De vez en cuando doy un repaso a este blog. Releo y confronto lo escrito con la realidad. No me gusta la crítica como hobby. Ni personal ni social. Y me pregunto si esa crítica nos ayudará, me ayudará, a compender mejor, a pensar con más claridad y a intentar mejorar lo que no funciona bien en mi entorno, en mí misma y en el mundo en que me ha tocado vivir. El aprendizaje diario me parece la más urgente de las tareas. Y observo que el gran obstáculo es la falta de humildad, en todos, incluida yo, por supuesto.
Generalmente, cuando en el parlamento se critica una decisión del Gobierno, pocas veces se hace por el bien común sino porque se trata del "enemigo" político que está impidiendo que la oposición gobierne. Lo mismo ocurre con el apoyo de los grupos parlamentarios entre sí. No lo hacen,normalmente, por el bien de todos, sino por afinidades e intereses. Eso mismo sucede cuando alguien hace una observación que pone en entredicho lo que pensamos o lo que hacemos. Lo más sano e inteligente sería acoger la sugerencia sin encono, revisar si hay algo de cierto en ella, con honradez y con ganas de crecer. Sin embargo raramente sucede así; estamos tan convencidos de nuestra infalibilidad, que ya no vemos nada más que mala disposición en quien hace cualquier objeción a una idea o a una conducta, que consideramos, más que "nuestra", parte de nosotros mismos, en una identificacion absoluta entre el ser y la contingencia. En esas tesituras andamos. Supuestamente adultos y en realidad, eternos adolecentes emocionales, hipersensibles hacia nosotros mismos e irascibles hacia lo diverso, si ello pone en vilo nuestras seguridades. Nuestro sistema de creencias o la "dignidad" de nuestra automagen. Es frecuente darse por ofendidos cuando no hay aplauso, cuando hay objeciones, cuando alguien va un poco más allá de lo que uno ve. Y ese mal nos mutila la conciencia, nos priva de vernos como somos y nos deja estancados en lo que creemos que somos. Así es muy difícil crecer, profundizar, entenderse con lo distinto, que disiente, no por llevar la contraria, sino porque ve cosas que nosotros no vemos aún y que podríamos llegar a ver si tuviésemos la inteligente humildad de acoger lo que no nos gusta escuchar. Es lo que vemos al gobernar.
Zapatero, por ejemplo, en su primera legislatura fue humilde, conciliador, escuchaba, tenía clara la finalidad de su gestión: el bien común; y fue tildado de tonto e incluso de no tener recursos dialécticos para "defenderse", lo criticó despiadadamente la oposición agresiva e inoperante y lo criticaba su partido, diciendo que se dejaba "humillar". Cambió su "talante" en la segunda legislatura y perdió el norte. Asumió un tono prepotente, irritado y ácido. Se traicionó a sí mismo. Y sus decisiones cada vez fueron más inseguras e incoherentes, al mismo tiempo que su tono se volvió más fiero. Dejó de ser fiel al modo de conducta que le es connatural y con la que había empezado a gobernar. Comenzó a responder a las provocaciones, abandonó la idea de "trabajar" por aquello que mejora a todos, por la de "lucha por lo que quieres", que fue el lema de la última campaña electoral . Volvió hacia lo viejo; lo que enfrenta, lo que separa, lo que divide. La batalla del ego había sustituído al espíritu conciliador. Y el socialismo perdió estrepitosamente con él y con su des-proyecto.
