sábado, 22 de marzo de 2014

Adolfo Suárez

Nos dice adiós desde el olvido. Suárez se va en silencio, como vivió desde que se apartó de la gestión política para ser un ciudadano más, volcado en su trabajo particular y en su familia, con una sabia humildad, una elegancia y una discreción que, por desgracia, no se prodigan en la pomposa y fatua "clase política" española, donde los "representantes", que deberían ser los servidores elegidos para realizar tareas por delegación ciudadana, se aposentan en los despachos de sus partidos y se convierten en tiranos vitalicios e indiferentes a los problemas para cuya solución se les eligió en las urnas. 
En los últimos años, Adolfo Suárez desconectó los cables de la memoria, seguramente cansado de recordar el sabor acre de un mundo epidérmico e insustancial y de un país empeñado en no aprender jamás las lecciones de su propia historia; Suarez ha sido lo mejor y lo más decente que hemos tenido en la Moncloa, al menos hasta ahora. 
Para quienes no tuvieron la suerte de vivir en aquellos años de cambios decisivos en un país que hasta entonces no había sabido lo que es una Constitución que llegase a durar nada menos que 35 años, conviene recordar lo que esta insustituible figura hizo por los derechos, libertades y evolución de los españoles, con un mérito extraordinario, procediendo como él -y como todos sus compatriotas contemporáneos-, de un país terriblemente fanático, embrutecido, inculto, envidioso y atroz. Y, para remate, siendo miembro, con cartera ministerial, de un régimen fascista y genocida; dictatorial, en el que nació y se crió, escuchando y contemplando ejemplos impresentables: la cárcel para los disidentes, la pena de muerte para los militantes cladestinos, a los que se acusaba de "terroristas" y se condenaba a cadenas perpetuas y a trabajos forzados picando piedra en el Valle de los Caídos...

                                       

Sólo quienes crecimos y convivimos durante infancia y juventud con aquella estirpe repeinada "patrás" y con bigotillo fascistoide, permanente en femenino plural, brillantina y bigudíes neuronales, miseria moral a tope, miedo por un tubo y chulería postiza para camuflarlo, con aquella cutrez en blanco y negro, bajo palio y porcojonista, brazo en alto y adicta al estraperlo, que era la trama gürtel de cada día, a la que nos acostumbramos a ver "natural" desde la cuna, sólo estos superviventes pueden valorar adecuadamente la lucidez y sentido político, la exquisitez ética, en la más alta expresión, del primer Presidente democráta del Gobierno de un país medieval y ramplón, completamente anacrónico y obsceno, inimaginable en una Europa del siglo XX. Y algo que le define por sí mismo: el único que ha tenido el valor y la decencia de dimitir y decirlo en los medios de comunicacióm personalmente. Además de hacer posible la Constitución y el sufragio universal libre y sin coacciones, del que España tuvo poquísimas ocasiones de disfrutar en toda su historia y a lo largo del siglo pasado especialmente, Suárez cambió el rumbo gestor, revalorizó el trabajo, subió los salarios, hizo posible que funcionasen los sindicatos y desmontó el único modo vertical de asociarse laboralmente y exigió a la patronal el diálogo y el consenso en vez del derecho de pernada al que estaba tan acostumbrada en plan cacique, con él llegó el derecho a la huelga y a manifestarse libremente, la libertad de prensa, el fin de la censura,  llegó el divorcio y la libre asociación de los partidos y la libertad de culto, se reformó la escuela, se revalorizó la enseñanza pública, empezaron a funcionar las asociaciones de padres, con Tarancón al cargo de la iglesia, tratando de quitarle el moho, las polillas  y la naftalina y aplicando los nuevos aires del Concilio Vaticano II, con el diálogo y la apertura, se hicieron la normalidad de cada día en la convivencia.  La teología de la liberación y los "curas rojos", que eran ejemplares obreros y trabajadores que renunciaban al salario eclesiástico procedente del concordato, para ser como todos los demás, y la cima del asombro llegó con la ineludible legalización del partido comunista.

                                       

