domingo, 20 de mayo de 2012

POR LA DIGNIDAD DE LA ENSEÑANZA PÚBLICA



Sí yo también estudié en la pública, excepto un curso que tuve que hacerlo en un colegio privado y católico, de cuyo nombre no quiero acordarme. Mis hijos también han estudiado en la pública. Mi madre fue durante cuarenta años maestra en la pública.    
Y, en efecto, la preparación y el rigor con que cuentan los profesores de la enseñanza pública no tiene nada que ver con el de la privada, que es un coladero y un coto privado para que quienes no alcanzan el nivel de aptitud, puedan ir tirando y los alumnos mediocres y sin nivel, vayan pasando y alcanzando títulos de dudosa calidad. La pública es abierta a todas las etnias, culturas, religiones y clases sociales, con el enriquecimiento obvio para la formación de los alumnos. En ella no hay elitismo ni presiones ideológicas ni deformaciones enrarecidas. Lo mismo en las escuelas, donde los profesores acceden tras aprobar una durísima oposición después de terminar la carrera, que en los institutos de Bachillerato, donde los seminarios están dirigidos por catedráticos y doctores en las materias. Nada que ver con la privada. Por eso necesitamos apoyar la enseñanza pública, gratuita, libre de insidias y partidismos ideológicos, sociales, económicos y religiosos. Quien desee educar a sus hijos privadamente, que lo haga, pero que el Gobierno y todos nosotros nos empeñemos denodadamente con responsabilidad, en mantener la eficiencia y la dignidad de una enseñanza imprescindible como uno de los más irrenunciables derechos, definido y formulado con claridad meridiana en la declaración universal de derechos humanos.Cuando un gobierno perjudica, recorta, ningunea y envilece la enseñanza pública está cometiendo una gravísima violación de esa carta magna universal y es un delincuente moral.

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