Generalmente, cuando en el parlamento se critica una decisión del Gobierno, pocas veces se hace por el bien común sino porque se trata del "enemigo" político que está impidiendo que la oposición gobierne. Lo mismo ocurre con el apoyo de los grupos parlamentarios entre sí. No lo hacen,normalmente, por el bien de todos, sino por afinidades e intereses. Eso mismo sucede cuando alguien hace una observación que pone en entredicho lo que pensamos o lo que hacemos. Lo más sano e inteligente sería acoger la sugerencia sin encono, revisar si hay algo de cierto en ella, con honradez y con ganas de crecer. Sin embargo raramente sucede así; estamos tan convencidos de nuestra infalibilidad, que ya no vemos nada más que mala disposición en quien hace cualquier objeción a una idea o a una conducta, que consideramos, más que "nuestra", parte de nosotros mismos, en una identificacion absoluta entre el ser y la contingencia. En esas tesituras andamos. Supuestamente adultos y en realidad, eternos adolecentes emocionales, hipersensibles hacia nosotros mismos e irascibles hacia lo diverso, si ello pone en vilo nuestras seguridades. Nuestro sistema de creencias o la "dignidad" de nuestra automagen. Es frecuente darse por ofendidos cuando no hay aplauso, cuando hay objeciones, cuando alguien va un poco más allá de lo que uno ve. Y ese mal nos mutila la conciencia, nos priva de vernos como somos y nos deja estancados en lo que creemos que somos. Así es muy difícil crecer, profundizar, entenderse con lo distinto, que disiente, no por llevar la contraria, sino porque ve cosas que nosotros no vemos aún y que podríamos llegar a ver si tuviésemos la inteligente humildad de acoger lo que no nos gusta escuchar. Es lo que vemos al gobernar.
Zapatero, por ejemplo, en su primera legislatura fue humilde, conciliador, escuchaba, tenía clara la finalidad de su gestión: el bien común; y fue tildado de tonto e incluso de no tener recursos dialécticos para "defenderse", lo criticó despiadadamente la oposición agresiva e inoperante y lo criticaba su partido, diciendo que se dejaba "humillar". Cambió su "talante" en la segunda legislatura y perdió el norte. Asumió un tono prepotente, irritado y ácido. Se traicionó a sí mismo. Y sus decisiones cada vez fueron más inseguras e incoherentes, al mismo tiempo que su tono se volvió más fiero. Dejó de ser fiel al modo de conducta que le es connatural y con la que había empezado a gobernar. Comenzó a responder a las provocaciones, abandonó la idea de "trabajar" por aquello que mejora a todos, por la de "lucha por lo que quieres", que fue el lema de la última campaña electoral . Volvió hacia lo viejo; lo que enfrenta, lo que separa, lo que divide. La batalla del ego había sustituído al espíritu conciliador. Y el socialismo perdió estrepitosamente con él y con su des-proyecto.
Creo que somos una sociedad inmadura, no sólo democráticamente, sino también emocionalmente; eso explica que todavía no hayamos podido asumir la sanación y la aceptación de nuestra memoria histórica, de nuestros fallos sociales, de nuestros defectos mejorables, pero no desde el sarcasmo y el chiste, amparados y diluídos en la inoperancia del tópico y la sal gorda, ni de la autodevaluación simplista, más cerca del victimismo idiota que de la adutez operativa, sino desde la crítica constructiva, que indica las causas y los efectos, las fuentes de alimentación del cutrerío nacional. Necesitamos urgentemente una nueva Generación del 98 adaptada al primer tramo del siglo XXI.Y salvo casos aislados, como el de J.Luis Sampedro o Jordi Pigem, por ejemplo, no la tenemos. La cosa se queda siempre en la periferia de la polémica y del servicio agradecido a las causas afines. Sólo ahí.
Comenta Ernesto Cardenal, flamante premio de poesía, que ese género literario es el lenguaje mismo. Su esencia. Y que sin poetas no hay lenguaje que valga la pena. Y a continuación afirma que la poesía actual española está "missing". Si atamos cabos, podremos ver el panorama completo. El lenguaje es la expresión del ser. Y la poesía es la comunicación más exacta del ser. El ser es el yo adulto. No el ego del "noser" siempre en guerra consigo mismo "luchando por lo que quiere", desde el Paleolítico. La honestidad intelectual y la crítica etica son dos caras de la misma moneda. Y son hijas de la poesía. El poeta es el místico. El filósofo práctico de las últimas causas. La conciencia lírico-bufonesca que no se detiene ni teme ni retrocede. Porque siente la unicidad del universo sensible con el fluído eterno de la vida y todos los seres que la pueblan y la enriquecen. Quizás sea la carencia de poetas tejidos en lo cotidiano lo que nos impida ver lo que somos más allá de nuestras orteguianas circunstancias, que a su vez son la secreción de nuestros pensamientos y deseos, materializados hasta por nuestros "enemigos", que en realidad, sólo son nuestros inasumibles maestros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario