¿Seguridad? ¿Consenso? ¿Rebaños?
por Luis García Montero
La política de seguridad del PP, tanto por lo que se
refiere a las leyes como por los comportamientos que impone en la
policía, está encaminada a dibujar un marco autoritario específico para
la desigualdad económica. La brecha entre ricos y pobres que han abierto
en España las medidas y los recortes del Gobierno, el empobrecimiento
de la clase media y de los de abajo en favor de las élites, exigen una
filosofía de control y represión. Se trata a la vez de convertir la
protesta en un problema de orden público y de criminalizar la pobreza.
El engranaje está claro. Cuando el Estado renuncia a equilibrar las
desigualdades con amparos y derechos civiles, necesita sostener la
injustica con un orden represivo de multas, mano dura, calles cerradas y
cárceles dispuestas a asumir una población masiva. La voz discrepante
ocupa un lugar confundido con la delincuencia. La pérdida de libertades
afecta así a una inmensa mayoría de la población, sea cual sea su
ideología. ¿Qué sentido tiene entonces la seguridad? Para contestar a
esta pregunta conviene plantearnos la paradoja de una coincidencia
significativa que se ha producido en los últimos días: la exaltación del
consenso junto a las noticias policiales.
La muerte del expresidente Adolfo Suárez ha reunido a sus amigos, sus
adversarios y sus traidores bajo la consigna del consenso. Hay que
entenderse, limar asperezas, comprender al otro, llegar a acuerdos…
Basta con tener memoria para sentirse irritado ante esta operación de
maquillaje histórico. En los años 70, por razones diversas, los
españoles nos pusimos de acuerdo en que una democracia era mejor que una
dictadura. El consenso llegó hasta ahí. Los demás asuntos, desde la
articulación territorial hasta la propia definición del sentido social
de la democracia, dependieron de las fuerzas de cada uno de los
protagonistas en el debate. La maltratada biografía política del propio
Adolfo Suárez puede servir de ejemplo.
Los que más repiten ahora la palabra consenso son los mismo que han
puesto en peligro la soberanía popular y la posibilidad real de que los
ciudadanos sean dueños de su autogobierno y su futuro. Las élites
económicas han roto el pacto democrático al desplazar a sus despachos
financieros decisiones que deberían ser políticas. Y como esas
decisiones provocan dolor, desigualdad e indignación, se llenan las
calles de policías, se criminaliza a los convocantes de una
manifestación legal, se intenta prohibir las protestas en el centro de
la ciudad, se detiene a estudiantes y se confunde una movilización
multitudinaria y pacífica con una llamada a la violencia.
¿Hay violentos? Sí. Algunos violentos están dirigidos como
infiltrados desde el propio ministerio del interior. Parece que también.
¿Se está jugando con la policía? Eso se intuye en las protestas de los
policías que se vieron puestos en peligro y desamparados por sus mandos.
La estrategia seguida por la autoridad es rara: en vez de utilizar las
fuerzas del orden para asegurar el desarrollo pacífico de una
manifestación legal, se abandona a unos policías en manos de un grupo
incontrolado de violentos. ¿Es que se quiere sacrificar a alguien para
justificar después la represión y la mano dura? Da miedo pensar en la
respuesta. Pero todo apunta a que ese es el motivo de la indignación y
las reacciones de la propia policía.
De manera que la exaltación del consenso huele muy mal en esta
realidad difícil. Todo indica que se pretende invitar a los ciudadanos a
que renuncien a sus protestas y a que miren con malos ojos a los
políticos que ejerzan su deber de crítica y oposición. Consenso suena
aquí a un abrazo cómplice entre los dos partidos mayoritarios para
cerrar los ojos ante los errores del adversario y para no debatir
asuntos que tengan que ver con los derechos humanos, las estructuras
profundas de la injusticia capitalista y, ya de paso, la corrupción. El
consenso suena a terreno cultivado para una gran coalición entre PSOE y
PP. Todo los demás debe reducirse al silencio o a la pelota de goma, la
multa y la cárcel.
Esto no es consenso en realidad, sino la conversión de la ciudadanía
en un rebaño fácil de pastorear. Y si se aplican los códigos del
populismo y el melodrama, tan afines al circo mediático, es posible que
el poder consiga rizar el rizo y convertir en enemigo público a todo el
que se pliegue a la mansedumbre y la mentira. Estos días pasados hemos
tenido un buen ejemplo con la indignación levantada por los que se
negaron a falsificar y sacralizar la figura de Suárez. No bastaba con
reconocerle sus méritos, había además que glorificarlo con un espíritu
de consenso dirigido contra la conciencia crítica y la rebeldía.
El poder procura conformar un rebaño de ovejas muy raras. Busca
ovejas híbridas que obedezcan, pero que rebuznen en vez de balar cuando
un disidente cuestione el consenso de la demagogia y la manipulación
sentimental. Ovejas que rebuznan una mansedumbre furiosa.
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