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El comedor de la Cámara Baja fue desalojado por un pequeño incendio en la cocina.
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"Perseo se envolvía en un manto de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros nos tapamos con nuestro embozo de niebla los oídos y los ojos para no ver ni oír las monstruosidades y poder negarlas".
(Karl Marx. "Das Kapital")
Que no hijos, que no, bomberitos madrileños, que no pasa nada flamígero realmente serio entre las cacerolas del Congreso, aunque pase de todo en los bajos fondos institucionales sin que se solucione nada más que la nómina mensual de las señorías congresuadas y el menú diario en la intendencia. Que la chamusquina en las re-Cortes es cosa de años; de verdad. Ahora ya se nota el tufo y el humillo concomitante, porque la cosa se ha desmadrado a pesar del empeño en taparla, pero chamusquina haberla húbola y hayla desde el inicio del simulacro democrático. Y aún antes. Desde que el régimen franquista puso la zarpa en ellas- en las Cortes- a golpe de procurador obediente y beneficiado, y la mantiene aún hincada sobre el pueblo, aferrada al poderío como los leones de la puerta principal. A piñón fijo.
En Chamusquilandia se vienen produciendo chispas y chamusques múltiples, a cargo de los padrastros y madrastras de la patria, desde su fundación, más o menos. Ese Congreso en sí mismo ya es un chamusque per se . Por su propia función elucubradora y espectaculista como un teatro de marionetas permanente, donde todas juegan a hacer como que son actores y actrices que libremente interpretan su papel olvidando al titiritero que tira de los hilos desde Washington , Wall Street, desde el Eliseo, el Bundestag o el Bildelberg, que el orden de factores no altera el producto, sólo lo aumenta en densidad y volumen abusivo. Pero ellos también saben en el fondo que no son una compañia teatral como Dios manda, ni su guión es creíble para los ciudadanos que pasan de largo ante el show hemiciclero. Funcionan al margen de la realidad diaria. Mariano-netas y anti mariano-netas que se sienten compañía teatral. Y nosotros en la dinámica paganini, o sea, pagando a base de bien, pero sin violín ni maestría; tañendo de rato en rato las bankiacuerdas de nuestra hartura institucional, una partitura ajada, sobeteada, manchada de pringue corrupta y maquillada como una actriz viejísima empeñada en hacer de dama joven aunque esté hecha un pasa de Corinto. Patética. Incapaz de mirarse al espejo y comprobar los estragos que las cenizas de la vergüenza, el sofoco del apaño y el pestazo a rescoldo mal llevado, como las señales de humo de una reserva india pidiendo socorro, las va poniendo en evidencia ante el sufrido público que subvenciona cada función pero no puede acceder al espectáculo en vivo. Ni tampoco opinar in situ sobre la representación que ya está derivando en circense. Los leones en la puerta esperando que alguien les diga como se ruge, el torero-bombero en la cocina, los equilibristas en la calle y los payasos en la sala principal dando un recital de payasería de lo más profesional. El "augusto" o sea el "listo", el clown, el gracioso y el descerebrado, que se van turnando en la tribuna, con vestiduras distintas pero con el mismo discurso desencarnado y manido. Que nunca soluciona gran cosa, pero complica y enreda para alargar durante cuatro años la sensación de divertimento cirquero.
Ahí está la esencia del chamusque, queridos y solidarios bomberos manolos, como un Pichi que amaga con la sirena, pero no castiga ni en el Portillo ni en La Arganzuela. Yo que vosotros, la próxima vez que avisasen desde la Chamusquilandia institucional y constituyente, por cualquier torrada intempestiva de poca monta, no iría o me iría sin prisas, dando una vuelta por el Paseo del Prado, echando un rato con Neptuno, con la estatua de Velázquez, un respiro en el Botánico o tomando un piscolabis en el Café Gijón por si me encontrase el fantasma de Paco Umbral o el de Buero Vallejo mirando distraídos hacia ese cielo, que a pesar de todas las megalomanías ruizgallardónicas y de las contaminaciones botelleras, sigue teniendo un brillo y un azul inigualables, llenos de resonancias intemporales y hermosas, para lavar la cara a la basura, a la calima de la cutreidad y al desaliño des-gobernante.
Yo que vosotros les dejaría que apagasen ellos mismos los incendios que provocan en su acrópolis aislada y tan lejana de la vida auténtica como de la democracia real.
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