Impecable. Incansable. Atento a las necesidades de los españoles en medio de un cambio sin precedentes históricos, Suárez de ganó el total reconocimiento de la mayoría ciudadana, pero provocó la envidia, la maledicencia, el miedo y el rechazo de la oligocracia, como al Opus Dei y a la cuerda más tensa del catolicismo ultra derechista, se lo provocaba Tarancón, que era la cara opuesta de Rouco Varela, como Rajoy, Aznar, González o Zapatero en su última legislatura, lo fueron de Suárez. 
Un rey puesto por el dictador era lo único que no encajaba en el puzle de la nueva España. Y seguramente Suárez lo veía así también. Y seguramente los oligócratas que aconsejaban al joven, acomodaticio y simple monarca, y que querían seguir viviendo a la sombra de tantos privilegios y prebendas, lo vieron como un peligro al que había que conjurar. Si Suárez se empeñaba en despertar demasiado la conciencia ciudadana con tantas posibilidades nuevas para evolucionar y cambiar de mentalidad, ésta no tardaría en comprender que la monarquía era un pegote del franquismo, una chapuza oportunista para que nunca se soltasen los atalajes de la tiranía. Y eso fue lo que movió las tripas profundas del atavismo y la "revisión" del rumbo político a corregir. De repente se empezó a hablar mal de Suárez, a criticarlo sin parar en los medios de comunicación, a levantar bulos como que era un traidor comunista, que trató a Fdel Castro y un perjuro que había traicionado al "movimiento" para llegar a Presidente y por eso había legalizado el PCE, como que había traído el divorcio para poder divorciarse él mismo, porque tenía amantes hasta debajo de la mesa, como que quería dividir España y dar la independencia a vascos y a catalanes a cambio de votos...No hubo barbaridad que no se le atribuyese en aquellos días, en que la inquisición se remozó contra Suárez igual que en tiempos de los Reyes Católicos se obsesionó con culpar a los judíos de todos los delitos y crímenes para justificar su expulsión. 
La España terrible, retrógrada y hormonal, dirigida por los oligócratas del for ever and ever again, acató, como viene siendo tradición-traición, otro "vivan la caenas" y el golpe del 23F puso la guinda en la copa del "etenno retonno" al Jurasic Park con el consentimiento de socialistas y comunistas en versión apaño. Suárez, que hubiese sido la pieza clave del cambio sin vuelta atrás, precisamente porque gobernaba en plan servicio y no en plan manejo indecente como lo que le siguió después, se fue camino del silencio y del olvido. 

Y hénos aquí, de nuevo, o sea, de viejo. Hechos unos zorros. Con nuestra democracia hecha puré, la justicia por los suelos y la economía underground. A la ética ni rozarla, que a lo mejor se espabila y va y resulta que desempolva a López Aranguren, a Tierno Galván, a García Calvo y a Julián Marías y hasta puede rehabilitar y recuperar a jueces como Garzón o Silva...y eso de pensar no conviene, porque complica y frustra los buenos negocios oligócratas, pero una buena monarquía para unos cuantos, es el invento del siglo. Lava la cara de la tiranía de cara la exterior y adecenta el escenario de la representación de esta Commedia dell'Arte que padecemos. Y con la capa de armiño, el hueco bajo el trono y a la sombra del cetro y de la corona, cabe mucho material disponible. Es un chollo. 
Los hombres decentes como Adolfo Suárez González son un estorbo, en esas tesituras, porque no cooperan con el montaje, sino que lo desmontan a base de honradez y además lo quieren eliminar, por eso no les importa dimitir y abjurar del Movimiento en vez de jurarlo como ciertos príncipes a la espera de turno para el ascenso a majestades, -o a másjetades, que la lengua da mucho juego combinatorio, aunque a veces se queda corta ante la realidad- y que luego ni siquiera se dignan a jurar una Constitución que simplemente es su patente de corso para hacer de su real capa doscientos reales sayos a su medida. Los hombres de una pieza como el Presidente Suárez no tienen, en un país como éste, más destino que el olvido; no el olvido de los ciudadanos que disfrutaron su gobierno como una gracia del universo compadecido de tanto cutrerío indecente, sino su olvido propio. Un país tan fácil de manipular y de engañar, tan fácil de amedrentar y de apabullar, tan proclive a conformarse con los manejos de lo peorcito de cada casa, no se merece hombres de un talla como la de ese Primer presidente, que hasta ahora no ha tenído una réplica que llevarse a la memoria.

Será toda una cínica representación ese funeral de Estado que le están preparando los mismos que le mandaron al destierro político montando para ello una farsa como la astracanada del 23F con la "recompensa", dos días más tarde, de un título ducal con grandeza de España...Hay que fastidiarse. Y pensar que el hijo mayor de tan noble padre, -noble de verdad, no por titulitis de trámite- está emperrado a  toda costa en heredar ese título que fue el tapacosturas de una trama desvergonzada para quitar del medio al mejor gestor político y servidor del Esatdo en primer plano, que hemos tenido los españoles...y que se lo implore al mismo malestad que le mandó a freir espárragos para curarse en salud...No es extraño que con tal retoño, tal país y tal monarquía pro-oligocracia y tal oligocracia pro-monárquica, Suárez haya elegido olvidar antes de su último viaje. Es el modo más elegante de hacer un corte de mangas de largo alcance al imperio de la trola.

                                   

Querido Presidente, los españoles de bien, que existen aunque no lo parezca, y que vivieron contigo momentos de una fuerza y de un empuje renovador como nunca se había conocido,  nunca nunca nunca te han olvidado ni te van a olvidar. Es más, no te imaginas cómo te han añorado y echado de menos y lamentado el desperdicio y el ninguneo de tu talento conciliador, de tu lúcida empatía, de tu humanidad y de tu habilidad para poner de acuerdo a lo mejor de cada bando y neutralizar lo peor sin violencia ni maldad. Con inteligencia pragmática y escucha activa. Esos españoles te llevan, mucho más hondo que en el recuerdo, en el agradecimiento del corazón y del alma, que son el reducto inexpugnable del cariño y del respeto. Algo que ningún otro gobernante se ha merecido con tantos méritos hasta la fecha. No quiero esperar a que te vayas para decírtelo. Me uno a Forges y a Peridis: Gracias. Eternamente, gracias, Presidente Suárez.


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