalistas catalanes en primera plana. Es un caso prístino de periodista que va de libre. Pero en realidad va por libre. Un irresponsable, que sólo se justifica ante sí mismo. Ejemplo patrio de la “Prensa libre e irresponsable” que critica Yohai Benkler. Él ni siquiera veló porque los medios que dirigía guardasen respeto a los derechos humanos y a la convivencia.
Puso la guinda cuando ante el insistente entrevistador, perro de presa sonriente, (¡menuda/o pieza se cobró!) aseguró que si era necesario cogía el teléfono para llamar a Montilla y a Carod-Rovira. Y disculparse así por haberles presentado con un enorme titular: “Triunfaron los animales”. No entiende el pseudoperiodista que debía haber agarrado el listín telefónico de toda España. Y no dejar de marcar números hasta pedirnos disculpas. A todos nosotros. ¿O es que fabrica noticias sólo para los políticos profesionales? ¿Para quitarlos y ponerlos? Será eso. Pero la inmundicia que se publica, cuando no se reconoce ni denuncia, envenena la democracia. Fue lo que ocurrió. Prometo que el jueves les muestro lo maltrecha que ha quedado.

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